EL MUNDO › A CUARENTA AñOS DEL ENFRENTAMIENTO ENTRE EL SALVADOR Y HONDURAS, SIGUE LA TENSIóN EN LA FRONTERA

Los fantasmas de la Guerra del Fútbol

El conflicto armado duró cien horas. Sin embargo, robusteció a las dictaduras de la región, incentivó el rearme de sus ejércitos y desarraigó a miles de campesinos. Hoy Honduras vive el capítulo de una nueva dictadura.

 Por Gustavo Veiga

Las crónicas disponibles sobre la época ofrecen dos versiones del mismo hecho. Algunas le atribuyen al célebre periodista polaco Ryszard Kapuscinski la idea y cuentan que tituló así uno de sus artículos: “La guerra del fútbol”. Otras, que un diario mexicano, en el afán de vender más ejemplares, colocó en primera plana las mismas cuatro palabras para definir el conflicto bélico entre El Salvador y Honduras. Como fuere, la llamada Guerra del Fútbol duró apenas cien horas –se la conoce también bajo ese nombre–, pero los daños que causó fueron perdurables.

El enfrentamiento armado del que esta semana se cumplen cuarenta años robusteció a las dictaduras de la región, incentivó el rearme de sus ejércitos, fomentó el chauvinismo a ambos lados de la frontera y desarraigó a miles de campesinos. El 14 de julio de 1969 las fuerzas armadas salvadoreñas se adentraron en territorio hondureño y bombardearon el aeropuerto de Toncontín. A esa invasión aún la llaman hoy “Guerra de legítima defensa”. ¿Por qué? El argumento –siempre hay uno– fue oponerse a la Ley de Reforma Agraria con la que el régimen de Tegucigalpa buscaba sacarse de encima a unos 300 mil campesinos salvadoreños que trabajaban sus tierras más extensas con salida al Atlántico. Esos inmigrantes habían comenzado a llegar a Honduras en la década del ’20 para trabajar en compañías bananeras como la United Fruit. El propósito era desplazarlos para cedérselas a pobladores locales.

Si el fútbol quedó ligado al conflicto fue porque tres partidos por las Eliminatorias del Mundial de México ’70 elevaron demasiado la tensión entre ambas naciones. Y se transformaron en el pretexto de una marea beligerante que los dictadores Fidel Sánchez Hernández, de El Salvador, y Oswaldo López Arellano, de Honduras, aprovecharon para galvanizar a sus pueblos en el nacionalismo. El 8, 15 y 27 de junio de 1969, los dos seleccionados jugaron en Tegucigalpa, San Salvador y el Distrito Federal, respectivamente. En el estadio Azteca y en el desempate que definía la clasificación, se impusieron los salvadoreños por 3 a 2, un día después de que Sánchez Hernández rompiera relaciones con Honduras. Si se parafraseara a Von Clausewitz, los belicistas hicieron la guerra como continuación del fútbol por otros medios. Aunque las causas del enfrentamiento eran más profundas.

Las muertes provocadas por las acciones militares entre el 14 y el 18 de julio –ese día la OEA ordenó el cese del fuego– varían entre 1900 y 5000, según qué lado las cuente. En El Salvador se insiste más con la primera cifra, ya que la mayoría de las víctimas habrían sido hondureñas, producto de los bombardeos de la aviación salvadoreña durante su ofensiva inicial. En un solo día, ésta consiguió avanzar cuarenta kilómetros en el país vecino. Y fue respondida el 15 de julio con ataques al antiguo aeropuerto de Ilopango, en San Salvador, a la refinería petrolera de Acajutla y a tanques de combustible en el puerto de La Unión.

Una de las historias más extrañas que arrojó la guerra es la de Salomón Vides, un salvadoreño que en 1965 había llegado a Honduras para trabajar en el campo. Impresionado por los ataques a que eran sometidos otros inmigrantes como él, huyó de la zona de conflicto hasta refugiarse en la selva de Guatemala. Así vivió hasta 2001. Un grupo de cazadores lo descubrió 32 años después. El campesino Vides estuvo más tiempo aislado del mundo que el soldado japonés Shoichi Yakoi, quien se mantuvo 28 años oculto en la selva de la isla de Guam sin saber que su país había sido derrotado en la Segunda Guerra Mundial.

En una entrevista que Kapuscinski concedió en julio de 2002, diez años después de publicar el libro La guerra del fútbol y otros reportajes declaró: “Fue una guerra muy cruel aunque duró poco tiempo. Me acuerdo de sus aviones pasando y bombardeando. Cada país tenía uno o dos aviones solamente y por ello era un poco grotesco, pero de manera muy trágica. En el libro quise reflejar también lo que significa el fútbol como motor de la identidad nacional en la cultura latinoamericana”.

La paz se firmó recién once años más tarde de iniciadas las hostilidades –el 30 de octubre de 1980– en Lima, Perú. Pero quedaron asuntos limítrofes pendientes que se superaron casi por completo el 11 de septiembre de 1992, con un fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ). El diferendo entre Honduras y El Salvador era por 446,5 kilómetros cuadrados de territorio y espacios marítimos en el Pacífico. El fallo otorgó a Honduras 311,6 km2 y a El Salvador 134,9 del total en disputa. Sin embargo, hasta hoy siguen los pleitos entre ambos países por el islote Conejo, de menos de un kilómetro cuadrado, ubicado en el golfo de Fonseca. Esa pequeña porción de tierra insular está ocupada por tropas hondureñas desde la guerra civil salvadoreña (1980-1992).

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El Salvador atacó Honduras argumentando que defendía a sus campesinos.
 
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