EL MUNDO › DESPUéS DE ARDUAS NEGOCIACIONES POR DIVERSOS TEMAS, LA EX PRIMERA DAMA HIZO LO ESPERADO

Tardó, pero al final Hillary apoyó a su candidato

El esperado discurso de la ex primera dama trajo paz al campamento demócrata, pero las heridas causadas por las desgastantes elecciones primarias no se pudieron disimular a pesar de las arduas negociaciones emprendidas por las campañas de Hillary y Obama.

 Por Ernesto Semán

Desde Denver

Evitando la reiterada receta del Partido Demócrata de escupir para arriba, Hillary Clinton dio finalmente anoche su apoyo incondicional a Barack Obama como candidato presidencial. Considerando que su otra opción era seguir amenazando con debilitar a Obama, la pregunta que muchos se hacían era por qué el apoyo se demoró tanto, por qué fue tan tironeado y cuáles serán las consecuencias de una decisión tan tardía.

Tampoco fue un demasiado afectuosa con Obama en su discurso. “Llegó la hora de unir al partido”, anunció, y después se despachó con algo muy parecido a un discurso de campaña, como si todavía fuera candidata, y terminó con lo que pareció un pliego de condiciones. “Necesitamos un presidente que entienda...”, repiqueteó cuatro veces, mientras Michelle Obama escuchaba con cara de piedra. “No veo la hora de que firme una ley garantizando el seguro médico universal”, apretó. Pero fue muy clara al pedirle a sus seguidores apoyo para el candidato demócrata.

Durante todo el día de ayer, en medio de un abrumador despliegue de imágenes de Barack Obama, chicas y chicos se paseaban al sol por la calle 16 con los prendedores de Hillary, los carteles de Hillary, las pancartas de Hillary. Puertas adentro, mientras los delegados se preparaban para la sesión de la noche, Hillary Clinton negociaba con el equipo de Obama y la dirigencia del partido para que su discurso pusiera fin a la disputa con el próximo candidato presidencial, lo apoyara públicamente, reafirmando lo que ya hizo, no sin reticencia, con los delegados que la apoyan.

La negociación incluía temas tales un rol clave para Hillary en el Senado durante una eventual gestión demócrata, la participación de dirigentes de su entorno en la campaña electoral, el lugar de Bill Clinton en los próximos dos meses. Pero fuera de esas promesas relativamente vagas, es difícil imaginar las razones de Hillary Clinton para producir algo tan anticlimático como el regateo de los últimos días. Las razones exhibidas son tan nocivas para ella que difícilmente oculten algo peor. Por mencionar un solo ejemplo: decir a viva voz que las negociaciones incluyen que Obama se haga cargo de los 10 millones de dólares que debe de la campaña difícilmente sea un camouflage de una razón peor.

Junto a eso, los Clinton también montan su propio “operativo clamor,” sino para seguir siendo candidata, al menos para que la derrota de Hillary sea un triunfo pírrico de Obama, sabiendo que su apoyo es decisivo en algunos aspectos claves: para contar con el partido, y para hacer más fluido el crecimiento de Obama hacia sectores en los que ellos tienen fuerte predicamento: hispanos, trabajadores blancos medios y bajos, muchos de los que Obama describió como aquellos “que en la desesperación se refugian en las armas o la religión”, despertando una ola de críticas. Si hay algo cierto en la división entre clanes demócratas, es que en ese sentido Obama tiene un perfil mucho más cercano a los Kennedy que a los Clinton. Bill fue, en muchos sentidos, un líder cuyas condiciones plebeyas le facilitaron su inextricable relación con los sectores populares. Obama, por el contrario, es un líder cuyas credenciales como profesional de elite le permitieron articular su pasado plebeyo con un reconocimiento de ciertos grupos de elites.

Pero ese capital también tiene fecha de vencimiento, y la figura en ascenso del senador de Illinois pone a los Clinton ante la disyuntiva de perder el liderazgo al concedérselo a Obama, o perderlo por convertirse en responsables de una derrota en noviembre.

Algo de eso ya pasa en el partido. En las calles de Denver no hay casi publicidad de nadie que no sea Obama. Los prendedores llevan fotos suyas desde los cuatro años hasta sus actos recientes. El restaurante de comida mexicana Qdoba regalaba grandes cantidades de remeras con el texto “Nachos for Obama” o “Quesadillas con Obama” a cambio de que los beneficiarios dijeran en cámara cuáles eran sus “nachos” (deseos) para el candidato. Los delegados y simpatizantes que entran y salen del Centro de Convenciones portan sus carteles de apoyo a Obama, a Obama-Biden y a Michelle Obama. Los dirigentes de los bloques sindicales y negros tienen remeras específicamente diseñadas para la convención con la cara del candidato. Obama transfigurado en El Padrino, en Tony Montana, en Tony Soprano, en El Hombre Araña, en Jay-Z, ilustran toda la ciudad. Posters, pantalones, remeras, calcomanías, sombreros, gorras, magnetos, ositos de peluche; todo porta la cara del candidato y se obtiene en el perímetro de la convención cerrado por la policía y en al menos veinte cuadras más a la redonda.

La tendencia al recambio de liderazgos va desde ahí hasta los vasos capilares de la organización partidaria. Como en cualquier otro partido u organización, los nuevos tiempos siempre se huelen primero desde abajo. El martes a la noche, Mike Greenstein contaba qué había pasado para que su prima terminara como delegada de Obama en Nueva Jersey. Esposo de la diputada estatal Linda Greenstein, después de algunas cervezas y varios sandwiches de cerdo en uno de los tantos bares tomados por la convención, Mike contaba que “ella estaba con Hillary, ¿no? E iba como delegada. En un momento le dan la boleta, y en su lugar entran tres de otro distrito. Ella presionó para tratar de obtener algún lugar, pero al mismo tiempo el comité de campaña de Obama vio la oportunidad de quebrar al ‘Hillarismo’ y trabajó con ella y su grupo, incluyendo teleconferencias desde Chicago con el mismo Obama. La cuestión duró tres días, no más. Así fue, sencillito”.

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Hillary Clinton y su hija Chelsea saludan al público durante una aparición en la Convención Demócrata en Denver.
 
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