EL MUNDO › OPINION

Pensando lo impensable

Por Claudio Uriarte

Es hora de pensar lo impensable, y empezar a considerar la posibilidad de que los ataques de Londres marquen un nuevo punto bajo dentro de un declive sostenido de las capacidades operativas y logísticas de Al Qaida desde su pico de septiembre del 2001. Es decir, que la guerra antiterrorista esté siendo ganada, aunque con importantes “daños colaterales” para los atacantes (la sangría en Irak, las mismas víctimas del 7/7).
Considérense los hechos. El 11 de septiembre de 2001, y después de un crescendo operativo que había incluido la voladura de las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania (más de 200 muertos, la mayoría nativos de esos países), y el ataque de 1999 contra el destructor norteamericano USS Cole (una veintena de muertos, todos norteamericanos, aparte del kamikaze atacante), la capacidad operativa de Al Qaida alcanzó su pico con el secuestro de cuatro aviones civiles que destruyeron blancos financieros y militares de primera línea, como las dos Torres Gemelas y un ala del Pentágono, causando más de 3 mil muertos (si se cree en las sedantes estadísticas oficiales), la mayoría norteamericanos. El 11 de marzo de 2004, los agentes de campo de Al Qaida fueron terroristas con bombas y temporizadores (contrariamente a los kamikazes del 11-S) y fueron posteriormente neutralizados; los blancos fueron trenes y estaciones sin vigilancia especial, y los muertos unos 200. El 7 de julio pasado, no hay evidencia hasta ahora de kamikazes, los blancos fueron estaciones de subte de Londres y los muertos extraoficialmente admitidos hasta ahora son 80 (aunque puedan desbordar los 100 con el paso de los días, entre desaparecidos y heridos graves). Es decir que se registra una baja en la calidad, el impacto, los blancos y alcance de los atentados, midiéndose esta baja por una serie de variables que va desde la sofisticación de los recursos y el entrenamiento empleados (secuestrar cuatro aviones y dirigirlos a blancos estratégicos obviamente no es lo mismo que dejar varias bombas en portafolios en el subte londinense), el daño infligido, el número de bajas, el poder tanto simbólico como material de los objetivos y el grado de motivación de los atacantes (un kamikaze está más motivado que un terrorista común). (Dejamos voluntariamente fuera de este cómputo los ataques contra Yerba, Casablanca, Bali o Estambul por tratarse de operaciones de retaguardia y de acción indirecta contra blancos muy fáciles: una sinagoga, una discoteca, un banco cerrado, etcétera.)
Del atentado del 7/7, los especialistas extraen conclusiones fuertemente divergentes. Por ejemplo, Guillaume Dasquier, experto francés consultado el mismo día 7 por Página/12, dijo que demostraba que la teoría de que Al Qaida era una red descentralizada, horizontal y sin comando central era un “total disparate (ver Página/12 del 8/7). Pero, un día después, el británico Simon Sole, también consultado por este diario, calificó a Al Qaida como “una cáscara vacía” y a los atacantes como “grupos embrionarios” locales y no regionales, sin la misma capacidad operativa que “la antigua Al Qaida”. En principio, la verdad parecería hallarse en un punto medio de conjeturabilidad analítica: los atentados de Londres ciertamente fueron más fáciles y de menor impacto que sus predecesores, pero atacar la capital británica es seguramente una decisión estratégica que fue tomada con mucha antelación (posiblemente para que coincidiera con la cumbre del G-8); es difícil que una iniciativa de este porte haya sido librada a la improvisación de células durmientes dispersas, aunque entre la emisión de la orden y su ejecución práctica hayan debido transcurrir muchos meses de “silencio de radio”.
De modo que la sofisticación de que se habla ahora respecto del 7/7 queda reducida, en la práctica, a la obtención de los explosivos, a los que Scotland Yard califica ahora como de grado militar: entrar a un subte es fácil, dejar “olvidada” una valija con un poco de explosivo plástico y un temporizador, también. El ya citado Sole hace notar, en la entrevista de Página/12 (publicada el 9/7), que “lograr introducir explosivos a una isla requiere una buena red clandestina”, pero esto descarta la posibilidad de un aprovisionamiento local. Por muchos años, el Ejército Republicano Irlandés (IRA) almacenó cantidades del explosivo plástico checo de alto poder Semtex B; aunque el IRA no tuvo nada que ver con el 7/7, no es imposible que algunas cantidades de esa sustancia hayan encontrado su camino hacia los terroristas; de hecho, las cantidades empleadas parecen haber sido pequeñas.
En una guerra, el enemigo aprende. Y Al Qaida puede estar sufriendo de la operación de asfixia financiera y persecución material montada en su contra, y en escala global, después del 11-S.

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