EL PAíS › EL INTENDENTE DE PINAMAR ACUDIó A UNA VIDENTE EN BUSCA DE AYUDA

Porretti a la caza de brujas

Con problemas en la Justicia y suspendido por el Concejo Deliberante de Pinamar, Roberto Porretti fue a ver a una conocida bruja de La Plata para que lo ayude. Pero no tuvo suerte. Esperó muchas horas y finalmente la bruja Elena debió viajar a la Capital.

 Por Alejandra Dandan

Elena asegura que fue cierto. Roberto Porretti la llamó a través de un conocido para implorarle, por favor, que lo atienda. Sucedió durante una de las semanas más convulsionadas de su mandato, cuando la Cámara Penal de Dolores debía resolver si quedaba preso. Elena, que es una las brujas más requeridas de la ciudad de La Plata, se convirtió así en otro oráculo al que el intendente de Pinamar buscó acercarse desesperado a pedirle un último auxilio a los dioses para salvarse.

–¿Y usted qué le dijo? –le preguntó este diario.

–Nada, querida –dice Elena, la voz carrasposa, armónica, del otro lado de un teléfono–. El pobrecito estuvo esperándome durante muchas horas, acá sentado, pero al final yo me tuve que ir volando a la Capital y no pude atenderlo.

¡No pudo atenderlo! Si fuera cierto, significa que ni siquiera la bruja Elena le abrió las puertas al intendente de Pinamar bastante vapuleado durante las últimas semanas.

Porretti llegó al consultorio de Elena a través de un conocido, un intermediario que es cliente de sus embrujos. Golpeó las puertas de la casa de dos pisos de Villa Elisa, en La Plata, y esperó como si de eso se tratara su destino.

Desde que estalló el escándalo en Pinamar, el intendente buscó discretamente todo tipo de ayuda para zafar. Golpeó puertas de conocidos en el gobierno nacional, llamó a los despachos de prestigiosos estudios jurídicos de la Capital para cambiar de abogado pero ni en uno ni en otro lado tuvo suerte. Al menos públicamente ninguno se animó a atenderlo. Con el paso del tiempo, y los recursos judiciales y afectivos cada vez más agotados, surgió la ocasión de consultarle sus pesares a la bruja. Y en medio de la desesperación, se acercó.

Elena no da entrevistas, no habla de su historia y huye de las cámaras de televisión cuando se le acercan, convencida de que está en esta tierra para otra cosa.

Vive en Villa Elisa, allí donde las arboledas de las calles le dan al espacio la coloración de un barrio. Llegó en los años setenta, desde Entre Ríos, para hacer una carrera universitaria. A pesar de sus esfuerzos por quedarse puertas adentro, no puede, sus vecinos conocen tanto de sus cosas que es como si ella hablara.

Los más viejos dicen que su padre tenía dinero, y que fue quien le compró esa casa de dos plantas donde se ha quedado: claro que para entonces no era Elena, sino Carlos, y ya usaba su silla de ruedas.

Esas características hicieron de Elena un oráculo. Primero con la transformación, en la que optó por su nuevo sexo. Después, comenzó la otra metamorfosis, la más larga y la que ahora mantiene expectante cada día, a todo su barrio.

Los vecinos cuentan los autos que pasan como parte de una historia. Saben quiénes salen y quiénes entran, cuántos estacionan, cuántos son los autos caros, cuántos polarizados; ¡cuántos políticos!, ¡jugadores de fútbol! Personas que peregrinan de la Capital o Pinamar para saber del tiempo, de sus muertos o saber exactamente a qué santo rezarle para evitar una inevitable condena judicial.

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