EL MUNDO › LOS PERIODISTAS, ATACADOS DE NUEVO

Otro día para huir

Por A. E. *
Desde Bagdad

“Lo peor de todo es que ni siquiera sentí miedo”, confía Carlos Fino, el enviado de la Televisión Portuguesa en Bagdad, “iba como un cordero al matadero”. Fino, su camarógrafo y un equipo de la televisión búlgara acaban de librarse del linchamiento de una masa enfurecida. Les robaron todo el material de trabajo, documentos y dinero. “Incluso el reloj y las gafas”, señala abatido.
“Terminamos en medio de un enfrentamiento armado entre iraquíes en la calle Kefah”, explica Elena Yoncheva, la periodista búlgara que tiene varios arañazos en la frente y moretones por todo el cuerpo. “Varios milicianos se habían lanzado contra nosotros y nos acusaban de la invasión de su país y de lo que está haciendo Bush, mientras nos golpeaban con las culatas del Kalashnikov”. “Les dijimos que éramos europeos”, apunta Fino, “aunque eso no mejoró las cosas”.
Les salvaron la vida unos militantes de Al Fadhel, una organización del partido Baaz. “Se enfrentaron a ellos y nos dieron refugio en un edificio cercano, pero durante una hora creímos que los atacantes iban a ganar y que nos iban a matar a todos como ocurrió en Somalia”, relata Fino al que sólo al llegar al hotel han empezado a dolerle los golpes que recibió en la cabeza.
No fue el único incidente del día. Varios coches de periodistas fueron tiroteados en las calles de Bagdad. La ausencia de autoridad convirtió algunos barrios en tierra sin ley y los informadores en la pieza más codiciada: tienen equipos valiosos y dinero, mucho dinero para unos iraquíes que por su afiliación con el régimen caído pueden terminar en la clandestinidad.
Consciente de ese peligro, Salim Mohamed, el director del hotel Palestine, donde se aloja la mayoría de los reporteros, pidió ayuda al coronel estadounidense que dirigía la columna que llegó a las puertas de su establecimiento a las cuatro y media de la tarde. “Me ha dicho que va a consultar con sus superiores”, comentó a esta enviada. Cinco horas más tarde, ocho blindados tapiaban la entrada del hotel. Los periodistas podían dormir tranquilos. O no.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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