EL MUNDO › OPINION

Judas y Caínes

 Por Luis Bruschtein

Cuando cae un gobierno como el de Dilma en Brasil, es un lugar común pontificar sobre los errores. Es como hacer leña del árbol caído. Y el “yo te lo dije” es más propio de los que prefieren tener la razón antes que transformar la realidad, lo cual –esto último– tiene poco que ver, a su vez, con cualquier facilismo pragmático. Mucha idea testimonial de la política se apura a condenar el “pragmátismo” del PT tras el derrocamiento de Dilma. El “yo te lo dije”, ni ensañarse con los errores aportan. Lo que queda abierto es el debate sobre líneas de acción que ensayó el PT, que son novedosas como todas las que aplican los movimientos populares en esta época de transición de la globalización neoliberal, un capitalismo global exacerbado que muta en forma permanente generando devastación del medio ambiente, guerras, grandes migraciones de pobres y desplazados, crisis económica y hundimientos culturales.

El gran Judas, el Caín maldito de Brasil, fue el aliado que traicionó al PT. El PMDB clavó el puñal en el pecho a Dilma. Así quedará en la historia. Tipos resbalosos como el actual presidente Michel Temer (foto) o el actual ex presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, se hicieron conocidos al mundo por la sordidez de sus ambiciones ocultas o por el uso de la corrupción viralizada como motor de la política. Los dos son del PMDB, impresentables, aborrecibles, pero fueron aliados del PT durante mucho tiempo. La gran mayoría de los legisladores del ex aliado militaron la destitución de Dilma.

Que el principal aliado se haya convertido en el principal enemigo genera dudas sobre la política de alianzas. En Argentina se generó ese debate en su momento por la relación entre kirchnerismo y pejotismo y más ahora cuando se ve el coqueteo de algunos sectores del PJ con el macrismo o con el massismo que busca desperonizar al PJ. O cuando queda en evidencia la debilidad política de gobernadores e intendentes y algunos sindicalistas ante los fondos del Ejecutivo Nacional.

Es probable que en Brasil, esa alianza haya sido un factor importante de la derrota. Pero lo real es que también que el PT ganó por esa alianza, igual que en Argentina. El PT ganó las elecciones porque cometió la herejía para una fuerza de izquierda de usar a su favor prácticas del mismo sistema político que se proponía transformar. El hecho de haber ganado demostró que era correcto, no porque el fin justifica los medios, sino porque es la única forma de ganar que deja abierta el sistema. Quedarse como fuerza testimonial en la oposición es hacerle el juego a un sistema que está armado para que las fuerzas populares jueguen siempre en ese lugar. Llegar al gobierno es una demostración de compromiso con la meta de transformar ese mismo sistema. De esa estrategia surgió la alianza con un PMDB mayoritariamente conservador y prebendario, con algunos sectores honestos que habían confrontado con el gobierno neoliberal de Fernando Henrique Cardozo. Fue un acuerdo programático, sobre la base de varios puntos que el PMDB aceptó a pesar de ser un partido conservador. Esa alianza sirvió para ganar, pero se demostró que no fue buena para gobernar. De allí surgió la traición que llevó al juicio político contra Dilma. Se ganó por esa alianza, pero también se perdió por ella. Algo pasó en el tramo que va del triunfo a la derrota. En esos años no hubo estrategias para transformar la naturaleza de esa alianza, y de la misma manera se aceptaron, sin generar alternativas ni transformarlos, otros mecanismos que se heredaron del viejo sistema de partidos, con lo cual cada votación en el Congreso se convertía en un mercado persa de intercambio de favores y venta de votos. El debate que se abre no puede ser nunca para reducir otra vez a las fuerzas populares a meras expresiones testimoniales, impotentes ante el saqueo del neoliberalismo. En democracia, la meta principal de las fuerzas populares es construir mayoría y no perderla nunca, lo que implica el diseño de alianzas lo más amplias posibles. Pero al mismo tiempo, la experiencia de los gobiernos populares demuestra que una vez en el gobierno, esas alianzas y muchos de los mecanismos que hacen funcionar al viejo sistema de partidos, se convierten también en un escenario de disputa para transformarlos en herramientas más democráticas.

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Imagen: AFP
 
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