DEPORTES › OPINIóN

Contra la hipocresía de la lucha antidoping

 Por Claudio Tamburrini *

Antes de iniciados los Juegos de Beijing, muchos se preguntaban si la política y el deporte están relacionados. Hoy ya nadie duda de que sea así. La propuesta de boicot a los Juegos fue desestimada por prácticamente todos los líderes políticos, sin distinciones políticas. China es influyente y poderosa y, además, un mercado gigantesco. Se trata entonces de no enemistarse con su cúpula. A medida que la crítica contra el régimen chino se acalla, se hace más evidente la admiración de los gobernantes occidentales por un régimen mezcla de despotismo ilustrado y economía liberal, en que el destino de las mayorías es decidido por unos pocos, sin ser cuestionados en elecciones libres y amplias.

Sobre una cuestión se mantiene, sin embargo, la hipocresía. La Agencia Mundial Antidoping (Wada) afirma que los Juegos de Beijing han sido limpios. Muchas de las antiguas marcas olímpicas han sido superadas en uno o más segundos. A pesar de eso, el presidente del Comité Olímpico Internacional, Jacques Rogge, se empecina en afirmar que “los tramposos del doping nunca se las han visto tan mal”. Pero la realidad es otra. Desconfiando del bajo índice de doping, un grupo de científicos daneses remitió recientemente 48 pruebas de personas que voluntariamente se habían sometido a doping con eritropoietina (Epo) a dos laboratorios acreditados por Wada. De esas 48 pruebas, sólo dos fueron detectadas como positivas. Al parecer, los organismos deportivos internacionales utilizan a sabiendas métodos de control ineficientes. En un futuro cercano será posible, además, utilizar nuevos métodos de doping aún más difíciles de detectar, como el doping genético. Se torna evidente que la guerra contra el doping no podrá seguir librándose, de la misma forma que la guerra contra las drogas y contra el terrorismo se han ido perdiendo. Todo está relacionado.

Esta capitulación tan poco honrosa de los organismos mundiales del deporte fue precedida por varias batallas científicas perdidas. El mismo grupo de científicos daneses que expuso las falencias del control antidoping constató hace unos años que el Epo podría ser inofensivo para la salud. La ingestión de esa sustancia aumenta el número de glóbulos rojos en la sangre (hematocritos), pero disminuye al mismo tiempo el volumen de plasma. En otras palabras: al mantenerse constante el volumen total de la sangre, no aumenta el riesgo de coágulos sanguíneos para quien utilice Epo de manera médicamente controlada.

¿Qué razón puede haber, entonces, para seguir prohibiendo el Epo? “¡El espíritu del deporte!”, afirman muchos. Según ellos, tomar preparados artificiales para rendir mejor es contrario al ideal deportivo. Sólo el deportista “limpio” es merecedor de la victoria. Esa concepción del deporte profesional está, sin embargo, perimida. Los deportistas actuales de todas las disciplinas usan gran cantidad de sustancias lícitas (por ejemplo, la creatina) para aumentar su rendimiento deportivo.

Una alternativa a la prohibición sería adoptar niveles máximos para ciertos valores fisiológicos (por ejemplo, de hematocritos), sin preocuparse por la manera en el deportista ha llegado a conseguirlo. El mismo razonamiento es aplicable al volumen de masa muscular. Ese parece ser además el escenario del deporte futuro, a juzgar por las propuestas que se están empezando a discutir entre algunos funcionarios de los organismos que rigen el deporte internacional.

Además de acabar con la trampa, este sistema permitiría afirmar la equidad genérica en el deporte. Si se establecieran categorías basadas en el nivel de hematocritos, o en el volumen de masa muscular, las mujeres podrían revertir la ventaja biológica (acentuada por factores culturales) que los deportistas masculinos tienen en las disciplinas que premian la velocidad, la altura y la fuerza muscular (las más redituables económicamente). Esas nuevas clases establecidas en relación con la altura, el peso, el nivel de hematocrito o la masa muscular contribuirían además a eliminar prejuicios machistas y homofóbicos que impiden a las mujeres deportistas competir contra los hombres.

La introducción de estas nuevas clases deportivas neutralizaría también una concepción atávica de la justicia que impera en el deporte. Mientras en la sociedad tratamos por diversos medios (por ejemplo, la educación, los programas de apoyo y la redistribución de ingresos) de paliar las diferencias sociales y congénitas entre los individuos, en el deporte se considera que el individuo mejor dotado genéticamente merece vencer, y los genéticamente inferiores deben simplemente aceptar el destino que les ha impuesto la lotería genética. Utilizando distintas sustancias que disminuyan la inmerecida ventaja biológica de ciertos atletas se crearían condiciones de competencia más justas, además de aumentar la emoción de las contiendas deportivas.

Esta concepción liberal del doping disminuiría también el riesgo para la salud de los deportistas. El uso oculto y clandestino de sustancias prohibidas genera daños que podrían evitarse con el debido control médico.

Los Juegos de Beijing han evidenciado que la política y el deporte siempre han estado íntimamente ligados. Y pusieron en evidencia, además, que con la actual normativa el deporte de alta competencia no podrá ser ni limpio ni equitativo ni equiparado genéticamente. ¿Por qué debería alguien obtener más dinero o reconocimiento, simplemente por ser más alto, más musculoso o por pertenecer al sexo más favorecido?

* Del Centro de Bioética de Estocolmo, Suecia.

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