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La visita de Benedicto XVI puso al descubierto dos Valencias diferentes

El Papa dio ayer su misa de cierre en suelo español, que contó con un millón de fieles. En contraste, hubo quienes manifestaron desde fastidio hasta indiferencia por la breve estadía del Sumo Pontífice en la ciudad mediterránea.

 Por Oscar Guisoni
Desde Valencia

El papa Benedicto XVI culminó ayer su breve visita de 26 horas a España sin que su presencia haya convocado las multitudes que esperaban los organizadores del V Encuentro Mundial de las Familias. La policía local estima que 400 mil peregrinos siguieron el discurso de clausura del evento que impartió el Papa el sábado por la noche y casi un millón asistieron en la mañana de ayer a la misa con la que Josef Ratzinger se despidió del país. Bastante menos del millón y medio que esperaban las autoridades y la Iglesia local.

Detrás queda la polémica por la sonora ausencia de José Luis Rodríguez Zapatero en la misa dominical. Aunque Benedicto XVI suavizó sus críticas al gobierno socialista español y se limitó a defender el rol de la familia tradicional por encima de otro tipo de uniones, en clara referencia a la reciente ley que permite el matrimonio entre homosexuales, su vocero Joaquín Navarro Valls tensó el ambiente con unas declaraciones que dejaron entrever el fastidio del Santo Padre por la ausencia del jefe de gobierno.

Navarro Valls comparó a Zapatero con Fidel Castro, Daniel Ortega y el ex dictador polaco Jaruzelski, todos ellos considerados auténticas bestias negras por la Iglesia Católica que, sin embargo, no dudaron en asistir a la misa cuando Juan Pablo II visitó sus países. El gobierno español no se dio por aludido y se consideró suficientemente representado por su ministro de Relaciones Exteriores, Miguel Angel Moratinos, y el de Justicia, Juan Fernando López Aguilar.

Zapatero sabe del fastidio que la visita papal ha provocado en una España cada vez más laica que censura los fastos y el derroche con el que Benedicto XVI fue recibido en Valencia. Se evitó además una esperada rechifla por parte de los grupos más conservadores, vinculados al Opus Dei, que cooptaron la organización del Encuentro.

La ciudad mediterránea, cuna de una familia tan emblemática de la Iglesia fastuosa como lo fueron los Borgia, demostró el fin de semana que la tradición no se ha perdido. La Valencia de Calixto III y Alejandro VI, los Borgia que gobernaron la Iglesia a finales del siglo XV y principios del XVI, era famosa por su fastuosidad y lujos. La Valencia del siglo XXI, gobernada por una derecha más atenta a la especulación inmobiliaria que a la seguridad del transporte público (el accidente que costó la vida a 42 personas en el subte local el pasado lunes se debió a la falta de inversión del gobierno local), se gastó 30 millones de euros en la organización de la visita papal. En los barrios periféricos de la ciudad se notaba ayer el fastidio de los olvidados de siempre. “El centro parece una ciudad de reyes y por aquí, que no pasará el Papa, no recogen ni la basura” se queja un vecino del barrio de La Malvarrosa, mientras señala un terreno baldío lleno de escombros que el gobierno local no limpia desde hace meses.

La llegada del Papa dejó al descubierto dos Valencias muy diferentes. La parte elegante de la ciudad se vistió de amarillo y blanco. Los vecinos sacaron las banderas vaticanas al balcón y hasta las flores de los maceteros reproducían los colores de Roma. La intendencia local no dejó calle sin arreglar ni farola sin pintar en el trayecto que iba a recorrer el Papa y preparó el megaaltar frente al faraónico complejo de la Ciudad de las Ciencias y las Artes, obra del arquitecto Santiago Calatrava, que se comió el presupuesto local durante los últimos años de modo vertiginoso. Mientras tanto, en Orriols o en Russafa, dos de los barrios más pobres de la ciudad, eran las pancartas de protesta distribuidas por la plataforma “Yo no te espero”, contraria a la llegada del Papa, las más elegidas para adornar los balcones.

“Esa gentuza que no tiene respeto”, se lamentaba una peregrina toda vestida de amarillo, al ver un cartel contrario a la presencia del Papa en un balcón. La señora llevaba una elegante gorra visera vaticana, la misma que lució durante la misa el líder del opositor Partido Popular, Mariano Rajoy. La señora, como otros tantos asistentes al evento, concluía su vestuario con la famosa “mochila del peregrino”, también amarilla y blanca y que costaba 15 euros en los kioscos de la ciudad. Una amplia operación de merchandising que se completó con “la silla para ver el Papa”, 18 euros; el pack del peregrino que ofrecían algunos bares (1 sandwich y una latita de Coca por 5 euros); la bandera Vaticana, entre 7 y 10 euros, o el “menú del peregrino” que oscilaba entre 9 y 14 euros, entre un 20 y un 30 por ciento más caro de lo habitual. La visita también despertó la avaricia de los valencianos que llegaron a cobrar 1200 euros por una habitación para dos personas durante el fin de semana en una casa particular. Los hoteles de la ciudad también aumentaron sus tarifas y ocuparon con éxito todas sus plazas.

El Papa abandonó la ciudad después de concluida la misa, con un breve paseo en el Papamóvil bajo un calor bochornoso que a esas horas rozaba los 34 grados. El blanco inmaculado de su traje contrastaba con los muy modernos anteojos negros que Benedicto se calzó para evitar el impacto del sol del mediodía. Todo un símbolo, muy a tono con la pompa que impregnó su breve viaje.

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Una vez más, Ratzinger defendió la familia tradicional.
 
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