EL MUNDO › EN FRANCIA EL DEBATE ELECTORAL PASA POR LA IDENTIDAD Y EL NACIONALISMO

Cada quien con una bandera en su casa

La socialista Ségòlene Royal, en campaña, pidió que cada francés tenga una bandera. Tocó un tema de derecha, el nacionalismo.

 Por Eduardo Febbro
Desde París

¿Quién es el mejor defensor de la bandera francesa? ¿La extrema derecha, la derecha tradicional o los socialistas? A estos márgenes de vacuidad llegó en estos días la campaña electoral para las presidenciales francesas. La primera vuelta está prevista para el próximo 22 de abril, pero el debate que enciende la clase política no es el desempleo –en algunos suburbios llega al 50 por ciento–, el modelo económico, el sistema de protección social, la delincuencia o las políticas a favor de la vivienda: la cuestión central es la bandera, es decir, la identidad francesa. El delirio identitario llegó a tal sobredimensión que, en su primera plana y a cinco columnas, el diario popular Le Parisien presentó ayer el siguiente titular: “¿Qué es ser francés?”.

La responsable de la propagación de esta peligrosa temática no es la derecha, sino la mismísima candidata socialista, Ségolène Royal. La bandera y la identidad son ángulos casi exclusivos de la derecha y sus extremos pero, en busca del electorado popular que se le fue de las urnas, la representante socialista incursionó en ese ambiguo territorio de la bandera. Ello le valió a Royal el apodo de “Madre Patria”. El nacional patriotismo empezó a ocupar la campaña cuando Royal cambió el corte de sus reuniones públicas y se puso a cantar el himno nacional, la Marsellesa, de la misma manera que suele hacerlo el líder de la extrema derecha, Jean–Marie Le Pen.

El detalle de la bandera vino después, cuando la señora Royal recomendó: “Todos los franceses deberían tener una (bandera) en su casa”. Entre las declaraciones xenófobas de Jean-Marie Le Pen, la idea de crear un Ministerio de la Inmigración y de la Identidad Nacional lanzada por el candidato oficialista Nicolas Sarkozy y, ahora, la bandera francesa sacada de la galera por la izquierda, todo el abanico de la obsesión nacional, del proteccionismo identitario y casi del insulto a las millones de personas que residen y trabajan en Francia legalmente han recorrido en las últimas semanas la gama más baja del discurso político.

¿Dónde están las grandes propuestas, las ideas, las reformas? Tal vez resumidas en un Ministerio de la Inmigración y de la Identidad Nacional y en una bandera. Poco y ridículo como para encarnar, como lo pretende el presidente francés, Jacques Chirac, un modelo alternativo francés a escala mundial. Julien Dray, el portavoz de Royal, justificó el recurso a la bandera diciendo: “Las clases populares tienen la impresión de que Francia desaparece. Hay una inquietud”. A su vez, Royal explicó: “Una de las motivaciones de las categorías populares que votaron no a la Constitución europea era una cuestión existencial que consistía en saber si Francia iba a disolverse en Europa”. Su respuesta a esa inquietud resultó una reivindicación activa de los emblemas nacionales: el himno, la bandera. La divisa francesa parece muy lejos: libertad, igualdad, fraternidad. El entorno de la candidata socialista argumenta que el impacto de la globalización y los temores que acarrea justifican una reactualización de la lectura de la nación a fin de que las clases populares no sientan que el Estado se aleja de ellas, que deja de protegerlas o de preservar la identidad. Sin embargo, es lícito interrogarse sobre la pertinencia de usar un discurso étnico como antídoto de la globalización y, de paso, olvidar poner un contenido a las propuestas políticas para aliviar sus excesos o integrar a sus excluidos.

La táctica de la aspirante socialista es coherente: se trata de arrancarles a la derecha y a la extrema derecha el monopolio del patriotismo y, con ello, arar en los campos del electorado popular, al que esos temas le importan mucho. Pero el riesgo no es por ello menos alto: poniendo banderas e himnos se legitimiza aún más a Jean-Marie Le Pen y se desdibujan las fronteras entre los planteamientos políticos. “Agitar una bandera no hace de una persona un patriota”, dijo el lunes Jean-Marie Le Pen. La bandera que cada francés debería tener en su casa parece también una extensión del afiche de campaña de Ségolène Royal: “Francia presidenta”, dice el texto bajo el título “El cambio”. Extraña manera de reencarnar la modernidad y la reconfiguración de la izquierda. Podría dar lugar a un nuevo afiche electoral, común a todos los partidos que participan en esta campaña: “Regresemos al pasado, que es nuestro mejor futuro”.

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A Royal la apodaron “Madre Patria”, por hablar de la bandera.
 
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