EL PAíS

Un acto con indirectas pero mucho cuidado en no levantar la apuesta

El público se encargó de las críticas “al tuerto”, pero en el palco de la quinta de Perón tuvieron cuidado en no dar nombres. Hubo euforia en un “actazo” con pocos intendentes y mil personas sentadas en el jardín. Rico fue el campeón en firmar autógrafos.

 Por Martín Piqué

“El presidente de la Nación prácticamente me ordenó que no fuera candidata. Y acá estoy.” Era la segunda vez que Chiche Duhalde mencionaba a Néstor Kirchner –la primera había sido una vaga referencia a los presidentes peronistas–, pero algo en su voz sonaba diferente. Había llegado el momento del desafío, de asegurar que nada la haría retroceder.
Y la declaración de rebeldía fue festejada como una victoria por las más de mil personas que ocupaban la quinta 17 de Octubre de San Vicente. Hacía mucho que no se veía festejar así. Tanto festejó el duhaldismo, encabezado por el propio Eduardo Duhalde sentado en primera fila junto a sus hijos Tomás y Analía, que la ovación que acompañó al final del discurso de Chiche se pareció más a una catarsis colectiva que a otra cosa.
El lanzamiento de Chiche Duhalde como primera candidata a senadora funcionó como un espejo invertido del de Cristina Kirchner. Si el acto de la primera dama encarnó poder y majestuosidad por la masiva presencia de gobernadores y el escenario del Teatro Argentino de La Plata, el de la esposa de Duhalde fue la expresión más pura del peronismo ortodoxo. El modesto palco había sido colocado justo en la puerta del chalet que Perón y Evita habitaban a fines de los ’40. Los oradores –Jorge Villaverde, candidato a primer diputado; José María Díaz Bancalari, que compite por la segunda senaduría y, por supuesto, Chiche– hablaron con un toldo amarillo y blanco y la piedra gris de la “casa de Perón” como toda escenografía.
Los tres discursos fueron pronunciados con un tono calmo, que tuvo momentos de fervor pero que nunca se contagió de los cantitos contra los “traidores” que partieron de la multitud. En eso se respetó la idea previa de los organizadores, que era “no escalar la pelea” para evitar que la pirotecnia verbal se vuelva incontrolable. Los tres oradores se preocuparon, también, por subrayar algunos argumentos que se anticipaban a eventuales críticas del kirchnerismo: el más obvio fue el “compromiso con las instituciones y la democracia”, un tópico que destacaron Villaverde –quien hizo un discurso tan republicano que parecía del ARI–, Díaz Bancalari –citó la famosa frase de Perón sobre la patria, el movimiento y los hombres– y la misma Chiche. Para reforzar el efecto, los candidatos firmaron un “compromiso por la gobernabilidad en la Argentina”.
Aunque se evitaron los desbordes, en los discursos se escucharon críticas sutiles que apuntaban a Néstor Kirchner sin nombrarlo. El público interpretó varias referencias como críticas al Presidente. “Hay que ser agradecidos. Pobres de espíritu los ingratos. El ingrato es aquel que reniega o que quiere esconder los beneficios recibidos”, fue una de Villaverde que encendió aplausos y gritos contra el jefe de Estado. Otra indirecta fue una chicana de Díaz Bancalari, quien recordó los rechazos que padeció Duhalde cuando le ofreció a algunos gobernadores –entre ellos el santacruceño– integrar el gabinete de su gobierno. “Muchos de los que hoy se rasgan las vestiduras se asustaron.”
El acto mostró el impacto que sufrió el duhaldismo con las deserciones de último momento y los pases de bando de muchos intendentes. En las 1500 sillas que se colocaron en el jardín se sentaron sólo 12 intendentes peronistas. La mayoría eran del sur del conurbano, de la tercera sección que vio nacer el poder de Duhalde. Estaban Manuel Quindimil (Lanús), Baldomero “Cacho” Alvarez (Avellaneda), Brígida Malacrida de Arcuri (General Perón), Juan José Mussi (Berazategui), Hugo Curto (Tres de Febrero), Jesús Cariglino (Malvinas Argentinas) y Jorge Rossi (Lomas de Zamora), entre otros. Pero la atención de las cámaras se concentró en las primeras dos filas de asientos.
Con una economía de gestos notable, Duhalde se ubicó en el centro de la primera fila. De chomba blanca, lo flanqueaban dos de sus hijos y la vicegobernadora Graciela Giannettasio. Una hilera atrás seguían el titular de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño; el ex titular del Banco Provincia, Jorge Sarghini; el dirigente de las 62 Organizaciones, Gerónimo “Momo” Venegas, y la diputada Graciela Camaño. En la tercera fila se veía al empresario Francisco de Narváez, financista del Mausoleo de Perón que apoyó a Carlos Menem en la última campaña presidencial. Otra presencia comentada fue la del ex carapintada Aldo Rico, quien ganó la competencia no declarada por los pedidos de autógrafos.
En las primeras filas se observó una preocupación especial por hacer sentir bien a Díaz Bancalari. El jefe de la bancada del PJ, de un bronceado infrecuente para esta época del año, fue el que recibió más vítores. A pesar de los cantitos enfervorizados que cargaban contra los “traidores”, Díaz Bancalari reconoció que su ánimo era mucho menos rupturista que el de muchos duhaldistas. “Yo no puedo negar que me hubiera gustado que estuviéramos acá todos juntos”, confesó, lo que despertó algunos aplausos. Aunque más consenso tuvieron los gritos contra “el tuerto” y la repetición del clásico futbolero que atronó más tarde: “Y ya lo ve/ y ya lo ve/ es para Cristina/ que lo mirá por tevé”.
Con el fervor en su punto más álgido, el locutor presentó a la estrella de la tarde. “Es una luchadora de corazón, con una tesonera labor en favor de los humildes. Es la creadora del Plan Vida y dos veces diputada nacional... Hilda González de Duhalde”, anunció. “Olé/ olé/ Chiche/ Chicheee”, la recibió el público agitando banderas argentinas. La diputada comenzó con el clásico de todo discurso duhaldista: subrayó que el PJ bonaerense “se hizo cargo” de la crisis de 2001 y evitó la anarquía. Luego reconoció que “la economía está mejorando” pero enseguida moderó sus elogios al referirse a la pobreza y la exclusión. “Las políticas sociales siguen teniendo vigencia”, subrayó. Era una respuesta indirecta a Cristina Kirchner, quien dos días antes había cuestionado a las políticas sociales que no fomentan “la organización” y que refuerzan “la dependencia”.
En el resto de su discurso, Chiche planteó cuestionamientos al Gobierno que forman parte de la agenda pública y que algunas instituciones, como la Iglesia, algunos medios y asociaciones internacionales de prensa, hicieron. La flamante candidata dijo que iba a luchar por “la independencia de poderes” y “la tolerancia”. “Algunos entienden el poder como un juego, tienen una actitud lúdica con el poder”, azuzó. Otra vez fue una respuesta puntual a una burla que había hecho Cristina sobre quienes entienden el poder como un “sacrificio” (dirigida a Duhalde y sus tantas veces anunciado alejamiento de la política).
A medida que la candidata iba lanzando críticas, ninguna con nombre propio, el público respondía pidiendo más. A veces la interrumpía y ella se limitaba a sonreír, como cuando un dirigente de segunda línea lanzó una frase desde el palco de prensa:
–Va a tronar el escarmiento, compañera –gritó.
Chiche terminó su arenga con una polémica mención a la política oficial de derechos humanos. “Le pido al Presidente que deje el pasado para los historiadores y para la Justicia y que comencemos a construir, que hay mucho por hacer”, exhortó. La frase, que despertó otra vez el entusiasmo de una buena parte de la concurrencia, generó rápidas reacciones en el kirchnerismo. Pero también en los organismos de derechos humanos. De visita en Roma, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, la cuestionó en diálogo con Página/12 (ver recuadro).
Las caras de algunos históricos duhaldistas lo decían todo. El vicepresidente del Senado bonaerense, Antonio Arcuri, se abrazaba desencajado con quien se le pasaba adelante. También se lo notaba eufórico al diputado Juan José Alvarez, coordinador de campaña del PJ bonaerense. “Fue un actazo”, evaluaba mientras se saludaba a los gritos con el titular de la Cámara de Diputados, Osvaldo Mércuri. En el aire se sentía el clima de distensión que sigue a la represión forzada de las opiniones.

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El acto fue ortodoxamente folklórico: se habló mucho de “lealtad” y de “traidores” que se borran.
 
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