EL MUNDO

Los muertos del paredón

 Por Cristián Elena

Según la Fundación Berliner Mauer, entre 1969 y 1989 perdieron la vida en incidentes relacionados con el régimen fronterizo en Berlín 136 personas, 98 de las cuales eran refugiados de la RDA, entre ellos ocho soldados de frontera.

En Alemania, a estas víctimas, que hoy estarán en el centro de los homenajes (foto), se las conoce lacónicamente como “muertos del Muro”. La burocracia del régimen germano-oriental, en cambio, se esmeraba en generar denominaciones más elaboradas, en las que la épica y el cinismo no se sacaban ventaja. Así, la construcción que partía Berlín en dos no era un simple muro, sino la “muralla antifascista”, y quien osara traspasarla se convertía –ante los ojos de las autoridades– en un “violador de frontera”. El hacerse acreedor de ese status implicaba, además de la posibilidad concreta de perder la vida, volverse presa de un fino repertorio de actos de humillación por parte del Estado, que tenían como objetivo denigrar la memoria de las víctimas y simultáneamente el dolor de sus familiares.

Por eso, a la familia de Karl-Heinz Kube, la urna con las cenizas de su hijo le llegó por correo en vísperas de la Navidad de 1966, meses después de su frustrado intento de fuga. Remitente: el Estado. Kube, un joven de 17 años, había intentado cruzar a Berlín Oeste a través del canal de Teltow (una especie de prolongación fluvial del muro), donde fue interceptado por soldados fronterizos apostados en el lugar, que le dieron muerte. Sus ejecutores (quienes se atuvieron sin atenuantes a cumplir el protocolo que rezaba “los violadores de frontera deben ser arrestados o aniquilados”) recibieron sendas condecoraciones al mérito en servicio.

Para los familiares de Kube lo más parecido a una reparación (tardía) llegó recién el pasado lunes, cuando, en el marco de las actividades recordatorias de la construcción del Muro, los gobernadores de Berlín y Brandeburgo (el estado federal dentro de cuyo territorio se encuentra la ciudad-estado de Berlín) inauguraron en la ribera del canal una estela que homenajea a su hermano Karl-Heinz, contando la historia de su vida, que el régimen había condenado al anonimato.

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