EL MUNDO › OPINION

Por quién (no) vota Europa

 Por Claudio Uriarte

¿Por quién vota la “vieja Europa” (Alemania y Francia, en su núcleo), así estigmatizada por Donald Rumsfeld en los prolegómenos de la invasión a Irak, en las elecciones norteamericanas que se vienen? Por el culto, multilingüe, multilateralista y progresista John Forbes Kerry, ¿no es cierto? En realidad, no: lo más probable es que estén apoyando al tosco, ignorante, unilateralista y reaccionario George W. Bush.
Desde la Convención Demócrata de Boston en adelante, Kerry no se ha cansado de vender su visión para el futuro de Irak como una política de recomposición norteamericana con la OTAN y con la ONU que permita que los aliados ayuden a compartir la carga de pacificar, estabilizar y relanzar al virtual Estado número 51. También desde la convención, los diplomáticos europeos han estado jugando a una especie de apoyo a Kerry en el estilo de “dígalo con mímica”: mientras en público mantienen un irreprochable silencio sobre una campaña ajena, en privado se inclinan más a los guiños de ojo, dejando trascender afirmaciones como que “nadie acá lamentaría terriblemente una derrota de Bush”.
Paradójicamente, ninguna de estas dos cosas ha sido demasiado buena para Kerry. Por un lado, nadie ha explicado por qué Europa estaría más dispuesta a compartir la carga de la guerra en Irak con Kerry que con Bush. ¿Por qué uno es más educado y el otro no? ¿Por qué Kerry y su esposa Teresa son gente de mundo, que maneja fluidamente cinco idiomas, mientras Bush y su esposa Laura prefieren la compañía de las vacas de Texas? La diplomacia nunca se basa en tales empatías personales –lo que es una superstición norteamericana–. De hecho, desde que Kerry anunció su intento de gran recomposición con Europa, ni uno solo de sus países ha dado el menor indicio de que esté dispuesto a acompañarlo y sacarle las papas del fuego en Irak. Lo más probable es que no lo ayuden, y eso es porque la separación de intereses entre Europa y Estados Unidos en Medio Oriente tiene anclajes fuertes y estructurales –el petróleo y la seguridad, por caso–, y no se basa en cuestiones de humor personal o de snobismo cultural. El lunes, Bush tiene programado anunciar el retiro de unas 70.000 tropas de Europa y Asia –básicamente, Alemania y Corea del Sur–, lo que también es estructural, y no se basa en la malquerencia personal. Esas tropas, luego de la desaparición del “frente central” antisoviético en Alemania, tienen mucho menos sentido allí que su redespliegue en las repúblicas ex soviéticas de Asia Central, donde están más cerca de los nuevos ejes de conflicto, en Medio Oriente y en el sur de Asia. A la inversa, esa salida de Alemania y Francia del eje de prioridades estadounidenses supone que estos dos países están en busca de un nuevo rol.
Es aquí donde los guiños y susurros de la “vieja Europa” en favor de Kerry cobran su verdadera dimensión de ironía malévola. Cualquier apoyo de países extranjeros es el beso de la muerte para un candidato, y así lo han advertido los republicanos, con chistes como que Kerry “sería un excelente presidente... de Francia” o que “tiene un aire francés”. Desde luego, esto es falso: Kerry es tan norteamericano como la proverbial tarta de manzanas, pero los bushistas se aferrarán a la imagen Ivy League, aristocrática y progre de Kerry para resaltar la humanidad pura y simple, ataviada con botas de vaquero, del ranchero de Crawford. Por cierto, y en un magnífico despliegue de cinismo electoral, la campaña republicana ya ha empezado a mencionar las riquezas personales y las propiedades del matrimonio Kerry. El petrolero Bush, ya se sabe, es poco más que un indigente.
La actitud de la “vieja Europa” no debería sorprender. Con el texano bruto y unilateral en la Casa Blanca, Europa tiene un papel independiente que jugar, que se diluiría bastante en Medio Oriente, y ante la opinión pública internacional, si el ocupante de la Casa Blanca resultara ahora un hombre razonable, que sólo quiere hacer las cosas bien. Por eso, y porque la invasión a Irak fue estructuralmente en contra de los intereses europeos en Oriente Medio, puede conjeturarse que los europeos no apoyarán a John Kerry como no lo hicieron con Bush. Es por la misma razón que las promesas de Kerry de revertir el déficit y la desigualdad de la riqueza por medio de terminar con los privilegios impositivos para los más ricos suenan tristemente huecas: no solamente porque las cifras no dan, sino porque Bush, con la creación de un déficit presupuestario record de más de 500.000 millones de dólares, ha modificado la realidad de manera demasiado estructural como para volver en cuatro años a donde se estaba cuatro años atrás. Como lo hizo con su invasión a Irak.

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