EL MUNDO › OPINION

Consecuencias

 Por Horacio Verbitsky

El monstruoso episodio de la escuela de Beslan tiene algunos aspectos obvios, que la prensa internacional se ha encargado de destacar, como la ferocidad de los ocupantes que tomaron como rehenes a un millar de criaturas, el componente étnico del conflicto que opone a los independentistas chechenos con Rusia y su inscripción dentro de la confrontación global que el presidente de los Estados Unidos George W. Bush denomina guerra contra el terrorismo.
Otros ángulos no han sido objeto de reflexión, en especial uno que los argentinos conocemos demasiado bien: el empleo de fuerzas militares en operaciones de seguridad en un ambiente urbano. El cerco fue formado por policías, comandos especiales de la ex KGB y tropas del Ejército, bajo dependencia del ministerio de Defensa. La evaluación no cambia tanto si se toman como sinceras las explicaciones oficiales como si se les aplica una mirada escéptica. Lo mismo da que la fuga de unos pocos rehenes y los disparos por la espalda que les hicieron los terroristas desconcertaran los planes para un largo asedio o que se haya tratado de una fría decisión del mismo liderazgo que perpetró una masacre en el teatro Dubrovka de Moscú, donde por cada asaltante murieron tres espectadores.
En cualquier caso, los medios empleados no fueron idóneos para preservar el valor supremo de la vida y la integridad física de las víctimas. Ni siquiera podría decirse que se afirmó el principio de autoridad, ya que el desenlace atroz con centenares de chicos muertos y heridos sólo conviene a los fines de los separatistas chechenos de llamar la atención mundial. Por más licencias de lenguaje que se consientan, es ostensible la imposibilidad de resolver este tipo de situaciones con tácticas y armamentos concebidos para la verdadera guerra. Esto ya fue evidente cuando el Ejército estadounidense arrasó la ciudad de Faluja, con su población civil adentro, en represalia por el asesinato de un par de mercenarios o, con la eufemística denominación actual, contratistas. La satanización previa del pueblo iraquí y la distancia entre los hechos y la metrópoli que los desató pudo velar la reflexión al respecto. Ni siquiera eso ocurre ahora, cuando soldados rusos mataron a niños rusos.
Quienes por convicción y sin propósitos ocultos se ilusionan con soluciones drásticas para problemas complejos podrán extraer útiles conclusiones del trágico suceso.

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