EL PAíS › CUANDO EL MIEDO DOMINA LA ESCENA POLITICA Y LA SOCIEDAD

El paralizante fantasma del gol de oro

Por Mario Wainfeld

Lo que temen en la Rosada. La pesadilla de la gente del común. El pánico de los cortesanos y sus respuestas. Gobernar, tarea insalubre.La agenda del Gobierno. Pressing de la Iglesia. La necesidad de otra agenda.

“Los individuos no pueden controlar sus propias relaciones sociales antes de haberlas creado.” Karl Marx.

“Toda realidad social es precaria. Todas las sociedades son construcciones que enfrentan al caos. (...) El orden institucional representa una defensa contra el terror. Ser anómico significa carecer de esa defensa y estar expuesto, solo, al asalto de la pesadilla.” Peter Berger y Thomas Luckmann.

Muchas certezas se han derrumbado en la Argentina. La más conspicua es que no es seguro tener la plata en los bancos, pero viene apareada con una multitud de incertezas que han brotado de golpe o se han instalado, crueles, tras una erosión fenomenal de los saberes más rutinarios, del sentido común más llano. Los contratos comerciales o laborales están en estado de asamblea permanente, sujetos a constante reinterpretación y negociación. Los plazos fijos son papeles sin valor, también lo son los acuerdos. El Estado... ¿se acuerdan? Más allá del acierto de todas sus acciones políticas, cabe reconocerle a Elisa Carrió el mejor y más precoz diagnóstico de lo que nos ocurre: se ha pulverizado el contrato social. Cada argentino, antes que un ciudadano, es una suerte de Robinson que sale cada día a pelear solo, a abordar una realidad imprevisible, enigmática y en general hostil. La incertidumbre y el miedo son, entonces, las vigas de estructura de las improbables construcciones que todos ensayan, con la abrumadora percepción de que se trata de castillos de arena. El Gobierno, novedosa alquimia de estos tiempos de vértigo, también está dominado por el miedo. Ahora bien, el miedo es mal ambiente para que prospere –y en algún extremo para que subsista– la sociedad democrática, constante apuesta a la negociación, a la concesión, al reconocimiento del otro, a transigir- posponer algo en el presente con miras a plasmarlo en el futuro. Pero acá estamos.
Elija su miedo
Miedo al gol de oro: Todo gobernante se propone, entre otras tareas, la de mantenerse en el poder. Y la perspectiva de perderlo –en todo o en parte- incordia al más pintado. Pero hay poca memoria local, desde la restauración democrática, de un gobierno tan consciente de su propia finitud, tan jaqueado. Sus integrantes parecen jugadores de un equipo que disputa, en abrumadora inferioridad, una extraña final que se define por “gol de oro”. Un gol en contra, uno solito, significa no ya quedar en desventaja sino el final del juego. Pero esa franquicia no rige para el equipo local: un gol a favor, vale solo uno. O acaso menos de uno.
Mirándose, con implacable lógica, en el espejo de Fernando de la Rúa y Adolfo Rodríguez Saá, muchos en la Rosada se sienten precarios, abatibles por el aleteo de un colibrí.
Eduardo Duhalde viene predicando acerca del riesgo de la anarquía y de un eventual –mejor dicho consiguiente– “baño de sangre”. Son profecías severas en un país en que la sangre ha corrido a raudales sin germinar nada bueno.
“Estamos al borde de la guerra civil” dijeron a Página/12 dos importantes figuras del Gobierno en las vísperas del viernes. “Es una sandez pensar que una guerra civil implica fatalmente dos bandos. Puede ser también la existencia de violencia indiscriminada, todos contra todos. Si eso ocurre ¿cómo se llama? –pregunta uno de ellos y luego teoriza algo– y seguramente después quedan constituidos dos bandos.”
El miedo genérico al “gol de oro” en contra se redondeó esta semana con el recelo al “viernes negro”. Nadie en la Rosada y aledaños se permitió dudar de la representatividad, masividad y pacifismo de los reclamos en cierne, pero todos blandieron el fantasma del desborde, de lainfiltración, de los manejos de grupos de izquierda o de derecha dispuestos a provocar la represión y un escenario de inestabilidad.
Cuando un análisis realizado desde el poder se instala y se machaca cabe preguntarse si el supuesto diagnóstico no es una táctica camuflada. Si lo que se buscó fue desmovilizar, llenar de paralizante pavura las cacerolas. Lo más sensato es concluir que hay parte de sinceridad y parte de movida. Las proporciones varían según los protagonistas.
Como saldo, el diagnóstico apocalíptico le jugó en contra al gobierno. La movilización existió igual, pese a las agorerías. Su masividad fue menor que la de alguna anterior pero “vale más” dentro del contexto de amedrentamiento (avieso o noble) oficial.
El ministro de Seguridad, Juan José Alvarez, dice apostar todas sus fichas a la prevención de la violencia. Y es real que el dispositivo del viernes tuvo un marcado tono preventivo. Pero, cual profecía autocumplida, hubo violencia (mucho menos grave que en situaciones anteriores pero preocupante a futuro) sólo cargable en el “debe” del gobierno.

Miedo en las cumbres: En cada burgués asustado hay un pichón de fascista, decía, palabra más palabra menos, uno de los más lúcidos marxistas revolucionarios del siglo pasado. Qué no serán entonces hombres con poder institucional ateridos de miedo. “Los jueces de la Corte están enloquecidos. Tienen una custodia fastuosa y piden más. Rehuyen reunirse entre ellos para evitar escraches o escenas desagradables. Nos piden permanentemente mano dura”, detalla a Página/12 un pilar del oficialismo, uno de los varios que piensan que la mano dura equivaldría a game over.
La relación de los políticos de cara a la gente del común se ha venido degradando y tornando tensa. Cuando comenzó el gobierno de la Alianza, De la Rúa tenía su custodia pero Chacho Alvarez caminaba por las calles como si tal cosa, tanto como José Luis Machinea y Federico Storani. Repetirlo hoy sería un portento imposible.

Miedo en las alturas (II): “Van a detener a Cavallo.” El rumor corrió como reguero de pólvora por las cuarenta manzanas que albergan edificios públicos y la city. Se alborotaron muchos banqueros que ya eran filofascistas antes de tener el temor físico que albergan en la era del corralito. La propia embajada norteamericana se interesó por la suerte de su ex hijo dilecto, haciendo sonar algunos celulares oficiales.
Cavallo está en la mira en la causa sobre megacanje pero por ahora no hay novedades importantes en su contra. De hecho, el juez Jorge Ballestero disfruta de sus vacaciones durante la feria judicial. El rumor era falso, como tantos otros que crecen como bola de nieve. Todos propenden a generar incertidumbre, recelos, son incubadoras aptas para huevitos de serpiente. Es difícil creer que germinen de la nada, que no haya usinas que las generen.

Miedo a media altura: Junín ocupó el centro de la imagen por un ratito, de resultas de un episodio de violencia terrible a fuerza de la banalidad de su génesis. Un escrache terminó con un herido grave y la casa de una diputada en llamas. Los participantes –de un lado y otro de la conflagración– parecen ser gente bastante normal, que estalló por una inoportuna chispa. Lo que puede explicarse sólo si se asume que estaban al borde del estallido.
Un episodio ocurrido apenas horas antes de la balacera, y el incendio puede iluminar el contexto. En la tarde del mismo miércoles hubo una reunión entre varios intendentes radicales de la provincia y su principal referente político, Fredi Storani. Los gobernantes hicieron fila para quejarse de las dificultades cotidianas que los agobian. El intendente de Junín, Abel Miguel, fue uno de los más deprimidos. Detalló sus dramas cotidianos, sugirió su voluntad de renunciar. Tras cartón varios de sus colegas se sumaron y hasta sugirieron la posibilidad de dimitir en masa a sus cargos. Según fuentes insospechadas del encuentro adhirieron a esapostura dos figuras que hasta hace poco apostaban a entrar en ligas mayores: el marplatense Elio Aprile y el bahiense Jaime Linares. Finalmente, apoyado por otros intendentes, Storani logró disuadirlos.
Página/12 sintetizó el episodio, inimaginable uno o dos años ha, a un funcionario oficial, bonaerense como la gran mayoría. No lo sorprendió en lo más mínimo. “Todos los intendentes quieren renunciar”, informó, exagerando algo, ma non troppo.

Miedo a los más débiles: El Gobierno se sabe hipervulnerable a las cacerolas y –en principio– se registra más idóneo para contener las demandas y las iras de los sectores más sumergidos. En principio. Pero, precisamente, quizá por la mayor capilaridad y percepción que tiene el peronismo respecto de las franjas más humildes, muchos funcionarios juzgan que están sentados sobre un volcán. La bancarización hizo trizas la economía informal, la entropía estatal puso en coma tres las prestaciones sociales y alimentarias. “Los pobres tienen más paciencia que la clase media pero cuando estallan suelen ser más violentos”, describen en un despacho muy cercano al de Duhalde. Un dato, surgido del área de Seguridad, pone pimienta al análisis: en el conurbano hay medio millón de armas sin registrar, redondeando a menos.
Los piqueteros y en general los grupos más organizados son los que menos preocupan al oficialismo. Los dirigentes pejotistas están acostumbrados a hablar con ellos y a menudo a tejer complejos acuerdos políticos. Pero hay un malestar creciente en ciudades, pueblos y barrios. Las cajas de alimentos brillan por su ausencia, el calor aprieta y en la calle no hay un mango ni un patacón.
El esmirriado Presupuesto 2002 deberá contener –explican en la Rosada– recursos para 700.000 planes Trabajar y una estructura nacional de planes alimentarios eficaces. “Con eso podemos contener –ambicionan–, pero tenemos que llegar muy pronto.”

Miedo a la lentitud: Los peronistas no suelen sospecharse lentos o irresolutos. Pero, en la extraña etapa histórica que nació en 2002, cunde el recelo de estar yendo demasiado despacio. “Nos falta política.” “Remes Lenicov duda demasiado.” “Estamos perdiendo tiempo”, mascullan en la Rosada y el Congreso, azorados por la imagen que les devuelve el espejo epocal.
Curiosamente la autocrítica no alcanza a una de las iniciativas más promocionadas del Gobierno y –a la vista al menos de este cronista– más cercanas al fracaso: el diálogo social. “Teníamos que crear ese ámbito -justifican cerca de Duhalde– un lugar donde todos puedan expresarse, proponer, quejarse.” Tal vez así sea pero el ámbito parece haberse tornado ritual y fatigoso, demasiado evocativo de las cien concertaciones que convocó De la Rúa. Desde la propia Iglesia han surgido reclamos –al modo de la Santa Madre Iglesia de Roma, poco estridentes pero poco negociables- de necesidad de “respuestas de la política”. Esto es, de medidas urgentes que sinteticen las demandas.
El núcleo del reclamo, el que escogen de la Torre de Babel transformada en Mesa de Angulo, es la “emergencia social”. Con un registro insuperado de las penurias sociales que se esparcen en el territorio argentino, los obispos piensan que ahí el Gobierno no debe esperar improbables síntesis sino proponer respuestas. El Gobierno tarda, piensan ellos.
¿Qué quiere decir “sufrir”?
La agenda oficial aduna a las políticas sociales y al obsesionante “salir del corralito”, una frondosa agenda internacional. Carlos Ruckauf verá pasado mañana a Colin Powell y luego hará una esforzada gira por Europa. En pocos días, Fernando Henrique Cardoso vendrá a Buenos Aires a redoblar su apuesta al Mercosur. El Gobierno espera traer del Norte ciertacomprensión y –en algún momento– algo así como 15.000 millones de dólares.
Es mucha plata, acaso inaccesible y al unísono, escueta ambición. El mensaje de esta semana del FMI fue brutal: a sufrir, muchachos. La pregunta es qué quiere expresar Horst Köhler cuando nos habla con el tono supuestamente amigable de una sádica madre judía. Un par de voces en el Gobierno proponen una lectura sugestiva que, empero, no concuerda con el resto del discurso oficial. “No nos dicen que tendremos más desempleo o menos crecimiento. Eso ya lo estamos sufriendo. Nos están amenazando con que vamos a perder algo más. Nos amenazan con respuestas políticas, golpistas acaso. El establishment no perdona a los que dejan de pagar.”
Cuesta saber qué piensan tan lejos. Por acá, algunos cuadros del establishment han optado por mensajes públicos de resonancias antidemocráticas. Menem sigue en eso y Ricardo López Murphy se sumó al club, proponiéndose al mundo como algo demasiado parecido a una pretensa síntesis de Videla y Martínez de Hoz. Toda contenida en su macizo cuerpo y en su enclenque kit de ideas.
Si esos desafíos existen, la agenda estatal (al menos la que parece llevar el Canciller y la que exhibe el ministro de Economía) asoman demasiado tímidas, convencionales. Propias de otra era, de hace seis meses o más.
Volvamos al epígrafe
En otra era, aún más remota, prehistórica, apodada menemismo, una parte hegemónica de la corporación política la pasaba demasiado bien, insultantemente mejor que sus representados. Una situación indeseable. Aquellos polvos trajeron estos lodos: un país en que ser gobernante democrático es insalubre, expulsivo, descalificante.
Es una triste situación pero es difícil suponer que la desandarán los gobernados si los que gobiernan no consiguen mejorar su reputación.
El Gobierno empieza a padecer un síndrome penoso: recusar a los argentinos. Tienen razón en la Rosada cuando señalan que los cacerolazos no contienen un programa ni una propuesta. Pero deberían recordar la sabia frase de Marx del epígrafe: ninguna sociedad se plantea problemas que no está padeciendo. Sí debieron hacerlo sus elites políticas, intelectuales y de economistas que durmieron como dopados durante la convertibilidad. Muy especialmente los peronistas que estaban muy apurados para recuperar el gobierno y, acaso, hasta le hicieron un par de fouls fuertes a la Alianza para llegar –ante tempus– adonde están ahora.
Es también real que es muy difícil conducir un colectivo social que descree de las mediaciones institucionales y, al mismo tiempo, reclama drásticas decisiones henchidas de poder político, cual son la remoción de la Corte o imponentes costos a bancos extranjeros y privatizadas. Pero esas incoherencias las formula gente zaherida por años de despropósitos de los dos partidos que cogobiernan. Y es el gobernante el que debe saber sintetizar y dar curso a las demandas sociales.
Lo que ocurre es que la Argentina cambió mucho más allá de lo que incluye –hasta hoy– la imaginación del Gobierno y del equipo económico en especial. Un dogma nefasto y mediocre formateó un país imposible durante diez años. Salir de esa pesadilla no es simple, ni barato ni impune pero tiene la fuerza de lo inevitable. Exige al menos una sabiduría a la que De la Rúa siempre fue bichoco: salirse de las reglas, quemar los libros.
¿Qué será eso hoy y aquí? Acaso decidirse a hacerle juicio político a la Corte y bancarse un tribunal más decente. Acaso pensar en la necesidad de redistribuir ingresos, de mejorar el salario real. Acaso explorar qué le pasa a una economía hiperrecesiva si se emite con cierto tino pero conaudacia. Claro, habrá López Murphys que digan que eso es volver al pasado, ignorando que casi nadie recuerda peor pasado que este presente.
En todo caso, en una situación única, proponerse salidas nuevas, decidirse, jugar con fuego.
“Vos debés decidir. Podés ser (José María) Guido o Perón”, cuentan que le dijo una de sus espadas a Duhalde. Las comparaciones históricas jamás son exactas pero son sugerentes, como las metáforas futbolísticas. El Gobierno tiene la espada de Damocles del gol de oro sobre la cabeza. Quizá la mejor táctica sea salir a jugarse, quemar las naves (y los libros de texto) y pasar a la ofensiva.

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