EL MUNDO › ABDELHAMID ABAAOUD MURIO EN EL OPERATIVO POLICIAL DEL MIERCOLES

Mataron al cerebro de los ataques de París

El belga de 28 años se encuentra entre las víctimas del asalto a un comando jihadista en Saint Denis. Sin embargo, sigue prófugo Salah Abdeslam, uno de los protagonistas directos de los atentados del viernes pasado.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

Cayó el cerebro, pero uno de los operadores sigue suelto al mismo tiempo que el primer ministro francés, Manuel Valls, advirtió acerca de la persistencia del riesgo de que haya nuevos actos terroristas con “armas químicas o biológicas”. Abdelhamid Abaaoud, el jihadista belga de 28 años, se encuentra entre las víctimas del asalto que las fuerzas especiales lanzaron el miércoles 18 contra dos departamentos situados en Saint Denis, en las afueras de París. François Molins, el fiscal de la República, confirmó en un comunicado que “después de que se compararan las huellas digitales, Abdelhamid Abaaoud fue formalmente identificado como uno de los abatidos en el asalto (...) Éste es el cuerpo que nosotros hemos encontrado en el edificio, plagado de impactos”. En cambio, Salah Abdeslam, uno de los protagonistas directos de los atentados del viernes 13 y hermano de uno de los hombres que se hizo explotar en el Bataclan, Ibrahim, no figura ni entre los muertos del operativo policial, ni entre las ocho personas arrestadas.

Francia está segura de que, como lo resaltó el ministro francés de Interior, Bernard Cazeneuve, Abdelhamid Abaaoud desempeñó “un papel determinante” en la serie de tres atentados que sembraron la muerte y el horror en la capital francesa que fueron ejecutados por 9 terroristas. Por la noche, en el canal France 2, Manuel Valls admitió que no sabían “como Abdelhamid Abaaoud entró a Francia”.

El jihadista belga, cuyo nombre de guerra es Abou Omar Soussi, es oriundo de un suburbio de la capital, Molenbeek-Saint-Jean, y había pasado a través de todos los dispositivos de seguridad ya antes de la serie terrorista de París. La relación entre él y Salah Abdeslam remonta a 2010, cuando los dos jóvenes fueron condenados y encarcelados juntos por estar implicados en una serie de robos.

Desde hace más de un año, los servicios secretos sospechan que Abaaoud estuvo ligado de una u otra forma al frustrado atentado contra una iglesia de las afueras de París, Villejuif, en abril de 2014, al ataque, en agosto de 2015, contra un tren que circulaba entre Amsterdam y París, evitado gracias a la valiente intervención de dos militares norteamericanos, a otro proyecto de atentado contra un teatro y a la matanza perpetrada en el Museo Judío de Bruselas, en mayo de 2014, por el francés Mehdi Nemmouche, con quien estaba en contacto. Abdelhamid Abaaoud figuraba entre los “blancos” potenciales de los bombardeos franceses en Siria que comenzaron en septiembre de este año. La suma de sospechas y luego indicios fuertes que lo vinculan con el montaje de operativos terroristas es proporcional a las fallas permanentes de los servicios secretos europeos.

Los alemanes confirmaron que Abaaoud transitó por un aeropuerto alemán con destino a Estambul en enero de 2014. Sin embargo, un portavoz de la policía alemana explicó que “carecían de indicaciones como para impedirle viajar o arrestarlo”. En agosto de 2015, Reda Hame, un jihadista francés interceptado cuando volvía de Siria, confesó que, mientras estuvo en Raqqa, el feudo del Estado Islámico en Siria, recibió instrucciones del belga para cometer un atentado en Francia, presuntamente contra un teatro. Lo que resulta obvio es que su presencia en Francia pone en tela de juicio la eficiencia de los servicios secretos franceses y europeos. Todo parecía estar ahí, pero nadie lo vio. Por ejemplo, una amiga de la infancia de Bilal Hafdi, el joven de 20 años que se inmoló en el Estadio de France, contó al portal de información Rue89 “me acuerdo de un día cuando Bilal colgó en su página Facebook el video de una persona degollada. Me dio asco. El año pasado, cuando volví de vacaciones, me habló por Facebook. Me dijo: ¿todo va bien?”.

Los despropósitos de los servicios de inteligencia de Francia y de Europa configuran una alucinante lista de fallas: el primero y el más notorio, los viajes de ida y vuelta entre Europa y Siria de varios actores de la matanza de París sin que hayan sido arrestados o vigilados. Es el caso, por ejemplo, de dos de ellos: los franceses Samy Amimour y Omar Ismaï Mostefaï. En lo que atañe a Samy Amimour, este joven tenía un pedido de captura internacional. Quiso viajar a Yemen y en 2012 fue imputado por “asociación de delincuentes terroristas”. Desde entonces estaba bajo control judicial, un estatuto que no le impidió, en 2013, viajar a los territorios del Estado Islámico en Siria. Ese desplazamiento activó el pedido de arresto internacional, pero resultó inoperante porque Samy Amimour pudo regresar a Francia y formar parte del comando asesino del viernes 13. Alain Chouet, ex responsable de los servicios secretos (DGSE) explicó que “si tuvo cuidado y no ingresó a través de una frontera francesa, nadie lo vio”.

Los jihadistas conocen muy bien las incongruencias en materia de seguridad que imperan en el espacio Schengen (conjunto de países de la Unión Europea donde rige la libre circulación de las personas). Este parece ser el esquema que se aplica a otro de los terroristas de la capital francesa, Omar Ismaï Mostefaï. Fichado desde 2010, objeto de dos claros señalamientos por parte de Turquía debido a su pertenencia a la nebulosa jihadista, Mostefaï también viajó a Siria y regresó a Francia con toda libertad. Un responsable turco declaró que la policía local había transmitido información a Francia en dos ocasiones, diciembre de 2014 y enero de 2015, sin que “jamás haya habido una respuesta”.

La cooperación europea en materia de lucha contra el terrorismo se asemeja a un colador. La policía belga jamás comunicó a Francia que los hermanos Brahim y Salah Abdeslam vivían en un suburbio de Bruselas y que, además, figuraban en sus fichas como islamistas violentos. Para colmo, ambos fueron detenidos e interrogados por la policía local. Bélgica no juzgó que representaban un peligro. El portavoz de la fiscalía belga, Eric Van Der Sypt, explicó: “Sabíamos que se habían radicalizado y que podían viajar a Siria, pero no mostraban signos de una amenaza”. Una fuente policial francesa citada por la agencia AFP observó que “usted se imagina que si los belgas no nos previenen, nada podemos hacer”. Otra fuente de inteligencia declaró: “Hay que decir que los belgas, entre los países occidentales, tienen el mayor contingente de jihadistas que parten de Europa a Siria. Los belgas no están a la altura”. Alain Chouet resume perfectamente la situación: “por definición, si hubo un atentado es que ha habido un problema”.

Un colosal problema. Abdelhamid Abaaoud pasa por ser uno de los jihadistas del Estado Islámico con rango más elevado en la cadena de mando y el más buscado de Europa, de la que había hecho su blanco principal. En un video difundido en 2014, Abaaoud decía: “Toda mi vida vi derramar la sangre de los musulmanes. Ruego a Allah que rompa los huesos a todos los que se oponen a él, a los soldados y sus admiradores, y que los extermine”. Fue y vino imponentemente de una región a otra. Estaba en París. Un hombre invisible a los astutos ojos de los servicios de inteligencia. Las autoridades de Europa dan sobradas pruebas de dedicarse más a cazar inmigrantes ilegales que terroristas asesinos.

El ministro francés de Interior, Bernard Cazeneuve, exigió que Europa vuelva “a tomar las riendas” de la lucha contra el terrorismo. En Francia, por lo pronto, por una aplastante mayoría, la Asamblea Nacional aprobó el proyecto de ley para extender a tres meses el estado de excepción decretado tras los atentados del pasado viernes y al cual la legislación actual sólo autorizaba una vigencia de 12 días. El jefe del Ejecutivo, Manuel Valls, mantuvo el hilo de una extrema tensión retórica cuando, en la Asamblea, admitió que “no podemos descartar nada”. Según Valls, “la marginación macabra de los cerebros terroristas no tiene límites: fusiles de asalto, decapitaciones, bombas humanas, cuchillos. (...) También existe el riesgo de armas químicas o bacteriológicas”.

El estado de excepción le concede a los poderes públicos amplias prerrogativas. Se pueden realizar allanamientos de día y de noche sin orden judicial, ordenar arrestos domiciliarios, es posible limitar la circulación de autos y de personas en ciertas calles mientras que otras zonas pueden pasar bajo control militar. También se autoriza la revocación de los permisos de residencia a los extranjeros que traben el trabajo de las autoridades, se permite igualmente la expulsión y el retiro de la nacionalidad francesa a los ciudadanos que representen un peligro para las seguridad. Por último, se podrán llevar a cabo controles sobre la prensa y los medios de comunicación y bloquear páginas web. Estas medidas y la decisión de reformar la Constitución tomada por el presidente francés, François Hollande, con el fin de “actuar conforme al derecho contra el terrorismo de guerra” (Hollande), ya suscita interrogantes y críticas. Después de los atentados de enero de 2015 contra el semanario satírico Charlie Hebdo Francia se dotó de un nuevo arsenal represivo, en especial una ley que autoriza el espionaje indiscriminado sin control judicial alguno. El vespertino Le Monde entrevistó al respecto a una especialista, Marie-Laure Basilien-Gainche, profesora de derecho público en la Universidad Jean-Moulin Lyon III y autora del libro Etat de droit et états d’exception (Estado de derecho y estado de excepción). La profesora argumenta que el anuncio de mandatario tiene “menos efectos jurídicos que políticos” por cuanto “contribuye a afirmar la autoridad presidencial ante una población sin rumbo, inquieta y que pide que la tranquilicen. Si un posicionamiento semejante puede entenderse, me deja perpleja “.

Con todo, ha quedado perdido en el bosque o en las junglas urbanas Salah Abdeslam, tal vez uno de los últimos eslabones de la cadena de barbarie y muerte que arrasó dos barrios de París. Algo espeso no cierra en esta trama de sangre y demencia. Al día siguiente del atentado, el sábado 14, Salah Abdeslam volvió a Bélgica en auto con otras dos personas más. La policía francesa procedió a un control pero no los detuvo. La autorruta entre Francia y Bélgica está llena de cámaras de seguridad. Una de ellas muestra el Golf en el que viajaban los tres hombres rumbo a Bruselas. El auto aparece una vez más en las cámaras de seguridad regresando a Francia, esta vez sin Salah. Al parecer, según París, el jihadista no figuraba en ninguna ficha ni estaba marcado por señalamiento alguno.

El fallo no fue entonces la libre circulación de personas porque fue controlado en la ruta. El despropósito es el agujero negro de la cooperación europea, la infinita verborragia unionista que no se traduce en eficacia constatada. Y esta es apenas uno de las variables “técnicas” de esta tragedia. La otra es Arabia Saudita. Los muchachos de París y del Estado Islámico son, como Bin Laden en sus tiempos, soldados del clérigo saudita, de ese Islam sunnita y del wahabismo. Pero sus príncipes vienen a Francia de vacaciones a la Costa Azul, Occidente les vende armas y los recibe con la alfombra roja y champagne. Las potencias occidentales pusieron a sangre y fuego a Irak, a Libia, a Siria y jamás configuraron una solución para Palestina. Al mismo tiempo, continúan peregrinando con armas y contratos fastuosos a los reinos de las petromonarquías del Golfo sin poner término a una de las matrices de estas tragedias mundiales.

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Abdelhamid Abaaoud, cuyo nombre de guerra era Abou Omar Soussi, era oriundo de Molenbeek-Saint-Jean, un suburbio de Bruselas.
Imagen: AFP
 
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