EL MUNDO › MIENTRAS NEGOCIA EN CUBA CON LA GUERRILLA, SANTOS MANTIENE LA CONFRONTACIóN EN COLOMBIA

El problema de hacer la guerra y la paz

En mayo, Santos aspira a ganar la reelección y seguir las conversaciones en La Habana. El mandatario pivotea entre dos roles antagónicos: el del artífice de la paz y el del político al que no le tiembla la mano.

 Por Gustavo Veiga

En Colombia se habla con naturalidad de la guerra y con dificultad de la paz. El presidente Juan Manuel Santos hace declaraciones desde España que todavía rebotan: “Yo fui ministro de Defensa, yo sé hacer la guerra y, si se rechazara un acuerdo, continuaríamos con esta guerra muchísimos años”. Desde las FARC le responde su jefe, Timoleón Jiménez o Timochenko: “La guerra real, no la de los boletines para la prensa y la televisión, no se está librando del modo como la pintan ellos”. Es una esgrima dialéctica que confronta posiciones militares en el Valle del Cauca mientras se discute en La Habana un acuerdo perdurable para el conflicto. El país cumplirá en mayo próximo cincuenta años de guerra civil, si se toma en cuenta la fecha de constitución formal de la guerrilla, la principal de Colombia. Tras un ataque del Ejército a Marquetalia, las autodefensas campesinas se convirtieron en las FARC tal y como se las conocen hoy. Corría 1964. La violencia política puede afirmarse que viene de más lejos. Cuando mataron al liberal Jorge Eliécer Gaitán, en 1948.

La confrontación no se detuvo desde entonces, pese a la envergadura histórica de lo que se discute en Cuba. En una extensa entrevista que Santos le concedió al diario El País, y que repercutió mucho en Colombia, recordó su estrategia guerrera hace un par de semanas: “Los golpes a la secretaría de las FARC comenzaron cuando yo asumí el Ministerio de Defensa. Antes, en 45 años, no le habíamos dado nunca a un miembro del secretariado, pero tocaba hacer eso para poder lograr lo que estamos logrando... y a veces hay que saber hacer la guerra para lograr la paz”.

En un texto titulado “Desbrozando ideas”, Timochenko le respondió el 23 de enero desde las montañas colombianas: “Es increíble que cuando publicitan un número cada vez más reducido de guerrilleros desmoralizados a vencer, estén predicando y aplicando el incremento de sus tropas y recursos de todo orden a fin de lograr reducirlos. Tras los arrasadores bombardeos se oculta un angustioso desespero”.

La lógica del palo y la zanahoria sigue vigente en los discursos. El 25 de mayo próximo son las elecciones en Colombia y Santos va por su reelección. Para ganar, pivotea entre dos roles antagónicos. El del presidente que pretende quedar en la historia del país como exclusivo artífice de la paz, casi un personaje canonizado. Y el del político que, si llega a obtenerla, lo hizo por su mano dura, antes que por sus concesiones. Un mensaje para el ex presidente Alvaro Uribe y sus partidarios, que lo corren por derecha.

Cuando le preguntaron a Santos si se imaginaba a Iván Márquez –encabeza la delegación de paz de la guerrilla en La Habana– ocupando una banca, respondió: “Me imagino a representantes de las FARC sentados en el Congreso. De eso se trata el proceso: que dejen las armas y que sigan con sus ideales. Nadie los está obligando a cambiar su manera de pensar, pero que luchen por sus ideales sin armas, sin violencia, si no utilizando las vías democráticas”.

La otra cara de Santos se da en el campo de batalla. Hizo la guerra como ministro de Defensa de Uribe y como presidente en ejercicio, de un modo tan irregular como el que se les atribuye a las FARC. Fue el último responsable de los falsos positivos (la ejecución de civiles que el Ejército presentaba como guerrilleros para optimizar sus bajas). También de la Operación Jaque, en la que se rescató a secuestrados bajo la falsa cobertura de la Cruz Roja, y del bombardeo sobre Ecuador para asesinar al comandante Raúl Reyes, que causó un conflicto diplomático con el país vecino.

El líder de las FARC denunció que esa política de tierra arrasada del gobierno continúa, pero que éste oculta “los golpes propinados por la insurgencia a su aparato de muerte y terror. Los helicópteros, por ejemplo, se están cayendo por obra de accidentes y casualidades, cuando no se puede ocultar su caída, o sencillamente jamás son alcanzados por el fuego guerrillero”.

Timochenko informó sobre el derribamiento de un par de aparatos: “El pasado 22 de diciembre, en el área rural de Briceño, Antioquia, fue destruido por completo uno de ellos cuando se aprestaba a desembarcar tropas en operaciones ofensivas contra unidades del Bloque Iván Ríos. Igual podría decirse del aparato derribado el 9 de enero por unidades conjuntas de las FARC y el ELN en el área rural del municipio de Anorí, que el alto mando militar prefirió atribuir a cualquier otra causa para evitar que se conociera el desplome de su plan de desembarcos de tropas a distancia”.

Con estos partes de guerra, las FARC responden a lo que consideran “la intención gubernamental de presentar a la opinión nacional y mundial una guerrilla asediada y derrotada, a la que con todo derecho se cobrará en la Mesa su incapacidad militar y política”. Y agregan a su relato otro episodio: “Ni siquiera cuando el saldo final ha resultado más trágico, como en Puerto Rondón el pasado 18 de enero, puede decirse que las naves o las tropas de asalto se la cobran fácil frente a una guerrilla a punto de rendirse”.

Las diferencias políticas entre el gobierno y la insurgencia son notorias y llevan medio siglo, pese a lo cual, algunas coincidencias mínimas lograron. Una la destacó Santos en España: “Lo que le puedo decir es que estamos de acuerdo con un principio: Colombia sin coca. Imagínese usted lo que eso significa. El primer productor de cocaína del mundo durante tantos años que de la noche a la mañana pueda comenzar a desaparecer esa fuente de todo tipo de mal, porque es una fuente de financiación y es un veneno que ha hecho mucho daño, sobre todo a Colombia, pero al mundo entero”.

Las FARC difundieron su posición por boca del comandante Pablo Catatumbo desde La Habana: “Promovemos la sustitución voluntaria de los usos ilícitos de los cultivos de hoja de coca, amapola y marihuana, mediante el impulso de planes de desarrollo alternativo, diseñados en forma concertada y con la participación directa de las comunidades involucradas”.

El problema de cómo el gobierno y las FARC hacen la guerra y la paz en forma simultánea es igual a una partida de ajedrez. Pero como el juego ciencia, tiene un tiempo límite. Mayo puede ser un mes clave. Habrá elecciones presidenciales y seguirán las conversaciones en La Habana. Lo aseguró Santos: “Si estamos negociando en medio del conflicto, que fue una de las condiciones que nosotros pusimos, entonces por qué no vamos a poder negociar en medio de las elecciones”. En el mejor de los casos, incluso, podría haber una tregua en medio de la guerra. La paz deberá esperar más.

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Santos fue ministro de Defensa en el gobierno de línea dura de Alvaro Uribe.
Imagen: EFE
 
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