ECONOMíA

La inflación oficial se distancia de la realidad

La canasta de precios al consumidor del Indec se basa en el patrón de gastos del año 1996. El consumidor oficial apenas destina un tercio de sus ingresos a alimentos y gasta mucho en “esparcimiento”. Una década después, la sociedad es otra.

 Por Maximiliano Montenegro

Cada vez que el Indec publica sus datos de inflación suelen escucharse en radios y noticieros televisivos las airadas quejas de amas de casa y avezados consumidores respecto de que esos números son una ficción estadística, distante de la vida real. Están en lo cierto. El Indice de Precios al Consumidor (IPC) que mes a mes releva el organismo oficial está tan alejado de la realidad como las compras de un ejecutivo de Puerto Madero de los consumos de la mayoría de los argentinos.

Para relevar la inflación minorista el Indec elabora una canasta de consumo de lo que se supone es el consumidor promedio. Esa cesta de productos y servicios es la que mide el IPC. Los orígenes del IPC del Gran Buenos Aires –la inflación que todos conocemos es relevada sólo en el área metropolitana, Capital y partidos del conurbano– se remontan al año 1924. Desde entonces, se hicieron distintas revisiones del índice, introduciéndose modificaciones sobre los bienes y servicios que componen la canasta y las características de la población de referencia. Dicho de otro modo: cada tanto se estudian los gastos de las familias para luego llenar una canasta típica de consumo.

Aunque suene increíble, la canasta actual del IPC se basa en la encuesta de ingresos y gastos de los hogares del año 1996. Así, la inflación que difunde el Indec refleja las pautas de consumo de una década atrás. En cualquier sociedad diez años es mucho tiempo, pero en la Argentina bien podría equipararse a un siglo. ¿Qué tan diferente son hoy los hábitos de consumo de los argentinos en relación con los de mediados de los noventa? No hace falta ser un experto para distinguir el abismo entre aquellos tiempos de convertibilidad y la economía posterior a la gran crisis del 2001.

Basta echar una mirada a la composición de la canasta modelo para divisar la grieta que se abre entre las estadísticas y la realidad. Al respecto, vale la pena mencionar dos falacias evidentes en el IPC oficial:

- Primera falacia: sólo el 31 por ciento de la canasta está integrada por “alimentos y bebidas” (ver cuadro).

El escaso peso en el índice del rubro alimentos contrasta con todas las encuestas recientes del propio instituto oficial. Según la encuesta permanente de hogares del Indec, los trabajadores en negro –casi la mitad de los ocupados en el sector privado– poseen un ingreso promedio de 400 pesos mensuales, apenas sobre la línea de indigencia. En el caso de los trabajadores en blanco, el salario promedio ronda los 980 pesos, no muy lejos de la línea de pobreza. En el caso de los jubilados, más del 80 por ciento cobra hoy la jubilación mínima de 390 pesos.

¿Alguien puede creer que cualquiera de esos grupos destina apenas un tercio de su ingreso mensual en alimentos, apartando el resto para otros gastos? En una estimación conservadora, Artemio López, de la consultora Equis, calcula que, como piso, el “argentino medio” destina hoy más del 60 por ciento de su ingreso a la compra de alimentos, el doble de lo que supone el Indec.

- Segunda falacia: el rubro “esparcimiento” (turismo, computación, diarios, revistas, cines, teatros, espectáculos) acapara casi el 9 por ciento del ingreso del consumidor promedio.

Es más del doble, siempre según el Indec, de lo que se eroga en medicamentos (4,1 por ciento), con lo cual queda claro que el índice oficial no representa a ningún jubilado. O es el doble de lo que, según el Indec, se gasta en educación (4,2 por ciento; incluyendo colegios privados y útiles escolares). Es casi el doble también de lo que se asigna a “indumentaria y calzado” (5,2 por ciento).

El sentido común indica que una sociedad pauperizada destina la mayor parte de sus ingresos a alimentos, y el resto a cubrir necesidades básicas, como vestimenta, salud y educación.

Con este IPC, hay una inflación oficial, que refleja el patrón de consumo de un selecto grupo de ingresos medios altos y altos, y una inflación para el resto de los argentinos, que es mucho más alta.

Ese contraste entre lo que dicen los números y lo que se percibe en la calle quedó una vez más en evidencia con la inflación de febrero. El módico 0,4 por ciento que registró el IPC se explica por la abrupta caída del rubro “turismo”, pese a que continuaron las fuertes remarcaciones en alimentos.

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El IPC refleja los consumos anteriores a la crisis de 2001.
Imagen: Arnaldo Pampillon
 
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