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Unasur, votación y después

 Por Mario Wainfeld

Hubo fumata blanca, sin vetos y con la sola, polite, abstención de la Presidenta argentina. Néstor Kirchner fue elegido secretario general de la Unasur. Lo más sonante fue la aprobación del presidente uruguayo José Mujica, aunque el consenso de todos los países miembro es el dato central. La Unasur lleva corta vida que dista de ser inocua. Fue determinante para frenar los intentos golpistas de la rosca de la derecha boliviana contra el presidente Evo Morales y para investigar a fondo las violaciones de derechos humanos cometidas por los insurrectos. El episodio contuvo un avance cualitativo, el gran protagonismo de la entonces presidenta chilena Michelle Bachelet en defensa de la institucionalidad de Bolivia, un cambio copernicano tras décadas de relaciones bilaterales antagónicas o enfriadas.

Los esfuerzos para aislar al golpismo en Honduras mostraron un bloque regional consustanciado con la legalidad democrática, actitud de vanguardia que no bastó para impedir las elecciones proscriptivas y muchos reconocimientos al gobierno espurio de Porfirio Lobo.

La cumbre de Bariloche, centrada en el repudio a la instalación de bases norteamericanas en Colombia, tuvo un desenlace más chirle. Un laborioso documento de compromiso, consecuencia obvia del esquema de funcionamiento de la Unasur, un cuerpo compuesto por presidentes que exige consenso pleno, otorgando a cualquier integrante la posibilidad de vetar resoluciones conjuntas.

Vista en perspectiva, es una performance atendible en una etapa de crisis de los entes políticos internacionales. La Organización de Naciones Unidas está trabada por su atávica conformación. La Organización de Estados Americanos agoniza, obturada por la presencia narcotizante de Estados Unidos y sus aliados constantes. La Unión Europea atraviesa una crisis fenomenal cuyo desemboque está abierto. Parece imposible que no contenga una regresión severa en el más exitoso proceso de integración de los dos últimos siglos.

La Unasur afronta desafíos enormes y arduos. Tiene su razón de ser que es construir un polo regional, con el liderazgo (por cojones, dirían los españoles) de Brasil y un papel significativo de Argentina. En el lapso en que coincidieron las presidencias de Lula da Silva y los Kirchner, los dos estados jugaron en tándem en sustento de la paz y la democracia en este sufrido Sur, con más enjundia, onda recíproca y éxito que en cualquier etapa previa. Los límites a esos objetivos, ya se dijo, son severos. La política internacional es muy tributaria de las relaciones de fuerza y el consenso una herramienta tan encomiable como limitante.

El nombramiento de Kirchner, un reconocimiento colectivo al fin, fastidió a muchos en su propia tierra. Si la Unasur fuera un agregado de gobernadores o de empresarios argentinos, sus críticos locales seguramente hubieran apelado a sus argumentos domésticos: la caja, el miedo, la cooptación. Esas explicaciones no son extrapolables a gobiernos de países vecinos, muchos de ellos señalados como ejemplos por la Vulgata de la derecha nativa. Así que se optó por ningunear a la Unasur y sugerir (con medias tintas) que un asombroso error colectivo habría movido a figuras tan disímiles y potentes como Lula, Mujica, Uribe, Sebastián Piñera, sin agotar la lista. La explicación, piensa el cronista, es otra a la vez sencilla y racional. La Unasur precisa un secretario general con predicamento y peso político, casi de cajón un ex presidente. El casting respectivo es muy limitado, el ex mandatario argentino era el mejor prospecto atendiendo a la centralidad de Brasil y al tono ideológico actual. No el óptimo en abstracto sino apenas (nada menos) lo mejor dentro del estrecho marco de lo disponible. Pura racionalidad instrumental, para consolidar un proyecto común difícil, que todos sus miembros desean mantener vivo.

Kirchner, más vale, no será el conductor de la Unasur, cuya cabeza es el plenario de los presidentes. Su misión será consolidar su estructura (en buena medida construirla), motorizar ideas e impulsar consensos. Es razonable dudar de cómo emprenderá esas tareas que no siempre consultan su perfil. Para eso se lo buscó, también para tener un compromiso firme con su labor, tal como puntualizó su promotor el presidente ecuatoriano Rafael Correa después de tomarle juramento y saludarlo con el vocativo “querido Néstor”. ¿Cómo compatibilizará Kirchner su cargo con su accionar en la política doméstica y su más que factible candidatura a presidente en 2011? Cerca del ex presidente auguran un despliegue enorme en los próximos meses. Sus adversarios, en este y otros países, barruntan que esas promesas son humo. El colega Martín Granovsky apostó públicamente en este diario que en seis meses se refutarán esas agorerías. Sin entrar en las apuestas que lo envician en exceso, este cronista se limita a expresar que en la cancha se ven los pingos, o los pingüinos.

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