EL MUNDO › MILLONES DE PERSONAS SALIERON A LAS CALLES EN LAS CIUDADES DE EE.UU.

Festejaron los negros, hispanos y asiáticos

 Por Leonard Doyle *

A pesar de un frío que lastimó hasta los huesos, dos millones de personas inundaron ayer las calles del centro de Washington. Sin entradas, cansadas y congeladas, todos se dirigieron felices hacia esa explanada de tierra y pasto que se conoce como el National Mall.

En una esquina, un grupo de jóvenes negros hacía chistes sobre Dick Cheney, luego de enterarse de que éste abandonó la Casa Blanca en silla de ruedas con cara de pocos amigos, aparentemente tras una distensión muscular mientras mudaba su oficina. Casualmente uno de los jóvenes empujaba calle abajo a uno de sus parientes en silla de ruedas. “Me sorprende. ¿Por qué será que tú luces tan contento y Cheney tan amargado?”, le preguntó a su familiar, y ambos estallaron en risas.

El vicepresidente Joe Biden se pasó todo el fin de semana citando al escritor irlandés Seamus Heaney en eso de que ocasiones como éstas sólo se ven una vez en la vida. No se equivocó. Ayer, cientos de miles de personas llegadas desde todo el país se hicieron presentes en Washington para ver algo que jamás hubiesen imaginado.

Muchos de los que llegaron al Mall antes del amanecer eran negros, pero también hubo muchísimos hispanos y asiáticos. Hubo grupos de jóvenes y familias enteras. Todo el mundo parecía estar enviando un mensaje de texto a alguien más para encontrarse y presenciar lo que vendría.

Insisto: la gente llegó desde todos los rincones de este inmenso país, sólo para estar ahí. Entre la multitud, vi a una mujer negra, de unos 70 años, que vino sola desde Luisiana. Me dijo que estaba allí, agolpada contra una de las rejas laterales de la Casa Blanca desde antes del amanecer, porque suponía que desde ese punto saldría la caravana transportando a Barack Obama. Y no se equivocó.

A las 9.15 am se oyó el rugido de decenas de Harley Davidson. Las rejas se abrieron y aparecieron incontables motos de policía rodeando otros tantos autos negros que, entre todos, protegían en su interior a la flamante limusina presidencial. Justo detrás, una ambulancia último modelo que de ahora en más acompañará al presidente en todos sus desplazamientos. En el interior de toda esa burbuja de seguridad, Obama y su familia tuvieron un último respiro antes de dirigirse a un servicio religioso en la Iglesia episcopal de St. John’s, justo enfrente de la Casa Blanca. Por cierto que hubiese sido mucho más fácil cruzar la calle a pie. Pero eso ya no es una opción.

Bajo el temor por la seguridad del presidente número 44º de los Estados Unidos, se montó el operativo de seguridad más grande del que se tenga memoria. Más de 20.000 mil oficiales de policía fueron desplegados para custodiar un perímetro de unos cinco kilómetros. Por todos lados, autos sin patente conducidos por el Servicio Secreto circulaban con tecnología especialmente diseñada para detectar cualquier aparato nuclear capaz de detonar en toda el área del Distrito de Columbia. Durante los años de paranoia que siguieron al 11 de septiembre, Bush y Cheney aprobaron la compra de esta clase de tecnología por cientos de millones de dólares. Al fin los muchachos del Servicio Secreto tuvieron oportunidad de estrenarla. Al final, Obama asumió.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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