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Las idas y vueltas del camino y el duelo con su enemigo del alma

En 1974 asumió como intendente de Lomas de Zamora en una situación parecida a la que ahora lo llevó a la Presidencia. Desde 1988, su camino fue marcado por su relación con Carlos Menem, ex amigo y actual enemigo del alma.

 Por Luis Bruschtein

“Menem y yo somos parte del pasado”, dijo hace dos años cuando perdió las elecciones presidenciales del ‘99 el flamante presidente Eduardo Duhalde. Pecó de poca visión de futuro en esta democracia argentina, donde el que pierde las elecciones gana la presidencia. Pero quizás ése sea su destino, marcado por el día en que nació, el 5 de octubre de 1941, el día del camino. Un camino político donde su mayor mérito no fue tanto el diseño de grandes estrategias o liderazgos sino su capacidad de convertirse en el mínimo común denominador, en el hombre necesario para el equilibrio en el momento oportuno.
Así asumió en 1974 su primer cargo ejecutivo como intendente de Lomas de Zamora, cuando el funcionario electo, de la derecha peronista, fue removido por excesos y violencias. Lo sucedió un concejal de la tendencia revolucionaria que debió renunciar a su vez por las presiones de la derecha peronista. Y finalmente asumió Duhalde, para lo cual debieron renunciar a sus derechos otros tres concejales que lo antecedían en la lista. Su arribo a ese primer cargo ejecutivo tiene un asombroso parecido con la forma en que llegó ahora al Poder Ejecutivo al convertirse en el quinto presidente en una semana, o sea, después de cuatro renuncias.
Duhalde había sido abogado de agrupaciones gremiales de la zona, en especial de los municipales, que fue su base para iniciarse en la política. Más tarde, desde la intendencia, supo manejar con habilidad a los grupos enfrentados en la interna. Con un perfil progresista, pero al mismo tiempo enmarcado en la “ortodoxia”, Duhalde logró de la misma manera imponer su candidatura a intendente en el justicialismo, en 1983, sumando a sectores ligados al gremialismo y a los que se habían formado en la Jotapé de los ‘70. En esa elección ganó con lo justo a su oponente radical y retomó la intendencia, aunque esta vez por decisión de las urnas.
La primera vez asumió en un trance difícil, de fuertes enfrentamientos. Ahora asume también con una profunda crisis y duras polémicas. Como si su destino estuviera marcado por ese sino. Igual que su primer trabajo, con el que se costeó los estudios de abogacía, en una pileta de Alejandro Korn, como el salvavidas de slip floreado que supo seducir a su actual esposa Chiche González, una maestra de familia radical, con la que tuvo cinco hijos, cuatro mujeres y un varón.
El salvavidas de Korn, después intendente de Lomas de Zamora, optó por quien se convertiría en su enemigo del alma, Carlos Menem, en la interna con Antonio Cafiero para las elecciones presidenciales del ‘89. Todos daban como ganador a Cafiero, pero ganó Menem. Podría decirse que fue su gran acierto en el camino hacia el poder, pero también fue su gran error. Menem lo designó para acompañarlo en la dupla electoral y entre los dos escribieron en 1989 el famoso libro de ficción La Revolución Productiva, que estaba tan bien escrito, que la mayoría creyó que era verdad.
Los amigos le decían “Tachuela” por la corta estatura y el diámetro de su cabeza que le permitió sostener una damajuana en la testa mientras bailaba una guaraña paraguaya, ya como parte del menemismo. Y hasta le presentó a Menem a quien sería uno de los asistentes más preciados del entonces presidente: el peluquero Tony Cuozzo.
En 1991, el riojano debía afrontar una elección difícil en la provincia de Buenos Aires. El único que podía ganarla era “Tachuela”. Duhalde puso como condición que se creara el Fondo de Emergencia Bonaerense, por el cual el Estado concedía 2 millones de dólares diarios a la provincia. Ya estaba Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía y ya se habían impuesto la convertibilidad y el modelo.
Duhalde ganó las elecciones y consolidó su control sobre la estructura del PJ bonaerense. Pero el nuevo gobernador arrastró siempre una leyenda negra, por la que responsabilizó a sus opositores y que está expuesta en el libro El otro del periodista Hernán López Echagüe, donde se lo acusa de proteger a las mafias bonaerenses. Su sociedad con Carlos Menem lo puso en el lugar incorrecto en el momento incorrecto y, por un viaje delpresidente, fue él quien estampó la firma en el decreto para la designación mistonga del ciudadano sirio Ibrahim al Ibrahim –que apenas balbuceaba español– en un puesto clave de control en el aeropuerto de Ezeiza. Cuando estalló el Narcogate, allí estaba su firma y tanto Amira como Zulema Yoma se unieron al coro que sugería su vinculación con las mafias, y hasta se aseguró que estaba en una lista negra de la DEA.
Paradójicamente, Duhalde se había preocupado por engrosar su currículum en este rubro. Escribió dos libros: Los políticos y las drogas, de 1988, y Hacia un mundo sin drogas, de 1995, y fue condecorado en Italia por su preocupación sobre el tema. Duhalde asegura que esa leyenda fue pergeñada por las mismas mafias y narcotraficantes para destruirlo, y alimentada y difundida por sus adversarios políticos. En su entorno explicaban las versiones de la DEA, por su condición de político mal visto por Washington.
Para neutralizar esa leyenda, Duhalde forzó decisiones que impactaran en la opinión pública, creó una secretaría de lucha contra el narcotráfico y puso el tope de las 3 de la mañana para el funcionamiento de los locales bailables, con lo que se ganó la furia de jóvenes y adolescentes.
Gobernar la provincia se hacía difícil aun con el famoso fondo de emergencia. Los efectos del modelo hacían estragos en el conurbano bonaerense, donde crecía la exclusión, la miseria y el desempleo. Desde La Plata diseñó una política social sobre la base de planes alimentarios y las famosas manzaneras, que también ayudaban a consolidar la estructura barrial del justicialismo, ya no sobre la base histórica programática del peronismo sino de una política clientelar que inficionaba a todo el partido fundado por Perón, lanzado a una política neoliberal de privatizaciones, endeudamiento y destrucción del aparato productivo.
Contaba también con la fuerza policial armada más grande del país, la misma que había actuado durante la dictadura, controlada por verdaderas mafias, con áreas protegidas y bastiones impenetrables para el poder civil. Al igual que cuando conoció a Menem, o cuando dijo que él y el ex presidente eran parte del pasado, arriesgó otra frase poco visionaria: “Tenemos la mejor policía del mundo”.
Con el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas, cometido por una banda de policías y delincuentes comunes al servicio del empresario menemista Alfredo Yabrán, esa frase se convirtió en lo más parecido a un chiste de mal gusto. Cuando el crimen amenazaba con pulverizar sus posibilidades de ser candidato en las futuras elecciones, reaccionó, apuntó los cañones contra Yabrán y profundizó la investigación. Decidió reestructurar la fuerza y convocó al jurista León Arslanian. No era una tarea fácil. En represalia corporativa, la Policía Bonaerense boicoteó la reforma, el índice criminal ascendió vertiginosamente hasta la masacre de Ramallo, donde murieron civiles y delincuentes bajo el fuego policial. El escándalo terminó con la reforma de la mejor policía del mundo.
Había empezado la guerra con Menem. Pese a la derrota del PJ encabezado por su esposa Chiche frente a Graciela Fernández Meijide en las legislativas del ‘97, Duhalde se consideraba el candidato natural de su partido, pero el riojano quería una nueva reelección en el ‘99 y no se andaba con medias tintas: sondeaba, tejía, conspiraba y obstruía con su mejor estilo de “Síganme que no los voy a defraudar”. Duhalde se plantó y amenazó con un plebiscito por la re-reelección. Menem se retiró con la cola entre las patas y juró vendetta. Prefería que el bonaerense perdiera frente a la Alianza para poder presentarse en el 2003. Desde la presidencia le hizo la vida imposible, Duhalde perdió y también juró vendetta. Consideraba que su vida política había llegado al tope, pero dedicaría lo que le quedaba de aliento para destruir a su viejo compañero de dupla del ‘89.
Duhalde ha sido pragmático para elegir compañeros de ruta. Aunque Menem fue su cruz, tuvo otros que le pesan, como el carapintada Aldo Rico que le permitió la reforma de la Constitución provincial y la reelección a lagobernación en 1995, y Cavallo, a veces criticado, a veces buscado para hacer alianzas en su distrito o en la Capital Federal. Ni Rico ni Cavallo son aliados para exhibir en su arribo a la Rosada.
Gracias a Menem, perdió estrepitosamente las elecciones del ‘99, aunque su discurso estuvo a la izquierda de la Alianza, con críticas al modelo y al FMI. Se presentó como candidato a senador bonaerense en el 2001 y ganó con la misma votación con la que había perdido antes, la más baja en la historia del peronismo. Lanzó una cruzada contra su enemigo del alma y trató infructuosamente de sacarle la jefatura del PJ. Pero ahora el menemismo decidió apoyarlo en la Asamblea Legislativa. Duhalde llegó con el compromiso de no presentarse a la reelección, con Menem presidiendo el PJ. Así volvieron los enemigos del alma, con la vendetta cruzada, uno al frente del país y el otro a la cabeza del partido oficialista, ambos con escaso apoyo real y en un país exhausto. La frase “Menem y yo somos parte del pasado” ahora parece un chiste.

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El actual presidente Eduardo Duhalde, junto a Carlos Ruckauf, cuando creía que había llegado al tope de su camino.
 
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