EL MUNDO

Postales de la nueva EUROpa

 Por Rodrigo Fresán

UNO Como en un cuento de hadas, después de 134 años, la peseta –y once monedas nacionales más de edad variable– se convirtió en euro mientras tañían las doce campanadas del fin de 2001 y se hacía realidad la revolución capitalista que desde hace tres años constaba en los papeles pero no se había convertido en billete. Adiós a la rubia o la pela que se las arreglará para convivir –en menguante y agónica promiscuidad– hasta el próximo 28 de febrero. A partir de entonces, una sola divisa para toda la Zona Europea (se espera que las renuentes Suecia, Dinamarca y Gran Bretaña se sumen a la fiesta más temprano que tarde) que incluye a doce países y a Mónaco, Andorra, San Marino y el Vaticano (donde, por supuesto, se acuñará versión especial con Papa) y para 300 millones de personas que a partir de ahora mismo serán un poco más parecidas al comprar y pagar con los mismos rasgos pero en idioma diferente.

DOS El mayor cambio de moneda de la historia y –según el Banco Central Europeo– “el mayor ejercicio logístico en tiempos de paz” poniendo fin a, paradójicamente, una anomalía de siglos: que los países europeos tuvieran, todos, signo económico diferente. Se van el franco francés, el marco alemán, la lira italiana y la dracma griega, esta última la divisa más antigua de la humanidad. Todas ellas mutando, de golpe, a 10.000 millones de billetes y 50.000 millones de monedas en todas partes y de punta a punta del continente. Ahora, billetes iguales (todos con dibujos de puentes y ventanas simbolizando la apertura y el cruce) y monedas que conservan ciertos reflejos nacionales modificando esfigies: Dante y “La Divina Proporción” de Da Vinci en Italia, Mozart en Austria, el rey Juan Carlos I en España, un árbol en Francia, un águila en Alemania, la mitológica y sabia lechuza en Grecia. Pero todas y cada una de ellas valen exactamente lo mismo aquí, allá y en todas partes: uno euro o dos euros.

TRES Los últimos días han estado inundados por homenajes y recordatorios. Exposiciones sobre la peseta; fiebre de numismáticos; venta record de eurocalculadoras; revisión de la Tabla del 6, piedra rosetta y multiplicación/división clave para comprender los misterios de la conversión entre la peseta y el euro donde uno de los nuevos equivale a 166,386 de las viejas (los alemanes la tienen mucho más fácil: para pasar de euros a marcos o de marcos a euros les basta con multiplicar o dividir por dos); y pasión ciudadana frente a los mostradores de bancos que vendían los euromonederos con 43 piezas para que la gente se fuera familiarizando en sus casas. También, claro, las entrevistas en la calle donde convivieron el orgullo nacionalista, con el entusiasmo globalizador y la lágrima derramada por aquella “que nos dio tantos buenos momentos” mientras los especialistas de la semiótica ya se preguntan cuál acabará siendo el apodo local que se le dará al euro en cada país. Se llora a la peseta como se llora a una abuela y se festeja al euro como se festeja a un recién nacido y cabe pensar que lo mismo ha ocurrido en cada uno de los países de Europa europeizados. El sentimiento puro es profundo pero breve y, enseguida, se alza la guardia ante lo que vendrá: las complicaciones psicóticas de los primeros días, los peligros del redondeo, la paranoia ante las falsificaciones, los aumentos apenas encubiertos aprovechando el cambio de lenguaje de los bolsillos. Mientras tanto, en otra parte, la sonrisa giocondesca de George Washington en los billetes de un dólar parece un poquito más nerviosa.

CUATRO La llegada del euro le ha tocado a España justo el mismo día en que recoge el relevo del gobierno europeo en Bruselas. Seis meses que prometen ser inolvidables y que –año nuevo, moneda nueva, vida nueva– serán históricos dentro de la historia de un Viejo Mundo con ganas de novedades. La ceremonia –en la que el “Himno a la alegría” de Beethoven, empalmó conesos mimos mudos que, como el euro, valen lo mismo en todas partes mientras se proyectaba el logotipo un tanto rúnico y tolkienístico del euro– apenas disimuló el hecho de que de lo que aquí se trata es de hacerle al menos cosquillas al Imperio Americano mostrando un frente común y una divisa que llegó a cotizar por encima del dólar en 2000 y que en los últimos meses se ha mantenido cabizbaja pero con ganas sentar cabeza y producir jaquecas verdes al otro lado del océano.

CINCO Los españoles –los argentinos no tenemos, desgraciadamente, ese problema– despiden a una moneda resistente que aguantó dos repúblicas, dos dictaduras y una monarquía. No se murió, la mataron, y ahora no hay que condenar al asesino: hay que dejarlo en libertad. Y aceptarlo. Mientras escribo esto, leo que en una de las sedes del Banco de España, una enorme máquina compactadora y holandesa marca Kusters, recibe por un lado montañas de billetes y por otro escupe cilindros de colores de aquello que dejó de fabricarse para siempre el 21 de noviembre de 2000. Adiós, adiós. Adiós a tantas cosas y, el 31 a la medianoche, es costumbre aquí comerse una uva con cada una de las campanadas. En eso estábamos cuando a alguien se le ocurrió ir hasta Francia, cruzar apenas la frontera, a gastar euros. Nadie se ofreció a conducir y nadie se arriesgó a ser pasajero. Se optó por algo más humilde, más íntimo. Bajar hasta los hospitalarios cajeros automáticos programados para que a la Hora 0 empezaran a escupir euros con disciplina y eficiencia. Allí fuimos. Hicimos cola. Hacía frío, pero no el “frío siberiano” que nos castigó los últimos días. Los billetes salían nuevos, frescos, crocantes y –dicen– mucho más hostiles a la hora de hospedar bacterias que los de pesetas donde en 1950 vivían felices unos 50.000 microorganismos y, en los últimos tiempos de mayor profilaxia, cerca de 10.000. Los billetes salían sanos y rozagantes y cuadradotes y definitivamente europeos. Al intentar guardarlos, descubrí que no entraban, que sobresalían. Tiene gracia, tiene algo de justicia poética y materialista al mismo tiempo, pensé: lo primero que voy a comprar con los nuevos billetes va a ser una nueva billetera donde guardarlos.

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