EL PAíS › OPINIóN

A la búsqueda de un Justo

 Por Ernesto López *

El complejo mediático que difunde y cancela, premia y descalifica, propaga y mitiga, celebra y critica, disimula y fomenta, que se encuentra vinculado al gran poder económico ya sea de manera directa o por caminos vicarios, pero por sobre todo –y pese a que entre sus componentes suele haber diferencias parciales de enfoque– procura consolidar un sentido común, y homogeneizar y articular no sólo el discurso sino también la organización práctica de la oposición, anda a la búsqueda de un Justo. Ese “Príncipe Electrónico”, al decir elegante de Octavio Ianni, que amalgama y supera las clásicas nociones de Maquiavelo (“Príncipe”) y de Gramsci (“Príncipe Moderno”) se encuentra ante la necesidad de construir liderazgos de cara a las elecciones que se aproximan, pero también a las de 2011.

La discusión sobre las retenciones, sus montos y modalidades, no animó sólo una confrontación vinculada con esa sensible víscera llamada bolsillo. Significó en sus comienzos, también, una puesta en cuestión de la decisión iniciada en el gobierno de Néstor Kirchner y continuada por el de su esposa, de imponer límites a la capacidad del gran poder económico –tanto internacional como vernáculo– para ejercer influencia en materia fiscal, cambiaria, financiera y/o comercial, mediante el uso inteligente y decidido del Estado. (Tengo para mí que los intentos de corte de esta capacidad de influencia del gran poder económico –frecuentemente desatendida en los estudios académicos– son uno de los motivos fundamentales de la condena y de las conjuras desestabilizadoras que han sufrido los gobiernos nacional-populares o de izquierda de la región, tanto en el pasado (Arbenz, el primer Perón, Salvador Allende y otros) como en el presente (Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa e incluso, Alvaro Colom). El prolongado conflicto entre el gobierno y el mal llamado “campo” le abrió asimismo al electrónico príncipe la oportunidad de fomentar la instalación de un ánimo destituyente en una porción de la sociedad y del sistema político argentinos. Propició fugas y transfuguismo –el más notorio pero no el único fue el del vicepresidente–, alentó e invisibilizó, ofreció tinta, éter y pantalla a una alicaída oposición a condición, claro, de que se comportara de una manera “políticamente correcta” y trabajó la proyección de esos nuevos pretendidos paladines de las causas populares que se retratan sentados alrededor de la Mesa de Enlace, sin importar las barbaridades que dijeran. Y, casi en el mismo movimiento, pasó a empujar la estructuración de una alternativa restauradora frente al proyecto de desarrollo nacional en curso, que con coherencia y determinación han venido impulsando Néstor y Cristina Kirchner.

La fenomenal crisis internacional en curso ha venido a hacer más necesaria esta movida restauradora: tal como ocurrió en 1930, el gran poder económico maniobra hoy para neutralizar un modelo progresista –para decirlo en corto– y para retomar el control del Estado, con el objeto de monitorear tanto la reinserción de la Argentina en el mundo y la distribución de costos internos a la que obliga el tsunami financiero, cuanto sus patrones internos de desenvolvimiento económico y social.

La ausencia de un debate público consistente, la banalización de la política, su reducción a la descalificación del otro, la propaganda vacía –¡como si Carrió o De Narváez, por casos, lavaran más blanco, como se decía de Rinso hace añares!– el trabajo hueco de la mera imagen no son fatalidades climáticas. Son una necesidad de la hora para quienes abominan las transformaciones operadas por los gobiernos K y la recuperación del país, pero no pueden exponerlo claramente. ¿Serían capaces de sostener que la incorporación de la Argentina al G-20 nació de un repollo? ¿Cómo podrían decir que quieren dar marcha atrás, anular los avances, operar redistribuciones regresivas del ingreso, adormecer al mercado interno, descuidar las actividades productivas que agregan valor, desatender el nivel de empleo, desmejorar las condiciones de vida de los jubilados, aflojar el control financiero y cambiario para que los poderosos de siempre hagan sus negocios también de siempre? Todo eso debe quedar cuidadosamente oculto.

En el plano doctrinario se ofrecen algunos balbuceos, como los patéticos esfuerzos de Mariano Grondona –una estrella del “Príncipe electrónico”– por diferenciar entre un keynesianismo bueno, que procura la recuperación del mercado, y otro, ¡ay!, malo, que conduce al condenable estatismo. En el plano propiamente político algunos callan, en la campaña que se está desarrollando, hasta su propio linaje: niegan el sello duhaldista con el que nacieron. A otros sólo les queda el refugio del republicanismo de la forma, para disimular su silencio sobre lo nuclear. Pontifican sobre procedimientos y conductas. Ellos, a quienes sendas vorágines económicas y sociales les impidieron terminar mandatos, no pronuncian hoy ni una sola palabra referida a la economía o a lo social. Y, expertos en usar el codo como goma de borrar, han terminado por propiciar antirrepublicanas proscripciones, como antaño.

Menuda tarea le espera al “Príncipe electrónico”. Buscará promover un nuevo Agustín Pedro Justo para restaurar dominios y dominaciones, ofreciendo premios y figuración. Pero le resultará difícil, porque por más tinglado, propaganda y macaneo que impulsen, la construcción virtual de lo real tiene límites. Al fin y al cabo, la realidad real ha demostrado más de una vez tener una dureza pocas veces rompible.

* Sociólogo, embajador en Guatemala.

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