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Duros contra blandos

Por James Neilson

Las grandes luchas políticas, cuando no ideológicas, que están librándose en el seno de la clase dirigente de lo que queda de la Argentina tienen muy poco que ver con el conflicto teórico entre el “modelo neoliberal”, por un lado, y las eventuales “alternativas” que de vez en cuando se plantean, por el otro. Tampoco incide demasiado el enfrentamiento tradicional del capitalismo individualista de derecha con el colectivismo presuntamente justo favorecido por la izquierda. La línea divisoria más importante separa a los “duros” que dicen que hay que hacer algo a fin de mitigar el desastre de los “solidarios” que se oponen por principio a cualquier medida que a su entender supondría costos sociales. Puesto que los blandos siempre han estado en condiciones de frustrar a sus adversarios, el país no ha dejado de caer, con el resultado nada sorprendente de que los costos sociales ya cobrados son incomparablemente mayores de lo que hubiera sido el caso de haber llegado al poder en 1999 una camarilla de auténticos ultras neoliberales o bolcheviques.
Según afirman o insinúan casi todos los políticos, la causa básica de esta crisis es la manía sádica del FMI de exigir reformas casi genocidas. Se equivocan. Consiste en que desde hace por lo menos medio siglo la clase dirigente en su conjunto se ha negado a tomar en serio los muchos problemas existentes. Trátese de progresistas o conservadores, demócratas o autoritarios, amantes del mercado o estatistas, han sido expertos consumados cuando era cuestión de “denunciar” un mal –la miseria ubicua, la corrupción, la evasión impositiva, la falta de competitividad empresaria, el clientelismo político– sin por eso manifestar mucho interés en intentar tomar medidas concretas destinadas a remediar las lacras aludidas, acaso porque sus dimensiones se habían hecho tan monstruosas que la mera idea de hacerlo les haya parecido surrealista.
Eduardo Duhalde jura que cumplirá con las exigencias del FMI. Es de prever que a lo sumo lo hará a medias con la esperanza de conseguir la plata fresca que le permitiría relajarse. Para Duhalde y para sus adversarios, lo que pide el FMI es de máxima de suerte que cualquier alternativa resultaría más fácil. Por desgracia, no es así. Nos guste o no nos guste, un gobierno decidido a frenar la caída, fuera éste liberal o dirigista, nacionalista o globalófilo, peronista, lilista o trotskista, tendría forzosamente que estar dispuesto a actuar con mucha más dureza que el FMI, no con menos. Mientras no se forme un gobierno de este tipo, el país seguirá rodando cuesta abajo sin ninguna posibilidad de iniciar la recuperación.

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