EL MUNDO › OPINION

El vuelo del halcón negro

 Por Claudio Uriarte

La Doctrina Rumsfeld ha muerto, ¿viva la Doctrina Rumsfeld? A lo largo de los últimos siete días, el curso de la guerra a Irak y las fortunas de su mentor en jefe parecen haber experimentado un vuelco fenomenal: si a comienzos de semana se hablaba del “cuestionado secretario de Defensa”, en tonos que parecían prenunciar la inminencia de una lluvia de reclamos de dimisión, ahora Donald Rumsfeld, con la toma relámpago el jueves del Aeropuerto Internacional de Bagdad, y con las incursiones de infantería de ayer dentro del radio de la capital, parece en el camino de su vindicación en Washington.
La guerra puede no haberse resuelto en siete o 10 días –como vaticinaban sus predicadores más fanáticos–, pero, a los 17 días, la Tercera División de Infantería incursionó brevemente ayer en las calles de Bagdad, en una demostración de fuerza ante Irak y también de posibilidad de la tesis del polémico jefe del Pentágono: la de una blitzkrieg rápida y económica, basada en una masiva superioridad aérea, fuerzas de operaciones especiales y tropas ligeras de desplazamiento rápido. Eso se está cumpliendo, pero por otros medios y en otros plazos que los previstos. Los planes tuvieron que modificarse. Eso tuvo que ver con dos novedades que el Pentágono no esperaba en el campo de batalla: el hecho de que las Fuerzas Armadas iraquíes no se quebraron a la primera embestida, y el empleo por Saddam Hussein de tácticas irregulares inesperadas.
Los propagandistas de la guerra a Irak prometieron al público estadounidense un primer ataque fulminante, tras lo cual la entrada de las tropas norteamericanas sólo podía esperar encontrarse con una masiva recepción de soldados con los brazos en alto y civiles arrojando rosas desde las ventanas. Si en el Pentágono efectivamente pensaron eso, se trataba de un error. Las Fuerzas Armadas iraquíes nunca fueron del todo la soldadesca indisciplinada, desleal, renuente al combate y refractaria al aprendizaje que hubiera posibilitado este escenario. Mirando retrospectivamente la Guerra del Golfo de 1991, puede verse que son capaces de combatir ferozmente en posiciones defensivas fijas y en ataques directos, que pueden aprender de la experiencia pasada y que sus generales no son incompetentes. Al mismo tiempo, muchas de sus unidades efectivamente corresponden al estereotipo, son comparativamente incapaces de responder a situaciones en flujo, y su liderazgo táctico es pobre. Ese balance es más o menos el mismo que puede registrarse en lo que ha pasado hasta ahora.
El plan inicial estadounidense era muy ambicioso, lo que quiere decir que ofrecía flancos inherentes. Suponía un avance muy veloz desde el sur hacia Bagdad, dejando de lado la limpieza de las otras áreas urbanas y descuidando el despliegue de fuerzas para proteger las líneas logísticas de suministro. Nada casualmente, luego de que las fuerzas angloestadounidenses encontraran en el sur una resistencia más dura que lo esperado, lo primero que se resintió fue la línea de suministros. El segundo problema tuvo que ver con las diferencias de territorio y condiciones entre la Guerra del Golfo del ‘91 y ésta. En el ‘91, los iraquíes estaban desplegados en desiertos donde eran blanco fácil de la aviación estadounidense. Esta vez, los iraquíes, defendiendo su propio territorio, tomaron una opción más astuta: se atrincheraron en ciudades, áreas edificadas, bosques y plantaciones. Para los angloestadounidenses se volvió más difícil maniobrar a distancia, y tuvieron que ir a enfrentar a los iraquíes mucho más cerca de sus posiciones, con lo que la defensa recuperó sus ventajas. Un ejemplo: el 24 de marzo, la 11º Brigada de Aviación fue enviada a atacar una formación acorazada de la Guardia Republicana cerca de Karbala. Casi todos sus 32 helicópteros Apache resultaron dañados. Eso no hubiera sucedido si el fuego aéreo caía sobre unidades desplegadas de modo indefenso en una especie de desolado tablero de arena. Sin embargo, la principal novedad que el Pentágono no había esperado fue otra cosa: el empleo de nuevas tácticas parcialmente copiadas de la experiencia de los combatientes de Mohammed Aidid en la Somalía de 19931994, y parcialmente en la de los de Hezbolá en Líbano y los palestinos en Cisjordania y Gaza. El film La caída del halcón negro es uno de los favoritos de Saddam Hussein, y no es difícil entender por qué. Saddam aprendió de los somalíes la táctica de usar unidades de irregulares que dispararan a las tropas desde detrás de blancos civiles, lo que tenía el efecto de hacer vacilar el avance invasor o, en caso contrario, de divulgar la imagen de mujeres y niños despedazados por el fuego enemigo. Eso fue lo que se verificó mediante el empleo de fedayines (bandas de jóvenes armados) y otros irregulares en las ciudades del sur del país. Otra lección la aprendió de los terroristas suicidas de Líbano, Cisjordania y Gaza. Algo de esto pudo verse, modificado por las realidades del terreno, en las escaramuzas de ayer ante Bagdad.
En este momento, las fuerzas estadounidenses enfrentan su mayor desafío: la conquista de Bagdad. La batalla no va a ser fácil, pero el final está cerca. Los pronósticos de una guerra de “meses” han desaparecido. Estados Unidos cuenta con dos ventajas: las tácticas irregulares ya no lo tomarán por sorpresa, y todavía no es imposible un desbande de parte de las unidades de la Guardia Republicana que defienden la capital. Por eso, la campaña de bombardeos seguirá, por lo menos hasta que haya unidades angloamericanas significativas luchando en las calles de la ciudad.
De la “gratificación instantánea” prometida por los propagandistas se ha pasado a un panorama más sombrío. Parte del desenlace depende de la psicología de Saddam: si persiste confiando en sus fedayines y en los terrores del pueblo norteamericano a las bajas, puede ser que no use las armas químicas y bacteriológicas que son su última carta.

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