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El Alto que se niega a bajarse de la lucha

La ciudad-dormitorio de El Alto, que estuvo a la vanguardia del bloqueo de La Paz y de la lucha que terminó con las esperanzas presidenciales de Hormando Vaca Díez y Mario Cossío, dio ayer un plazo de 72 horas al gobierno del nuevo presidente Eduardo Rodríguez.

 Por Eduardo Febbro

Desde El Alto

La gente mira nerviosa, con una desconfianza en los ojos y los gestos que cuesta unos cuantos minutos despejar. Ni siquiera un pasaporte argentino basta para arrancar una sonrisa. “El problema es que ustedes, los argentinos, nos compran el gas a siete centavos de dólar y luego nos lo venden a tres dólares”, dice un vecino. Habla en voz alta, con un fuerte tono de reproche. “No es justo –dice al final–. Las riquezas del suelo son nuestras y la burguesía que nos gobierna la está dilapidando, regalando a otras burguesías.”
En Juan Pablo II, la principal avenida de El Alto, la elección del nuevo presidente no calmó del todo los ánimos. “Estamos más tranquilos pero no nos rendimos. Seguimos en la lucha”, dice uno de los dirigentes gremiales de El Alto. La ciudad “pulmón” de La Paz no se plegó a la orden general de desmovilización. Muchos tramos de la avenida siguen cortados por piquetes levantados con piedras, troncos y una multitud de vidrios rotos que impiden el paso de los autos. El Alto decidió ayer dejarle “72 horas” al gobierno para que analice bien las peticiones formuladas por esta zona rebelde que cada vez que se levantó acabó con un presidente. En el 2003, fue la rebelión de El Alto la que puso en marcha la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada. Casi dos años más tarde y por otros motivos, El Alto volvió a poner en la calle a otro jefe de Estado, Carlos Mesa. Eduardo Rodríguez, el recién designado mandatario, ha recibido la primera advertencia. La gente de El Alto recién levantará las barreras el próximo lunes. Hasta entonces, La Paz vivirá sin suministros y sin combustible. Y cuando El Alto se tapa, La Paz no respira ni se alimenta. “No queremos la guerra, pero tampoco que se burlen de nuestras exigencias”, asegura una mujer que lleva un banderín de su unidad vecinal levantado en alto. “Mi pueblo necesita líderes auténticos, que no mendiguen ni se vendan.” La canción suena en la radio de un auto. La gente la escucha con respeto religioso y se sobresalta cuando el cantante exclama: “Yo creo en ti patria mía, yo creo en ti. Por eso te canto”.
Cosme Ortiz espera emocionado los últimos rasguidos de la guitarra. Para este dirigente vecinal, las barreras que bloquean el acceso a La Paz no se levantarán así nomás. A lo sumo, admite, habrá un compás de espera. “Nuestra lucha sigue en pie, El Alto estará siempre de pie y nunca de rodillas. Nosotros le pedimos al gobierno que nos dé la nacionalización de nuestros hidrocarburos, por eso estamos aquí.” Al hombre no le gusta que se confundan los términos de la lucha. Las barreras nada tienen que ver con la figura del renunciante Carlos Mesa. “Nosotros no hemos pedido la dimisión del presidente. Hemos pedido la nacionalización de los hidrocarburos. No hay que mezclar las cosas. No nos conformamos con el cambio de gobierno. Le dejamos un tiempito de observación.”
Felipe Vacani Chumbi tiene la sangre más caliente. El hombre se define como un “eslabón de la base”. Se le nota en los gestos y en su discurso que lleva años en la lucha y que no hace falta molestarlo para que se declare dispuesto a morir. Chumbi encarna más de un combate. Desde luego, por principio y condición el de las riquezas del suelo, el de la Asamblea Constituyente, el del cambio del modelo social. Por su identidad de aymara, una reivindicación mucho más antigua. “Ustedes tienen derechos fundamentales, garantías constitucionales, derechos humanos y contenidos jurídicos en la Constitución. Pero aquí en Bolivia es delito reclamar el derecho a la vida, a la educación. La Constitución política del Estado es una prostituta.”
“Chumbi habla en voz alta, con frases secas y cortantes. La gente lo escucha con ensimismado respeto y hace un círculo en torno de él. En un abrir y cerrar de ojos hay decenas de personas que formaron una ronda. “Acá, desde los años ’50, empezando por el ex presidente Paz Estenssoro hasta el ex presidente Mesa, de descendencia española, toda esa burguesía incipiente y oligárquica no ha respetado la Constitución. Y jamás la respetarán porque este es un país de corruptos.” La muchedumbre que lo rodea asiente con la cabeza. Chumbi, lanzado en su denuncia, completa su análisis citando a Jean Jacques Rousseau, uno de los inspiradores de la Revolución Francesa de 1789: “Rousseau dijo ‘el pueblo es esclavo, ni siquiera es libre en el momento del sufragio’. Rousseau tenía razón. Nosotros los aymaras decimos: a cada quien, a cada cual. Ha llegado la hora de que nos gobernemos nosotros mismos. Si no nos dejan participar en las condiciones que planteo, mis hermanos se van a sacrificar hasta las últimas consecuencias”.
“Dignidad, no venderemos nuestra dignidad”, advirtió Jacinto. Subido a un montículo de piedras, el hombre pasa revista a los hombres de “la base” presentes en la barrera de la Avenida Juan Pablo II. “Nosotros como alteños hemos tratado de solucionar los problemas del país, pero los gobiernos no nos han dado ninguna respuesta positiva”, explica con calma pedagógica. La “nueva” configuración política de Bolivia no suscita en él muchas esperanzas. Como los demás dirigentes, está dispuesto a levantar el bloqueo “para ver qué hacen las nuevas autoridades”, pero nada más. “Nuestras familias estaban en agonía, ya no teníamos recursos para subsistir. Pero bueno, la gente que nos gobierna nos ha dado una respuesta con la sucesión del presidente. No estamos conformes, queremos que se instaure un nuevo gobierno, que se convoque la Asamblea Constituyente. Pero como alteños y como clase proletaria, como clase esclavizada, nosotros queremos una mejora de nuestra vida, una mejora para todos los que vivimos en las zonas marginales. Estaremos en la lucha hasta que los hidrocarburos sean nuestros.”
A El Alto no lo seducen los signos de apertura de una clase política que representa la corrupción y la expoliación. A lo sumo, Eduardo Rodríguez aparece como “un hombre de la ley” que está afuera de los circuitos políticos tradicionales. “Eso al menos puede ser una garantía temporal. Por lo demás, ya veremos”, advierte un comerciante. “Acá no hay rendición sino paciencia, un poquitito de espera sin ilusiones. Y volveremos a movilizarnos. La burguesía tiene sus armas, por ejemplo la corrupción. Nosotros tenemos las barreras y la movilización de nuestros compañeros”, dice Víctor Jacinto. “Estamos tranquilos”, completa Hernando, uno de sus compañeros, que agrega: “Tranquilos porque no queríamos dictadores ni políticos que vinieran a hacernos daño. Pero veremos, veremos qué hace el nuevo presidente con los pedidos de todo el pueblo alteño”. “Ya vimos muchas corbatas y todas nos estrangulan con la misma política”, asegura con firmeza Felipe, un jefe de los duros de la Avenida Juan Pablo II. “El día que nacionalicen los hidrocarburos y que se cambie el Estado boliviano, ese día, tal vez, empecemos a creer.”
La luz se va yendo de a poco. Los pobladores de El Alto se sientan al borde de la vereda para esperar las noticias de La Paz. Quieren saber si la dirigencia mantiene los cortes o hay que levantarlos. La ciudad es un laberinto de piedras acumuladas que cierran el paso. Las noticias llegan de a poco. Los dirigentes de “la base” saben que hoy o dentro de algunos días los piquetes tendrán que desaparecer. En el fondo, anhelan asfixiar los caminos hasta que no estén seguros de que el suelo les pertenece, de que el hambre y la pobreza serán un mal recuerdo borrado con los beneficios de los hidrocarburos. “Pero falta mucho compañero, un buen tramo de lucha y unos cuantos meses más, pareciditos a estas semanas decaminos bloqueados. Y acá nos tienen, ayer, hoy y mañana, en la cita de la lucha por lo que es nuestro.”

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Eduardo Rodríguez (izq.) en un apretón de manos con su predecesor, Carlos Mesa.
 
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