EL PAíS

El olor del campo

Por atrás de la tribuna oficial, se entendía la “moderación” del discurso pero se esperaba más. Y se decían cosas que no se repitieron en público.

 Por Marta Dillon

El olor a bosta es como un sello de agua sobre el cuero lustrado de sus botas de caña alta: prueba de originalidad, marca de estirpe. El contratista, de todos modos, taconea sobre el mármol de la escalera que lo llevará a su asiento en la tribuna de los representantes zonales. Se quita así el desperdicio pero advierte, sorprendido en el acto: “No es por vergüenza si no para no patinar. Este es el olor del trabajo”. “Que no es lo mismo que el olor a mierda”, dice una mujer a su lado y se tapa la cara como disculpándose por el exabrupto.

Facón, rastra de plata, poncho negro y sombrero de fieltro el hombre dice ser “llamado Peter Arroqui, contratista y autoconvocado”, oriundo de Coronel Suárez. Las galas le sirven para destacarse; también su entusiasmo cuando, de pie, grita ¡bravo! mientras Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural, anota entre la lista de pestes padecidas por el campo a un “Estado predador insaciable”. Toda la tribuna del lado derecho del palco oficial se encabrita en aplausos con esas palabras, aunque su arenga de claque bien compuesta tampoco se sacia. La corrección política que parece haberse aprendido bien de este lado de la arena, donde los sementales de toro en exposición se dejan admirar como si supieran que ellos tampoco son “la mansa vaca lechera que se deja ordeñar para pagar los costos de la ineficiencia”, metáfora firmada por Biolcati para hacer referencia al “campo” representado allí por sus más envarados dirigentes.

Es que querían más del discurso de apertura oficial de la 123o Exposición Rural Argentina. Es lo que se escucha en los corrillos, lo que se dice por lo bajo cuando se pregunta. En voz alta, en cambio, Peter Arroqui opina con elegancia: “Fue medido, pero está bien, no queremos fomentar la guerra civil”. ¿Quiénes serían entonces los contendientes? Ya no hay respuesta, es hora de agitar la bandera azul y blanca con un curioso diseño en negro en el lugar destinado al sol. Parece una hélice, pero de lejos, también una esvástica. “No sé qué significa, a mí me la regalaron”, dice un joven de boina roja que no deja de agitar su insignia después de evaluar el paralelo.

Es una mañana de sol y el predio de la Sociedad Rural desborda de gente. La organización del evento ha dispuesto la entrada a las tribunas como si fueran mangas por las que se entra en fila, de a uno. A la derecha, los productores más reconocidos y los dirigentes zonales. A la izquierda del palco oficial, un público más llano y menos comprometido con los discursos, aunque señale a ciertos políticos como si se estuviera en frente de alguna celebridad del espectáculo. Hay allí un escenario, en definitiva, y un espectáculo que agradece que el frío haya amainado y tal vez, también, que la fiesta del “campo” se dé en un entre nos sin fisuras. Ni la Presidenta, por supuesto, ni funcionarios del Poder Ejecutivo. Ni siquiera se ven representantes de los trabajadores más castigados del sector agropecuario.

Están de un lado los que se beben las palabras como si esperaran que el trago fuerte llegue en algún momento para lanzar su grito de júbilo –sucedió con la mención al Estado predador, pero también cada vez que se mencionó la palabra patria– y del otro los que esperan el show de caballos, gauchos e indios caracterizados con pelucas, el pecho desnudo y montando a pelo. Entre esa muchedumbre, una señora recibe besos que devuelve con un “gracias, querida”. Es doña Lita de Lazzari, el ama de casa de voz estridente y un sentido común blindado, conservador y católico.

“Acá se respira aire nacional”, dijo Lita como enamorada mientras caía sobre las tribunas una lluvia de papelitos celestes y blancos expulsados por bombas de aire bien dispuestas en los cuatro vértices de la arena. Papelitos como en la cancha de fútbol, arenga de marca nacional registrada en el Mundial ’78, pero geométricamente recortados, que subrayan la voz del locutor: “No se callen como extranjeros frente a este grito compartido: ¡viva la patria!”.

Un corrillo de productores cordobeses le da la espalda al espectáculo. El palco oficial, pocos minutos después de terminado el discurso, está casi vacío. “Podría haber sido más crítico, más fuerte, más después de la tomada de pelo de ayer (por el viernes). No sé para qué le dicen diálogo si es un monólogo, dieron lo que la Presidenta ya había ordenado.” ¿Y cómo ve el futuro Oscar Azar, productor de granos y carne de Río Primero, Córdoba? “Les queda poco”, se adelanta su hijo, boina roja y ojos azules. Pero el padre enseguida lo disciplina: “No digas eso. Ojalá que no, que recapaciten”. La idea es poner paños fríos, pero el joven asegura que el discurso de Biolcati “lo llenó, sobre todo por las cosas que dijo de la patria”.

“Es que esa palabra es necesaria en este tiempo en que se la ha devaluado y manoseado, parecemos más Venezuela que un país acorde a nuestra identidad”, Guillermo Fernández Llanos, productor, criador de caballos y dirigente de la SRA cordobesa oscila entre la repulsión “por la situación actual” y una cordura que quisiera quede en los papeles. “No pongas sólo de Venezuela, lo que quiero decir es que acá se interpreta el sentir del productor verdadero. Porque nosotros no manejamos el campo por teléfono, estamos acá con nuestros hijos y todos nos ensuciamos de bosta.”

Tal vez es esa sensación de estar al amparo, entre iguales, lo que permite al público más interesado guardar las opiniones más urticantes. Ahí estuvieron en el escenario las espadas de los hombres de campo –hay mujeres sí, pero ellas no son nombradas, ni desde el palco, ni en el entre nos que se define de esa manera; padres e hijos, hombres todos–; ellos dijeron lo que más se espera oír: “Bajar las retenciones es algo necesario, ya no resiste análisis”, regaló Francisco de Narváez a quienes lo atisbaban entre la aglomeración de micrófonos que lo asaltaron no bien entró al predio. Y entonces, también, alguien pidió aplausos, que se dieron tímidos aunque otra voz pidió más. “¿No es divino?”, se sonrojaba una mujer de mediana edad montada sobre sus botas de montar.

“No se puede estar con dios y con el diablo”, dijo la mujer al paso del jefe de Gobierno de la ciudad, Mauricio Macri. “Ahora resulta que está bien lo que propone el Gobierno, que si hacen lo que dicen nos vamos a calmar, ja”. Ella se llama Mercedes Gonet y tiene campos en la Pampa Húmeda. “A éste –señalando a Macri–, algo le dieron”, insiste para justificar su amor platónico por el empresario de origen colombiano. La frase sobre dios y el diablo es una metáfora común durante el mediodía. Los cordobeses la usaron para referirse a la ausencia de su gobernador. Y un grupo de santafesinos, que mira con desprecio el termo de plástico que regala una marca de yerba mate, la repite para referirse a Héctor Binner. “Es una pena, una falta de compromiso que no haya habido ni un solo gobernador, sobre todo entre los que se supone que nos apoyan”, opina Francisco Becerra, cabañero.

Cuatro globos de helio con forma de torpedos se ubican en los cuatro vértices de la arena de exposición. Ahí están representadas las cuatro entidades de la Mesa de Enlace. SRA, Coninagro, Federación Agraria y la Confederación Agraria Argentina. De su unión se jactaron desde el palco, aun cuando el dirigente entrerriano Alfredo De Angeli, haya reclamado con el peso de su popularidad que el dirigente de FAA lo reciba en reunión privada. El, como otros estancieros más elegantes, aluden a las bases para justificar la presión que se sostiene como una amenaza sobre el futuro. “Nos quieren empujar al paro para después irse porque nosotros los debilitamos. Y la verdad es que si no aflojan las bases se van a desbordar”, dice un hombre de pañuelo ecuestre al cuello que prefiere no dar su nombre. Es que el “campo”, dice el hombre repitiendo las palabras del discurso, “ya no es una vaca mansa y no nos vamos a dejar ordeñar”. La pregunta la deja picando el hombre anónimo: ¿Y cómo será ese plan del “campo” para acabar con la pobreza sin entregar leche? Colorado, tomando con un sorbete una gaseosa de siete pesos, dice: “Ya van a ver cuando empiece a sesionar el nuevo Congreso. Ya lo dijo Hugo, la gente opinó en las urnas, pero ya va a llegar el momento de hablar en serio”.

En esta reunión del “campo” que empezó a desarticularse después del pío recorrido de la Virgen de Luján y su “inmaculada presencia” por el pie de las tribunas, curiosamente, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no fue mencionada ni una vez. No mereció opinión sobre su persona ni sobre sus actos. Es como si ya no la vieran. Se habla, sí, del Gobierno, pero apenas para decir que “queda poco”, aun cuando el vaticinio, también repetido, se silencie abruptamente. Será, una vez más, la certeza de estar en casa –la Sociedad Rural– y en familia. A pesar de que el público tiene algunas motas de heterogeneidad, cuando dicen patria todos parecen saber a qué se refieren.

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Imagen: Bernardino avila
 
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