EL MUNDO

Señoras y señores, pasen y vean el debate del Súper Martes que ya fue

John Kerry y John Edwards debatieron amablemente –quizá demasiado amablemente– en su última confrontación antes de la superprimaria del martes próximo. Es que la nominación puede estar ya decidida.

Por Andrew Gumbel *
Desde Los Angeles

Por un momento, mientras los estudiantes de la Universidad del Sur de California se reunían para mostrar sus colores partidarios fuera del debate de los candidatos presidenciales demócratas de la temporada de primarias, uno casi podía creer que todavía había una carrera por delante. El grupo de Kerry, incluyendo un puñado de trabajadores del sindicato de almacenes y varias docenas de enérgicos estudiantes, blandían carteles con “Cualquiera menos Bush” y cantaban slogans. El contingente de Edwards, más elegante, mayor y de aspecto conservador, se movía bajo una bandera con “Johnny Be Good”. Los partidarios de Dennis Kucinich bailaban al son de la música rap, escenificaban minishows con máscaras y propaganda de papel maché y generalmente desdeñaban a todos los demás como vendidos. Hasta Howard Dean, que se bajó de la carrera hace una semana, tenía a sus aguerridos partidarios determinados a votarlo de todos modos, discutiendo con la gente de Edwards sobre la mejor manera de detener el impulso de John Kerry y gritando coplas resentidas apuntadas al favorito (¡Howard definió el mensaje - Kerry lo robó!”).
Aunque, en realidad, la carrera del Súper Martes de la semana que viene no es ninguna competencia. Kerry tenía más de 40 puntos por delante de Edwards en California según una encuesta esta semana, y su liderazgo parece igualmente inalcanzable en Nueva York y Ohio. Los que hacen campaña en California podían ser perdonados por equivocarse, en función de la mera velocidad de los hechos: hace sólo un mes, Kerry tenía un 7 por ciento en las encuestas en California y Edwards tenía un 3 por ciento, con Dean liderando el paquete sin esfuerzo alguno. O quizá simplemente estaban frustrados porque sus voces distintas, aquí en el estado más populoso de la unión, nunca obtuvo una audiencia adecuada hasta que la carrera estuvo prácticamente terminada. El debate del jueves a la noche fue, en efecto, la última oportunidad de Edwards. Con demasiado campo por cubrir para hacer lo que hace mejor –hacer campaña con grupos de unos pocos cientos–, sólo podía esperar brillar más que Kerry tan definitivamente ante el panel de la CNN y los periodistas de Los Angeles Times que los votantes mirando la televisión se sintieran compelidos a volcar hacia él sus lealtades. Casi ciertamente, fracasó en el intento. El y Kerry estuvieron tan impecablemente amables uno con otro que ambos tuvieron dificultades para definir claramente las diferencias. Kerry respiraba seriedad, como siempre lo hace, aun a riesgo de parecer que se podía hundir como una piedra en cualquier momento. Edwards resultó más liviano, como lo es habitualmente, a riesgo de sonar superficial y poco preparado, especialmente en temas de política exterior y seguridad.
En realidad, una de las mayores carcajadas de la noche ocurrió cuando, sobre el tema de Haití, Kerry sugirió, siempre cuidadosamente: “Estoy en desacuerdo con John, un poquito...”. No hubo más polémica que eso. Con la nominación demócrata casi establecida, el mayor daño para ambos hombres, que bien pueden terminar juntos en la boleta, era parecer inconsistentes o hasta hipócritas en un número de temas clave. Ambos votaron a favor de la guerra contra Irak, pero ahora se oponen; ambos votaron por la piedra angular de la política educacional del presidente Bush, la ley del 2001 Ningún Niño Quede Atrás, pero ahora se oponen a ella, ambos votaron por la ley patriota, que aumentó cuantitativamente los poderes de la fuerza de la ley a costa de las libertades civiles, pero ahora se oponen. Los dos candidatos menores invitados al debate, Al Sharpton y Dennis Kucinich, señalaban este punto cada vez que podían.
Sobre Irak, Edwards salió mal parado cuando trató de justificar su posición cambiante. Cuando dijo que el presidente Bush no había conducido la guerra en la forma en que se esperaba de él, el moderador, Larry King, preguntó: “¿Quiere decir que fue engañado?”. Cuando le preguntaron si lamentaba su voto sobre Irak, dijo varias veces: “Hice lo que creí que eralo correcto en ese momento”. Pero no contestó directamente sí o no. A Kerry le fue un poco mejor, afirmando que su voto en octubre de 2002 fue por tres compromisos específicos que el presidente Bush no mantuvo: construir una coalición amplia, someterse a los inspectores de armas de las Naciones Unidas y usar la guerra como el último recurso. Pero también él tuvo problemas para evitar las acusaciones de oscilación. “No voy a escuchar al presidente Bush diciendo que tengo dos posturas sobre cada temas, cuando él tiene una postura equivocada en cada tema”, sostuvo Kerry. La frase sonaba enérgica mientras la decía, pero su lógica era confusa –por decir algo–, sugiriendo que prefería eludir cualquier tema que arriesgarse a equivocarse. En la cultura política de Estados Unidos, no es así como se supone que deben ser los presidentes.
Una audiencia de estudiantes de la Universidad de California del Sur que seguía el debate en el sótano del auditorio se rió de Kerry en ésta y varias otras coyunturas. Una señal no muy promisoria. Una partidaria de Edwards, una estudiante de ciencias ambientales llamada Shannon Callahn, contemplaba la candidatura de Kerry y temía por lo que veía. “La gente está tan enganchada por el mantra cualquiera menos Bush, que no se dan cuenta en qué se están metiendo”, dijo. Y su rostro se vio genuinamente dolido cuando añadió: “No creo que Kerry lo logre”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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Este puede haber sido el gesto más agresivo del amabilísimo debate en California.
 
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