EL PAíS › PANORAMA POLITICO

Vigilar y castigar

 Por Luis Bruschtein

Para los mercados, los jóvenes son consumidores. Y por lo tanto deben ser seducidos y bombardeados igual que los adultos. El bombardeo mediático sobre los jóvenes es permanente, demoledor, y no tiene la mínima consideración del joven como persona. Les crea necesidades y urgencias sin importar su capacidad económica o nivel cultural. Trata de convencerlos de que no existen, de que no son nada, si no tienen tal o cual zapatilla o lentes de sol, gorras o remeras. El poder de convencimiento de ese machacamiento es casi invencible. El neoliberalismo se rige por los mercados que consideran a los jóvenes aptos para consumir. Pero el neoliberalismo no los considera aptos para votar. Pueden consumir, pero no pueden votar.

Los temas de género formaron parte de un debate profundo y enriquecedor. Pero las cuestiones referidas a los jóvenes permanecían en ese lugar tan engañoso de las verdades indiscutibles. Es como es, son como son y se los trata como se los trata. Hay un joven que es estudiante, otro que es desocupado, un joven delincuente, el violento, el trabajador, el gay o el heterosexual. Son identidades que fragmentan al joven como identidad. Que fragmentan y al mismo tiempo generalizan, como que el ser joven está a un paso de la droga, la delincuencia, la estupidez o la violencia. Cada una de esas identidades se convierte en todos los jóvenes según el momento. Como por motivos políticos el tema de la inseguridad ha sido tomado por los grandes medios como uno de los más enfatizados, se repite hasta el infinito la imagen del joven-delincuente. En ese proceso de edición-enfatización, los jóvenes pobres pasan a convertirse en equivalentes a delincuentes, drogones y violentos.

A veces el disparador es la inseguridad, a veces la educación. Hay un debate que empieza a despuntar. Hay un replanteo de la vieja mirada frente al joven. Hay un debate sobre el rol de la comunidad en relación con el joven. Hay un debate sobre la responsabilidad del Estado en ese tema desde una mirada global y no parcializada por cada circunstancia y menos por la agenda interesada de los grandes medios. No se trata del joven como problema, sino como persona, una identidad que la sociedad todavía no le ha confirmado.

En ese debate se generó un contrapunto. Ese duelo ya existía: para Macri, que ya está en campaña para el 2015, es importante para destacarse del resto de la oposición convirtiéndose en el principal objetor de la Rosada. No queda clara la razón del gobierno nacional para aceptar ese posicionamiento pero, en principio, le resulta conveniente y más fácil contraponerse con el centroderecha. De esa manera tensionan a todo el escenario en función de esa polarización.

Como las matryoshkas rusas, bajo cada tapa que se levanta aparece otra. Para el Gobierno implicó radicalización. Para el macrismo fue una marcha acelerada a posiciones muy a la derecha en relación con los jóvenes. En el rubro educación, el gobierno de Macri no se había destacado por una acción progresista. Mariano Narodowski, el primer ministro de Educación, y quizás el más idóneo de la gestión macrista, debió renunciar porque se había usado su ministerio para pagar el salario encubierto al espía Ciro James. Más allá de las implicancias legales (Macri y Narodowski están procesados), involucrar de esa manera al Ministerio de Educación en una operación encubierta para espiar en forma ilegal a los ciudadanos es un indicio de la concepción global sobre juventud y educación, tan inficionada de rasgos vigiladores y autoritarios. Indicios que se confirman cuando se designa a Abel Posse como reemplazante de Narodowski. Lo primero que hizo Posse fue reivindicar a la dictadura, lo que provocó otro escándalo y su renuncia. Finalmente asumió el actual ministro, Esteban Bullrich, un hombre que de a poco se fue ganando la confianza de Macri, porque proviene de la fuerza de Ricardo López Murphy. Es conservador y no lo oculta, tampoco elude el diálogo, y en general es más creíble que algunos de origen progre que abrevan en la gestión conservadora de la ciudad de Buenos Aires y que se esconden en dobles discursos y justificaciones famélicas.

Cuando se produjo el conflicto por el estado edilicio de las escuelas, las dos propuestas de Bullrich tuvieron ese rasgo vigilador y autoritario: ordenó poner cámaras en las escuelas y pidió a las autoridades que hicieran listas con los estudiantes que habían participado en las tomas.

Por otro lado, desde hace relativamente poco tiempo, desde el gobierno nacional se empezaron a desarrollar actividades de estímulo a la participación política de los jóvenes utilizando un juego concebido a partir de la historieta El Eternauta. Lo paradójico de estos hechos es que quien había introducido la historieta de Osterheld en las escuelas porteñas había sido Narodowski. Los grandes medios hicieron una campaña para denunciar que La Cámpora estaba haciendo proselitismo en las escuelas secundarias y en los jardines de infantes. De todo eso, Bullrich sacó los argumentos para instalar un 0800 para que la gente denuncie actividades políticas de La Cámpora en las escuelas.

El Ministerio de Educación de la Ciudad separó a seis docentes que en el marco del conflicto contra la fusión de 220 cursos habían hecho una parodia sobre Bullrich y Macri. Cuando se produce un conflicto, los docentes reúnen a la comunidad educativa de las escuelas para explicar los motivos de su protesta. Esta vez, en lugar de un paro o de un discurso, los docentes hicieron esa famosa parodia, sin contenidos proselitistas ni partidarios, que aludía exclusivamente a la problemática de las escuelas.

En otro plano de esta misma discusión, el kirchnerismo presentó en el Congreso un proyecto de ley para instaurar el voto optativo para los jóvenes mayores de 16 años. Son debates espejados. Van en sentido opuesto. El kirchnerismo va en el sentido de dar a los jóvenes desde los 16 años la oportunidad de participar y ser contenidos por una sociedad que por lo general tiende a marginarlos, sobre todo a los jóvenes pobres. El macrismo (con cámaras de vigilancia, listas negras, teléfonos para delatar y represión a los docentes) va en el sentido de vigilancia y castigo como herramientas de formación. Son herramientas que se deducen de un concepto jerárquico de autoridad y de una idea de sociedad que castiga excluyendo.

Los grandes medios intervienen en ese debate a través de sus opinadores. Resaltan fuera de contexto la parodia realizada por los maestros o la participación de un dirigente de La Cámpora en la inauguración de un jardín de infantes en un barrio humilde o confunden a conciencia El Eternauta con el Néstornauta. En el caso del proyecto sobre la edad para votar sugieren que se trata de una maniobra oficialista para obtener más votos para lograr la re-reelección de la presidenta Cristina Fernández. Nadie sabe el contenido de ese voto. En la ciudad de Buenos Aires, entre los activistas de los colegios, La Cámpora tiene presencia, pero la mayoría de los centros están en manos de agrupaciones de izquierda antikirchnerista. Y entre los chicos que no participan en política, lo más probable es que se inclinen por el macrismo, permeabilizados por el alegato de la antipolítica sobre el que cabalga el discurso derechista. A nivel nacional es probable que ese voto sea muy parecido, con algunas diferencias, al voto de los más adultos.

Los argumentos que introducen los grandes medios, como ese de buscar la re-reelección con el voto adolescente, o el supuesto lavado de cerebro que realiza La Cámpora en los jardines de infantes o con el Néstornauta en los secundarios o con esa descontextualización del acto de los maestros, tienen una carga muy reaccionaria, con acusaciones muy parecidas a las que utilizaba la propaganda de la dictadura a través de los medios de aquel entonces. Los canales de televisión y las publicaciones de la editorial Atlántida insuflaban permanentemente el miedo a “la infiltración subversiva en las aulas” e incluían, en ese tiempo, a los curas progresistas como deformadores de la mentalidad de los jóvenes.

Para los operadores de los grandes medios se trata simplemente de otra escalada para debilitar al gobierno que estableció la ley de medios. Pero el macrismo va desa-rrollando en ese itinerario una línea de pensamiento coherente y antitético del que se plantea desde el kirchnerismo. En ese punto se da un debate muy interesante más allá de las pujas de poder. Ese debate permite visualizar desde el punto de vista de las ideas un bloque conservador que refleja los valores que han sido dominantes en la Argentina, con sus sectores de derecha e incluso algunos de los sectores progresistas permitidos en aquel sistema de ideas, que formaron parte de ese sistema y ahora tratan de imaginarse a la izquierda de los conservadores más duros.

Del otro lado aparece un bloque con proveniencias diversas, desde el peronismo hasta la izquierda, el radicalismo y el progresismo, que avanza un poco a tientas y que va encontrando espacios de cambio y democratización del viejo sistema a medida que avanza. Cada paso que da lo compromete a dar otro más y en ese transcurso va desarrollando un nuevo sistema de ideas. Hay un polo conservador con bagaje ideológico estructurado y un polo de cambio que va conformando su bagaje a medida que avanza.

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