EL PAíS › OPINION

La morada de los Fernández

La tendencia que confirma la salida de Lousteau. Y una novedad que incorpora. La opción por Moreno, lo que deja atrás. El peso de Kirchner, funciones y disfunciones. Elogios a Carlos Fernández, contrastados con los límites de su contrato de admisión. Y algo sobre el pre Bicentenario.

 Por Mario Wainfeld

La prematura salida de Martín Lousteau remarca una tendencia, acentuada y acelerada desde la salida de Roberto Lavagna: el esquema del Gobierno primero minimiza y luego expulsa a sus ministros de Economía. Todo oficialismo cuenta con apologistas entusiastas, habrá algunos que vean allí un mérito, cuesta compartir esa fe de carboneros.

El sucedido incorpora asimismo una novedad, en lo que a primeras figuras del Gobierno concierne: es la primera vez que el Gobierno entrega una presa a sus opositores en medio de la pelea. Lavagna, Gustavo Beliz, Rafael Bielsa, Horacio Rosatti, Daniel Filmus, Ginés González García se fueron por motivos surtidos, jamás como concesión a adversarios en medio de la brega. La presencia varios dirigentes agropecuarios en el juramento de Carlos Fernández fue un gesto de cortesía pero también la culminación de un deseo, el placer de ver pasar el cadáver del enemigo.

La historia es chúcara y suele descolocar a los protagonistas. Por avatares variados, el joven Lousteau, un funcionario formateado para el diálogo, la persuasión y la construcción de consensos se convirtió en una de las bestias negras del “campo”. Mario Guillermo Moreno es otro, más vale. En su dificultad para gerenciar bien su embanderamiento interno, el kirchnerismo cedió una pieza, algo que desafía sus códigos. Quizás ese traspié sea usado por el Gobierno como un rebusque en la negociación, cargando en la mochila del defenestrado la iniciativa de las retenciones móviles y retocándola más pronto que tarde.

En cualquier caso, el episodio (ulterior a la remoción conjunta de los titulares de la AFIP y la Aduana, todo en un cuatrimestre) trasunta cuán arduo le resulta a Cristina Fernández de Kirchner imprimir un sello propio a la gestión, dominar la agenda. Y es un paso atrás en la necesidad de enriquecer sus elencos, subestimada cuando la Presidenta formó su gabinete y remachada en esta semana.

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Aguante los trapos, Moreno: Muchas crisis se conjuran en estos meses. La fatiga del gabinete, las demandas sociales en la etapa del purgatorio, el reverdecer de los gobernadores son algunas de las más ostensibles. Hay otras. Los precios de los alimentos siguen en alza exorbitante, forzando a gobiernos de todo el mundo a intervenir en pos de preservar el poder adquisitivo de sus habitantes. “Un tsunami silencioso”, graficó un funcionario de la FAO, instigando el título de tapa de The Economist. Los precios de las commodities agrícolas exportadas por Argentina subieron un treinta por ciento entre el primer trimestre de 2007 y éste. La traslación al mercado doméstico de ese envión indomable es un intríngulis gigantesco que ha triplicado la respectiva inflación en comarcas tan disímiles como China o Chile. Atribulan a Lula, tanto como al pato rengo George Bush o al pintoresco Nicolas Sarkozy. Son un brete mayúsculo no existente en el período de esplendor de Néstor Kirchner, que tampoco puede ser descifrado por los reclamos sectoriales del “campo”.

La necesidad de intervención estatal es un dato, confirmado en todas las latitudes del planeta. En eso, el Gobierno tiene toda la razón. Pero su calidad e inventiva cuando ensaya esa tarea lo retrotraen al pasado, hace dos o tres años. Muy otra pantalla, en la política y en la economía.

A Moreno se lo discute desde muchos ángulos. Uno interesante, que el oficialismo desoye, es su ineptitud para encarnar el sesgo que se pretende.

Apresado por su lectura binaria, enfrascado en una lógica de “aguante” pobre en contraste con la sofisticación de la coyuntura, el Gobierno defiende a un supuesto Quijote cuyas destrezas son cada vez menores.

“Cristina siempre escuchaba con atención a Lousteau y compartía muchos de sus planteos. Tomaba nota. Pero su reacción ante cualquier crítica desde afuera a Moreno siempre fue más visceral y expeditiva: ordenar defenderlo a capa y espada” pinta su aldea un funcionario de postín, uno de los pocos que no calla ni relaja al recién salido.

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El centro de la escena: Otra crisis en trance es la suscitada por el peso relativo de los Kirchner. Las irrupciones del ex presidente colman el espacio público, con una centralidad evidente. La división de funciones (cree este cronista) no expresa una interna, sino los vericuetos para jugar un nuevo partido con otra distribución de roles. Nadie podía imaginar que Kirchner se retiraría, dilapidando el liderazgo que construyó a pura acción, arrancando desde el subsuelo. El reto que tenía la pareja presidencial era conseguir que, desde un sitio que no trillaba desde hace décadas, Kirchner sumara sin resentir el aura que debe nimbar a la mandataria. Hasta ahora, es patente que Kirchner opaca a la Presidenta aunque sea otra su intención, extrovertida con su clásica potencia para designar rumbos, aliados y antagonistas.

No da la impresión de que cuaje la expresión oral machacando sobre el poder de Cristina, cuando se la emite desde el centro mismo de la escena, desatando apoyos y pasiones muy fuertes. La palabra no se basta sola, los gestos cuentan.

Sin aportes en la gestión, con la iniciativa en manos de otros, la imagen presidencial no refulge. En tanto, Néstor Kirchner es el ex presidente más protagónico y convocante (también el más divisor de aguas) desde 1983. Su irrupción del jueves, que seguramente aceleró la renuncia de Lousteau, fue más fuerte que el sonado discurso del “martes negro” de Cristina y dio cuenta de un nuevo horizonte.

La oposición traduce el fenómeno llevando agua a su molino, como es natural. El doble comando, la flaqueza del poder presidencial, son argumentos de cronistas más que de líderes. Su discurso es más descriptivo que propositivo, una flaqueza que la aflige desde hace años.

Pero sus relatos tienen el discreto encanto de parecerse más a las percepciones colectivas que las enfáticas arengas del ex presidente sobre el predicamento de su sucesora.

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Los Fernández: “Ustedes, los periodistas, prejuzgan a Carlos Fernández. Es un funcionario formado, riguroso, siempre consultado por Kirchner”, reprochan desde el primer piso de la Casa Rosada. “Es un hombre de perfil bajo, pero conocedor de lo público. No es estentóreo, no hablará si no le preguntan. Pero si le preguntan no será complaciente, dirá lo que piensa”, comentan altos integrantes del gobierno de Felipe Solá que compartieron con él años de gestión. Y acuden a la comparación literaria: “como Bartleby, ese personaje de Herman Melville, dirá ‘preferiría no hacerlo’. Pero, con esos modos, se mantendrá firme”. Las advertencias previas merecen ser consignadas a condición de admitir también que el contrato de admisión del flamante ministro le deja poco margen. Si desde el vértice superior del poder se subraya que el recién llegado tiene límites severos y es un actor de reparto será peliagudo que sus interlocutores lo respeten y le concedan autoridad. Hasta ahora, esa faceta del Gobierno lima a muchos de sus integrantes y sobrecarga de tareas a la Presidenta, a Alberto Fernández, a Kirchner mismo. En el breve lapso cumplido del mandato de Cristina Fernández, sólo Kirchner parece no haber sufrido deterioros. El jefe de Gabinete pocas semanas atrás (cuando Carlos Fernández llegó a la AFIP) era descripto como el factótum del Gobierno. Un nuevo ascenso de su tocayo no será leído de igual modo. Las crónicas de Palacio son bilardistas, inmediatistas.

Desde luego, la funcionalidad del esquema político del kirchnerismo sigue puesta a prueba, no sería riguroso sentenciar su acierto o su error. Con esa precaución, el cronista desliza que la proliferación de gentes apellidadas Fernández en el gabinete es un involuntario símbolo de un sesgo endogámico, de mayor cerrazón, contradictoria con el mejor momento de Kirchner, aquel en que sumaba temáticas a la agenda y aliados impensados a su fuerza.

El momento político más notable de esta semana tuvo un marco que merece un párrafo. Kirchner se comprometió con la distribución del ingreso y auguró una nueva etapa confrontativa con los sectores concentrados de la economía. Emitió ese discurso, pleno de promesas de cambio, rodeado de lo más Granados del peronismo ramplón y oportunista, empezando por el inefable intendente de Ezeiza, siempre fiel al que manda. En la coalición no están todos los que son ni son todos los que están.

El Gobierno sigue teniendo de su lado la legitimidad emanada del voto y la voluntad política. Se ha traspapelado la aptitud que tuvo en su momento para conectarse al toque con los vaivenes de la opinión pública. Y los reflejos para cambiar los ejes de la política y eventualmente sus equipos.

Un relanzamiento del Gobierno, se lo llame como se lo llame, es más una necesidad que un artilugio. La inminencia del 25 de mayo, la chance de darle sustancia al Proyecto del Bicentenario, una oportunidad que no debería traspapelar.

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