EL PAíS › OPINION

El año que vivimos en peligro

Por Ariel Schifrin *

El otro día, mientras caminábamos en la Marcha de la Resistencia, traté de explicarle al Bocha, y a mí mismo, qué fue de nuestra vida militante antes y después de ingresar a la función pública. “Ustedes no creyeron que nosotros podíamos crecer tanto”, me dijo. Me quedaron rebotando los pronombres: ustedes, nosotros. ¿Quiénes somos nosotros?
Nosotros: en este caso, una subespecie porteña de funcionarios de paso, transitorios, nos vamos con el que nos nombró. Hace una década teníamos una noción tan vaga del Estado que la función pública nos parecía Saturno. Hace más de un par de años y menos de un lustro fuimos llegando a la gestión de gobierno con la tenue brisa progresista. Luego del 19 de diciembre y los cacerolazos vivimos una pesadilla digna de La naranja mecánica y nos preguntamos qué hicimos para merecer este sitio, confuso y tal vez necesario, de atender la emergencia de este lado del mostrador, mientras la mayoría de esos otros que son como siempre fuimos nosotros gritaban con cierta metafórica razón “que se vayan todos”.
Hoy en parte ya no somos los mismos; hemos sufrido la ausencia de aquella cultura del nosotros, y como toda herida sin el oxígeno de la palabra y las ideas se cicatrizó feo, con remiendos y lagunas.
Por allí y por allá hubo excepciones, para decirlo mejor, hubo políticas y construcciones más honrosas que las nuestras, suficientemente dignas para que aunque nosotros las acompañáramos de “costado”, a título personal y a veces ni eso, nunca dejaron de volver a convocarnos.
Nosotros (los perdidos en la noche de este artículo) miramos durante un tiempo el proceso político por el ojo de la cerradura del Frepaso y luego en la gestión desde las cualitativas de imagen. Nos sentíamos correctos, menos imperfectos, un poco cómodos. Nos decíamos la “peleamos desde adentro”, y era cierto, pero era una verdad liviana. Si no estallaba la miseria en Buenos Aires y no se llenaban las calles de gente y de consignas, supongo, tal vez, casi, no sé, hubiéramos asumido la política como un medio de vida y nos hubiéramos conformado con compactar todos los objetivos del centroizquierda en el meritorio código de convivencia. Pero todo sucedió y pudimos zafar.
Mientras tanto un par de amigos entrañables, de toda la vida, andaban a los tumbos edificando causas perdidas. El Bocha, intentando con sus compañeros crear una central de trabajadores alternativa, lo que parecía una causa remota y resultó ser la excepción a la regla de lo posible. Y el Vasco, tozudo y militante, organizando las primeras y embrionarias empresas autogestionadas, un esfuerzo que parecía estar a años luz de la política y del poder.
Les diría a ellos, de todas maneras, que no fuimos neutrales, crecimos, algunas escaramuzas ganamos y aportamos granitos de arena para defender la causa popular desde la gestión pública. Que aun sin un proyecto colectivo que nos contuviera, pudimos retener nuestra coherencia individual y no nos convertimos al posibilismo ni al culto de la democracia de las encuestas, puramente delegativa y mediática. Que estamos y queremos estar.
Así las cosas, en marzo pasado comenzamos por reconocernos en ese clamor civilizatorio que recorre la geografía argentina y convocamos a los vecinos porteños al Presupuesto Participativo. Lo hicimos porque estaba previsto en la Constitución pero, sobre todo, porque ante la emergencia había que abrir los despachos oficiales y ensayar el “vengan todos”, tardío pero necesario y simétrico al que se “vayan todos”. Durante varios meses de esta primera experiencia participaron 9562 porteños y se llevaron a cabo 250 reuniones temáticas entre los vecinos y los funcionarios.
Un académico catalán, aficionado a la izquierda y por lo tanto a Latinoamérica, hizo la siguiente reflexión sobre nuestra experiencia, comparándola con otras ciudades de la región: “La convocatoria del Presupuesto Participativo de Porto Alegre fue una opción estratégica de gestión, un camino de ‘radicalización de la democracia’ como alguna vez dijo el ex prefeito Raúl Pont. En Montevideo y en San Pablo el Presupuesto Participativo fue una propuesta programática, un concepto ideológico de gestión y de democracia avanzada para ciudades de cierta escala gobernadas por fuerzas populares. Ustedes en cambio, en Buenos Aires, ante semejante crisis de legitimidad cogieron lo que tenían a mano, el Presupuesto Participativo, y lo lanzaron con audacia a ver cómo pintaba”, dijo luego de mirar unas cien diapositivas de marchas, cacerolazos, asambleas barriales y de las tensas reuniones iniciales de los funcionarios de la ciudad con los vecinos.
Es cierto, nuestra primera experiencia tuvo un claro estilo “a la argentina”, atada con alambre e improvisada, algo de lo que por supuesto no nos sentimos orgullosos. “Fue una salida urgente por el contexto pero una acertada decisión política”, sentenció el amigo catalán.
A dos meses de haber terminado con el primer Presupuesto Participativo y mientras preparamos la masividad del próximo año, ya respiramos otra atmósfera y no queremos volver a la humareda de los despachos cerrados y de las decisiones “redituables”.
Y para ser coherentes con estas conclusiones no podemos hacernos los distraídos, darnos por satisfechos, “consolidar lo hecho” con el Presupuesto Participativo y hacer la plancha. Ahora hay que avanzar en la descentralización de la ciudad. Los procesos participativos tienen sentido si se acerca la política y la administración a lo local, si se establecen relaciones de proximidad entre las instituciones y los ciudadanos, si se amplían los espacios de representación local y barrial. Entre todos podemos aportar a la construcción de una democracia más avanzada, más solidaria e integradora, más directa en lo cotidiano, abierta a la cogestión entre la esfera pública y la gente, más cultural que puramente aritmética.
Si así lo hacemos miles de vecinos ya no nos tendrán la razonable desconfianza que nos manifestaron en las primeras asambleas del Presupuesto Participativo. Descarto que el Bocha, el Vasco y los otros compañeros de siempre, tampoco.

* Secretario de Descentralización y Participación Ciudadana del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

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