EL MUNDO › OPINIóN

El imperio y el asesinato de Jesús de Nazaret

 Por Rubén Dri *

El evangelio del “discípulo amado”, conocido como “evangelio de Juan”, es el más tardío de los evangelios canónicos, es decir, reconocidos por las iglesias cristianas. Su redacción definitiva se sitúa en las postrimerías del siglo I o en los albores del II. Culturalmente refleja un ambiente gnóstico. Como es sabido, la cosmovisión del gnosticismo en sus múltiples y complicadas variantes es radicalmente dualista y se expresa mediante una frondosa selva de símbolos y metáforas. El mundo se encuentra dividido en dos regiones antagónicas, sin posibilidad de conciliación, expresadas por las metáforas de la luz y las tinieblas, de singular éxito en toda la historia de la cultura universal.

El citado evangelio expresa esa misma cosmovisión dualista. De eso no hay duda alguna, e hizo que tuviera grandes dificultades en ser aceptado en el canon de los evangelios reconocidos por la Iglesia. El problema que se nos presenta es el significado específico de un mundo y de otro. ¿Qué significa el mundo de la luz y qué el de las tinieblas?

Toda la parte del evangelio (Jn 13, 1-21, 25) dedicada a la pasión, muerte y resurrección nos aclara los respectivos significados. El mundo de las tinieblas es el de la muerte, dominado por Satanás, “príncipe de este mundo”, el cual “será echado fuera” (Jn 12, 31) y suplantado por el mundo de la luz, el de la vida. El mundo de las tinieblas es el mundo dominado por el Imperio Romano. Se encuentra bajo la dominación de Satanás, o el diablo, figuras mitológicas que significan “el príncipe de este mundo”, es decir, el emperador romano.

En literatura gnóstica de la época del citado evangelio, el Apocalipsis titulado “Ascensión de Isaías” anunciaba a Beliar, el “príncipe del mundo”, que descendería como un emperador y asesinaría a su madre y a uno de los apóstoles. Se aludía, de esa manera, a Nerón, que asesinó a su madre y al apóstol Pedro.

La decisión de Judas de entregar a Jesús al imperio la expresa el evangelista de la siguiente manera: “Entonces, luego del bocado, entró en él Satanás” (Jn 13, 27). Se trata de la cena en la que Jesús moja el pan en el vino y se lo entrega. Ahora bien, ¿cómo sabemos que el Satanás –figura con múltiples significados– del caso se refiere expresamente al Imperio Romano?

Claramente se manifiesta en la narración del arresto en el Huerto de los Olivos: “Judas, pues, habiendo tomado la cohorte y los guardias enviados por los sacerdotes jefes y los fariseos, llega allí con linternas, antorchas y armas” (Jn 18, 3). Judas “toma la cohorte”, nada menos. Se trata de la unidad de combate del ejército romano. Sólo un jefe romano podía estar al frente de una cohorte, nunca un extranjero.

Judas simplemente es la cobertura del poder del imperio que de esa manera actúa. En Judas previamente había penetrado “el príncipe de este mundo”. Este es el que actúa por medio de aquél, historia que demasiado bien conocemos o debiéramos conocer. Pero, ¿no fueron los judíos quienes asesinaron al nazareno? ¿No son los colombianos los que invadieron la tierra ecuatoriana?

Nada que ver. Efectivamente son los mismos que lo han presentado a Jesús ante Pilato, los sacerdotes judíos, quienes exclaman ante la propuesta de que ellos mismos lo juzguen y lleven a la práctica la sentencia, quienes exclaman: “No nos es lícito matar a nadie” (Jn 18, 31).

En los países dominados siempre la dominación cuenta con el aliado interno o, para seguir utilizando la simbólica mitología de Juan, con aquel en el que ha entrado Satanás o “el príncipe de este mundo”. Este muchas veces tiene mayor interés que el mismo dominador en la represión de los súbditos que se sublevan. Sin duda que la nobleza sacerdotal judía estaba sumamente interesada en la eliminación del perturbador de sus negocios.

El dominador, por su parte, puede dudar muchas veces de cuál es el medio mejor para terminar con el movimiento subversivo. Todo depende del análisis político. No siempre el uso de la máxima violencia es la aconsejable. La reacción popular puede hacer que los efectos sean los contrarios de los buscados.

Es, a primera vista, discutible por qué en la narración hace su aparición la duda por parte del que detenta en Judea el máximo poder del imperio. Para el narrador esa duda es importante porque hará resaltar más al verdadero autor del asesinato de Jesús. Efectivamente, ante la presunta duda de Pilato viene el argumento por el que éste decide la muerte del subversivo: “Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey, se opone al César” (Jn 19, 12). La acusación de que Jesús quiere ser rey, expresada de esa manera, es falsa, pero encierra un contenido de verdad que lo hace sumamente peligroso para el imperio. Si Jesús no quiere ser rey al estilo de las monarquías conocidas, sí quería y trabajaba por una nueva sociedad denominada “Reino de Dios”, enfrentada al poder del imperio.

Los símbolos son polivalentes, pues expresan la infinitud de la realidad. La narración los enmarca y les otorga un determinado significado. Rey, reino tenían un significado específico en las narraciones de la época que chocaban con el significado que les había dado la corriente profética de la historia del pueblo hebreo. Muchos siglos habían pasado y su significado revolucionario en gran parte se había perdido. De allí el esfuerzo de la narrativa de Juan para su clarificación.

En la narración simbólica de la denominada “multiplicación de los panes”, que se encuentra en el evangelio que estamos comentando, se nos dice que “Jesús entonces, dándose cuenta de que iban a venir a apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte él solo” (Jn, 6, 15). ¿No está aquí pintada la figura del emperador romano, “pan y circo”?

No, Jesús no quería suplantar a un poder por otro simplemente. No se trata sólo de que todos pudiesen comer sino de eso, pero no como limosnas. No era la propuesta de otro reino en el que se reprodujesen las mismas injusticias, violencia y opresiones. Claramente lo expresará Jesús ante Pilato: “Mi reino no proviene de este mundo”, traducido normalmente: “Mi reino no es de este mundo”.

“Este mundo” es el que está en manos de Satanás. De él, de sus valores, sus principios, no proviene el reino de Jesús. Proviene de otros principios, con otro concepto del poder, el poder que es servicio, que fue simbolizado en la escena del lavatorio de los pies que Jesús realiza con sus discípulos.

“Ese nuevo mundo, el de Jesús, da la verdadera paz, no como la da el mundo” (Jn 14, 27). Claro y contundente el enfrentamiento entre dos concepciones de la paz. La que da el mundo, es decir, el imperio, la paz del cementerio, y la que propone Jesús, la paz que se construye entre hermanos. Frente a la pax romana basada en la aniquilación de los que no se someten, la paz que se construye entre pueblos hermanos.

* Filósofo, profesor de Filosofía de la Religión (UBA).

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