EL PAíS › PRIMERA AUDIENCIA CONTRA EL POLICIA VELAZTIQUI, QUE MATO A TRES CHICOS EN DICIEMBRE DE 2001

Hoy es el juicio por los chicos de Floresta

En el bar de una estación de servicio, cuatro jóvenes veían por televisión los enfrentamientos entre represores y caceroleros, y se reían de la policía. El custodio del local asesinó a tres a quemarropa. Siguieron dos años de movilización del barrio.

 Por Carlos Rodríguez

El 29 de diciembre de 2001, cuando disparó sobre tres chicos indefensos a los que asesinó a quemarropa, el suboficial de la Federal Juan de Dios Velaztiqui, a punto hoy de cumplir 63 años, tendría que haber estado en su casa, retirado del servicio activo y no como custodio uniformado de un maxikiosco. En octubre de 1990 lo habían pasado a disponibilidad, acusado por los delitos de vejaciones y apremios ilegales, algunos contra menores, motivo por el cual era investigado por la Justicia (ver aparte). En 1993 la Policía Federal lo había rehabilitado para trabajar como auxiliar de la Justicia, a pesar de sus antecedentes, y en el 2001 le dieron pistola 9 milímetros con la que asesinó a Adrián Matassa (23), Maximiliano Tasca (25) y Cristian Gómez (25). En el arma llevaba balas de punta hueca, prohibidas por la propia policía por el daño que provocan al impactar contra un cuerpo blando. Hoy comienza el juicio oral contra Velaztiqui, quien está acusado de homicidio simple, aunque su situación podría agravarse si se determina que actuó con alevosía.
Enrique Díaz (22) pudo haber sido la cuarta víctima, pero escapó a tiempo del maxikiosco de Gaona y Bahía Blanca, en el barrio de Floresta. Es uno de los testigos clave, junto con Sandra Silvina Bravo, empleada del comercio. Hubo otros cuatro testigos que presenciaron el ataque: Roberto Rochaix, un piloto ligado a la Fuerza Aérea; los empleados de la estación de servicio vecina Pablo Todorosky y Gastón Domínguez, y Pedro Alberto Díaz, empleado de una gomería cercana. Todos están citados para la audiencia de hoy. Velaztiqui disparó entre cinco y siete veces sobre los tres chicos. Tasca y Gómez murieron en el acto, mientras que Matassa falleció poco después en el hospital Alvarez.
Tres de los disparos mortales fueron a quemarropa –desde una distancia menor a los 50 centímetros– y está probado que todas las balas partieron de la pistola Browning 9 milímetros que llevaba el policía. El prontuario de Velaztiqui hace pensar que será condenado por el triple crimen. La querella intentará probar la alevosía, para buscar la cadena perpetua, pero la defensa quiere demostrar que el policía actuó bajo “emoción violenta”, alternativa virtualmente invalidada por las pericias. El testigo Rochaix, en su declaración ante la Justicia, mencionó como al pasar el tema de la “emoción violenta”, una definición científica algo extraña en la boca de un testigo presencial.
La postura de Rochaix ha despertado controversias. Por un lado se acercó a las familias de las víctimas, ya que vive en el barrio y dijo apoyar el reclamo de justicia. Por el otro, fue visto ayudando a Velaztiqui cuando éste arrastraba a los chicos tomándolos por los pies, hasta sacarlos fuera del comercio. En ese momento, el policía intentaba “armar” un supuesto enfrentamiento por un intento de robo. Hasta llegó a tirar sobre el piso “un cuchillo con el mango amarillo”, para hacer creer que era el arma que llevaban los chicos. Sandra Bravo rechazó esa versión y recordó que conocía muy bien a los chicos, que eran clientes habituales. “Nunca se mostraron como agresivos ni pendencieros”, recalcó la mujer.
“Los monstruos existen pero son demasiados pocos para ser realmente peligrosos; más peligrosos son los hombres comunes.” Con esa frase, tomada de Primo Levi, el médico forense Alberto Vicente Donner hijo certificó que Velaztiqui era consciente de sus actos al momento del crimen. No estaba loco cuando mató a los chicos sólo porque se reían de un policía golpeado por los caceroleros, durante las agitadas jornadas que sucedieron a la caída de Fernando de la Rúa. “Las facultades mentales se encuadran dentro de la normalidad jurídica (...) Sí pudo comprender la criminalidad del acto y sí pudo dirigir sus acciones”, dijo Donner junior.
El defensor oficial Mariano Maciel intentará demostrar que su representado sufrió un “trastorno mental transitorio”. Uno de los argumentos invocados durante la instrucción fue el supuesto trauma que le provocó al policía la muerte de su padre, José Encarnación Velaztiqui, asesinado durante un intento de robo, en el Chaco, cuando el imputadotenía 12 años de edad. “No se detectan secuelas traumáticas en referencia al fallecimiento de su padre”, sostuvo el Servicio de Psicología del Cuerpo Médico Forense, con la firma de Marta Castelli Perkins.
El acusado nunca recibió tratamiento psiquiátrico ni psicológico antes de cometer el crimen y jamás fue internado por problemas mentales. El estudio firmado por Perkins concluyó que Velaztiqui “no presenta síntomas de alteraciones psicopatológicas que configuren algún tipo de enfermedad mental psicótica (no es un alienado mental), por lo tanto sus facultades mentales encuadran dentro de la normalidad psicojurídica”.
También se le hicieron otros tres estudios: resonancia magnética de cerebro y fosa posterior sin godolinio; un electroencefalograma y un examen neurológico. Todos se mantuvieron dentro de los parámetros normales. Sólo se comprobó que Velaztiqui padece de diabetes y no se descarta que haya sufrido “un cuadro de hipoglucemia” la noche del crimen. Esa supuesta situación pretendía ser utilizada por la defensa para decir que Velaztiqui tuvo algún trastorno de conciencia.
En el estudio firmado por el médico forense Juan Carlos Romi, se afirma, de todos modos, que “el presunto episodio (la hipoglucemia) no tuvo la jerarquía suficiente para provocar un grave trastorno de la conciencia, habida cuenta que no perdió el conocimiento (cuadro comatoso) ni tuvo conductas de inacción como sería de esperar; por lo contrario realizó en el momento del hecho que se le imputa conductas explícitas o manifiestas donde la coordinación psicomotora fue evidente”. Tampoco hay evidencia médica de que el imputado “haya cursado en el momento del hecho un cuadro de confusión mental que haya referido o perturbado en forma transitoria su campo de la conciencia”.
La testigo Sandra Bravo lo vio reaccionar violentamente, contra tres chicos indefensos con los cuales ni siquiera había discutido. Maximiliano Tasca comentó “está bien, hay que matar a todos los policías”, mientras miraba las imágenes de Crónica TV que mostraban a varios caceroleros pegándole a un uniformado. “Está bien, por lo que hicieron ustedes la semana pasada”, insistió Maxi ante una reiteración de las escenas, aludiendo a la brutal represión policial del 19 y 20 de diciembre. “Basta o algo parecido” fue lo que gritó Velaztiqui antes de dispararle a Maxi a quemarropa, sorprendiéndolo ya que se encontraba a espaldas del joven, que se dio vuelta por última vez antes de morir, según surge del relato de Sandra Bravo en la instrucción de la causa.
“Le disparó primero a Maxi, justo en el momento en que éste giraba para mirarlo, impactándole el disparo en la cabeza, cayendo al piso (luego se dirigió) hacia Cristian, a quien también le dispara en la cabeza (...) fue allí cuando se tiró junto a la caramelera Adrián, quien presentaba sangre en la zona del vientre.” La autopsia confirmó que Maxi recibió un tiro en la cabeza, Cristian Gómez uno en la cabeza y otro en el abdomen, y Matassa un tiro en el abdomen. Una mano de Cristian quedó aferrada a la pata de la mesa donde estaban tomando una cerveza. Es lo que se llama “espasmo cadavérico”. Esa fue su última acción, ya que murió en el acto.
En el cargador de la Browning que llevaba Velaztiqui se encontraron al menos dos balas de punta hueca. Las balas encamisadas, sin punta hueca, corren a mayor velocidad y provocan una herida pareja, sin alteraciones, que puede incluso no ser mortal, de no atravesar centros vitales. La de punta hueca, en cambio, es más lenta y al ingresar a un cuerpo blando “se abre como una flor”. El daño que provoca es casi siempre mortal, aunque no impacte sobre órganos vitales.
Enrique Sebastián Díaz, el sobreviviente, lucía la noche del crimen la camiseta de su club favorito: River Plate. El vio cuando Velaztiqui se levantó de la mesa en la que estaba sentado, a espaldas del lugar que ocupaban ellos: “Dijo una palabra, pero no me acuerdo cuál fue. Eso motivó que Maxi diera vuelta la cabeza y fue en ese instante que el policía le disparó un primer balazo con el arma que estaría entre cuarenta ocincuenta centímetros de distancia de la cabeza de Maxi”. La distancia es la que confirmaron luego las pericias.
Enrique se levantó de su silla y corrió hasta llegar a su casa. Antes de poner distancia escuchó “un segundo tiro, para luego percibir una sucesión de cuatro o cinco más”. Regresó más tarde, cuando dos de sus amigos ya estaban muertos y Adrián Matassa internado en el hospital Alvarez. “Por lo que puedo recordar su cara estaba normal, sin modificaciones notorias”, dijo aludiendo al aspecto que tenía el policía en el momento de disparar. El sobreviviente recordó que “fue todo en un segundo, muy rápido, yo no me imaginaba que (Velaztiqui) iba a hacer lo que hizo, pensé que nos podía llevar presos, nada más”.

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Los rostros de Adrián, Maximiliano y Cristian en todas las marchas que reclamaron justicia.
El día que los mató, el policía trató de fingir un enfrentamiento y pasarlos por ladrones.
 
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