ECONOMíA

Bloque, FMI y quita

 Por Alfredo Zaiat

En la cumbre de los presidentes Kirchner, Lula, Chávez y Vázquez en Montevideo quedó en evidencia que la relación con los organismos financieros internacionales es un dilema que no encuentra una respuesta única en la región. Argentina, Brasil, Venezuela y Uruguay descartaron ayer en esa reunión la posibilidad de encarar como bloque negociaciones conjuntas. De todos modos, el Grupo de los Cuatro definió que intercambiará información para tener posturas similares ante esas instituciones (ver páginas 2 y 3). Aquí, después de ganar la batalla del canje de deuda –porcentaje final de adhesión que se conocerá hoy–, la próxima inmediata será con el FMI. En cambio, Brasil duda en seguir atado con un acuerdo a esa institución mientras cumple con su recetario, obteniendo a cambio una leve flexibilización al descontar ciertas inversiones en infraestructura del cálculo del superávit fiscal. Uruguay no tuvo –por ahora– conflictos y no parece que los tenga con el nuevo gobierno. Y a Venezuela, nadando en petrodólares, le resulta indiferente.
La alternativa de encarar en bloque la relación con el Fondo o con los otros acreedores externos ha sido siempre una aspiración de la región, que por diversas razones ha quedado en intenciones. El año pasado hubo un tibio acercamiento a esa opción con el Acta de Copacabana, firmada por Kirchner y Lula, que fue más una expresión que la base para una negociación conjunta. En esa Acta se postulaba el reclamo conjunto al Fondo para excluir la inversión pública en el cómputo del excedente fiscal, medida que sólo Brasil consiguió –aunque en forma parcial– como premio a su papel de buen alumno de Washington. Vale recordar que a esa Acta se arribó luego de largos meses de tensión entre los dos socios, debido a la irritación que había provocado en la Casa Rosada la indiferencia que había manifestado Lula cuando Kirchner estuvo casi 48 horas en estado de default con el FMI.
Hubo otro intento de conformar un bloque de deudores, siendo el que estuvo más cerca de integrarse el que iba a nacer en Cartagena. En 1982, la moratoria mexicana puso en alerta al sistema financiero internacional, que reaccionó con generosas refinanciaciones a las dos potencias de la región (México y Brasil). William Rhodes, del Citibank, lideró el operativo para desactivar de esa forma el incipiente proyecto de conformar un club de deudores, iniciativa que reunía a once países que se habían convocado en junio de 1984 en la ciudad colombiana de Cartagena. El objetivo fue logrado: los países endeudados patearon para adelante el problema con restructuraciones de sus pasivos externos, mientras que los bancos siguieron con su negocio.
Después, en 1992, ante otra crisis el Plan Brady volvió a dividir el frente deudor. Esa restructuración vino a salvar a los principales bancos internacionales que tenían en sus carteras créditos de difícil cobrabilidad, lo que los obligaba a aumentar sus previsiones y, así, sus pérdidas por eventuales incumplimientos. Esas entidades consiguieron desprenderse de ese lastre porque esos créditos incobrables fueron transformados en bonos del Plan Brady. Papeles que empezaron a distribuirse en el mercado entre miles de inversores, quedando así difuso la figura del acreedor externo, que asumió varias caras.
Ahora, del mismo modo que lo hicieron los bancos acreedores con el Brady, el Fondo Monetario va bajando aceleradamente su exposición crediticia con Argentina y Brasil porque se dio cuenta de que resulta muy vulnerable, como lo eran en los ’80 esas entidades financieras. Con Rodrigo Rato a la cabeza, que ejerce la función de cobrador más que de auditor, se ha erigido en acreedor privilegiado y va cobrando sin quita el capital de la deuda.
Puede ser que el intercambio de información del Grupo de los Cuatro para tener posturas similares sea el atajo a una declaración del nacimiento de un bloque de deudores, o también puede ser que sea simplemente unformalismo diplomático. Lo cierto es que el éxito del canje de deuda argentina abre una oportunidad extraordinaria para avanzar en ese camino, travesía en la que el FMI podría encontrarse bebiendo la misma medicina que la digerida en estos días por los bonistas.

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