EL PAíS › OPINIóN

Batallas y espaldas

 Por Eduardo Aliverti

Se supone que cualquiera que haya tenido la duda habrá terminado de despejarla esta semana.

La ley de medios audiovisuales se reveló, en efecto, como la madre de todas las batallas. No se considera que sea así por fuera de los actores involucrados en forma directa (el Gobierno, Clarín, grupos mediáticos, periodistas, personalidades de la comunicación en general) y de aquellas figuras o colectivos intelectualmente inquietos. El grueso de los sectores sociales y populares percibe que el manejo de la radio y la televisión es ajeno a sus urgencias cotidianas, e incluso estructurales. Un oyente radiofónico resumió la representatividad de esa sensación: “Yo vengo del supermercado y aumentó todo, qué carajo me importa a mí si Clarín y quiénes están al aire y quiénes son los dueños de los medios...”. Sin embargo, el tema se expandió de tal manera que cabría pensar en su penetración aun entre los desinteresados. Ya casi no hay modo, ni en la radio, ni en la TV, ni en la prensa escrita, de no toparse con el lugar que cada quien asume frente a la ley. Aunque, en realidad, debe hablarse de la posición que cada uno asume (por convicción o presiones) frente al kirchnerismo genéricamente entendido: salvo por algunas excepciones puntualísimas, el nivel del debate continúa careciendo de observaciones técnicas y jurídicas. Es apoyo porque apoyo o me opongo porque me opongo. Y si acaso esto fuera comprensible entre el vulgo, es injustificable en quienes deben observar un piso de rigurosidad profesional. El Gobierno, porque no quiere o no sabe, no logra escapar a la sospecha de que todo pasa por una guerra individual contra los intereses de Clarín. Un recelo incrementado tras la negativa oficial a que Multicanal fusione Cablevisión, y por exabruptos como el de Kirchner ante un cronista del Grupo. Y Clarín, en tanto corporación mediática con un poder jamás conocido, desató una campaña antigubernamental que provoca asombro aun entre quienes calcularon el rango más alto de una reacción desmedida. No por la cruzada en sí sino por lo grosero de su estilo. Esto es de lo que precisamente se vale la oposición –no toda, pero sí la que se instituyó como representativa– para afirmar que no hay clima de polémica sesuda. Un cinismo a toda prueba. Ni siquiera es necesario recaer en la obviedad de que el clima al que arguyen aspirar no existe hace 26 años. Desde medios de la propia derecha advierten que lo que en verdad está en juego es el cálculo de diputados, senadores, figurones y figuritas respecto de cuál es la relación costo-beneficio personal de cara a 2011: de este lado se ubica un kirchnerismo al que no le ven chances de subsistencia, y del otro una influencia imperecedera que puede determinar su potenciación o desaparición mediática. O sea: su potenciación o de-saparición a secas.

Bajo semejante manto de aprensiones, es natural que, incluso por parte de quienes cultivan buena leche político-ideológica, no se estime al momento como el mejor. Pero nadie discute que el proyecto de ley resulta “apenas” un eferente en medio de una porfía inmensamente mayor, cual es cómo se distribuye el espacio comunicacional en medio de avances tecnológicos capaces de haber provocado una de las mayores revoluciones de la historia de la humanidad. Los medios espejan, pero también determinan nuestros gustos, compras, ilusiones, bajos instintos; nuestra apreciación de la realidad, qué tanto. Ley aparte, ¿la dirigencia política supone que hay algún “momento mejor” para discutir una cuestión universal de este tamaño, siendo que el momento ya les pasó por encima? Son tan chiquitos... Podrían pensar que, coyunturas al margen, las ofertas de ampliación del espectro deberían servir para ganar sus espacios en nuevos medios, con otra gente, en otros lugares. Utopías módicas. Una, por lo menos. No. Prefieren especular con la mirada enana de si hay vida con Clarín en contra. Seguramente les taladra el cerebro el síndrome Laferriere, Ricardo, como se conoce en el ambiente al caso del senador radical que en los albores democráticos osó presentar un proyecto de Derecho a Réplica, para que cualquier ciudadano tuviera acceso a los medios cuando se considerase ofendido o agraviado por sus publicaciones. Fue objeto de una ejecución sumario-mediática. Nunca más citaron su nombre. Ni eso ni su nombre. Valga el cotejo para dimensionar de qué hablamos, hoy, cuando se habla de quitarle un tramo de su negocio al grupo que controla una porción formidable de la información y la opinión circulantes; y que llovido sobre mojado viene de ver comprometido alrededor de un tercio de sus ingresos tras la caída del contrato con la AFA. Son cifras estrambóticas, y hasta llega a producir vergüencita ajena que el nombre de tal cosa sea cuidar la libertad de prensa.

Pero nada de ello obsta que, por las características a veces ciclotímicas y muchas veces arrebatadas de la pareja presidencial, no deba perderse de vista la dimensión de esta mamá de las batallas (tampoco debe hacérselo con la falacia de que el tema merece audiencias públicas, que de todos modos bienvenidas sean. Desde marzo último hubo decenas de foros en todo el país, participaron miles de personas y de allí surgieron correcciones y agregados varios al anteproyecto. ¿Los críticos participaron en alguno, o siquiera los cuestionaron?). Detrás de este choque hay objetivos que exceden largamente los específicos de las corporaciones “periodísticas”, bien que las involucran desde que, por vía del desenfreno a que dio lugar la apertura indiscriminada de la rata, manejan mucho y enorme negocio paralelo al comunicacional. Los intereses del “campo” y los del establishment industrial que presiona sobre la cotización del dólar, entre otros, son acordes con la defensa de “la libertad de expresión”. ¿Los K tienen espaldas movilizadoras y amplias para aguantar una ofensiva así? Es otra de las preguntas que vale repetir porque, sin perjuicio de los estiletazos egoístas que lanza esa derecha, es irrebatible que el oficialismo sigue moviéndose en torno de una forma marcadamente endógena del entendimiento del poder, confiado en que la capacidad de acción les pertenece sólo a ellos.

Eso puede servir para trazar grandes rumbos, pero no para sostenerlos. Hay en los Kirchner un espíritu autocrático, que confunde el ejercicio firme del mando con cierto aislamiento mesiánico. Si lo que vivimos es un capricho para mostrar que la tienen más larga que Clarín, tarde o temprano están puestos como todo lo que no tiene anclaje ideológico. Y si la batalla contra ése, contra otros grandes medios y contra lo que éstos expresan en la correlación de fuerzas, enuncia una vocación auténtica de democratizar los mensajes, les hará falta ganar mucha más confianza entre los sectores medios y populares. Muchísima más. Tanta o más que la perdida. Encarar lides épicas contribuye, pero no significa que el poder popular se pueda construir en soledad.

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