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República

 Por Mario de Casas *

Entre otras cosas, dice con acierto Eduardo Jozami (en Página/12 del 06/10/13) que “en la confrontación entre el actual gobierno y la oposición, aparecen ideas que es importante profundizar”. Una de esas ideas es la de república, manipulada en crónicas, opiniones y ámbitos académicos, no precisamente porque su nombre sea polisémico en sentido estricto.

La exaltación de las formas republicanas como trampa discursiva, hoy recitada tanto por pensadores y opinadores conservadores como “progresistas”, ha operado como una cortina que impide comprender el proceso histórico.

Las explicaciones superficiales ensayadas en torno de nuestro tan cuestionado “déficit republicano” empiezan por atribuir sus causas a fenómenos como el “caudillismo”, el “personalismo” o el “caciquismo”, y continúan hasta llegar a las consecuencias finales, vinculándolas a expresiones políticas de países de la región cuya calificación es un aspecto clave de la maniobra: “el respeto a las instituciones de la República” –dicen– es determinante del “progreso” y la “modernización”, su ausencia del “subdesarrollo”; para rematar reivindicando la “izquierda moderna” de Chile y Uruguay en oposición a la “izquierda retrógrada” de Venezuela o Bolivia.

El aire de familia con la infausta dicotomía sarmientina “civilización o barbarie” es evidente, pero esta renovada idealización de la república no es ingenua, habla de un modelo a seguir: el neoliberalismo mantiene su hegemonía en países como Chile y Uruguay, habiéndola perdido en otros como Bolivia y Venezuela.

En este contexto, es importante hacer algunas consideraciones sobre la complicada conformación de los Estados latinoamericanos. Conviene recordar que la construcción de un Estado nacional no se realiza nunca en el vacío, ni a partir de una entelequia –que podría llamarse “madurez política”–, sino sobre la base de una estructura económico-social históricamente dada y dentro de un contexto internacional concreto; factores que no sólo determinan las modalidades históricas de cada entidad estatal y su evolución, sino también la mayor o menor sinuosidad del camino que conduce a su concreción.

Es lo que pasó en nuestro país: en última instancia, la oposición entre las provincias interiores y el litoral portuario remite a ámbitos territoriales en los que se asentaron modos de producción distintos, con desarrollos conflictivos que se expresaron –con variantes– en la dura lucha política entre unitarios y federales. Los intereses del litoral correspondían a un inequívoco despuntar del modo de producción capitalista, dependiente de la potencia imperial dominante, en un área sin enclaves feudales o esclavistas. En las provincias, en cambio, prevalecía la producción para sus propios mercados internos, y una parte importante de sus poblaciones activas estaban ocupadas en actividades de subsistencia.

El desarrollo desigual y combinado –que mezcló atraso y progreso– generó fragilidad institucional. La precariedad del funcionamiento republicano tuvo una de sus causas principales en la consolidación de la situación periférica y dependiente: la alianza de los terratenientes latifundistas con el capital extranjero impidió un proceso autosostenido de acumulación y competitividad a nivel internacional, frustrando la industrialización temprana y deteriorando la estabilidad del sistema político. Ese predominio se afirmó con victorias conservadoras cuya consecuencia institucional fue la adopción del modelo constitucional norteamericano, basado en el blindaje a la injerencia popular, de tradición liberal antagónica a la de raigambre democrática surgida en 1789.

La correspondencia entre aquella fragilidad capitalista y ese andamiaje institucional no podía tener –y no tuvo por mucho tiempo– otro correlato que una república débil y conflictiva. Además, todos los procesos de democratización tenían que chocar –y chocaron– con esa herencia de republicanismo oligárquico, socavada por el yrigoyenismo y el primer peronismo. Así las cosas, se comprende que en la actualidad sea fundamental distinguir entre los publicistas autóctonos del impertinente reclamo republicano: como en otros casos, están los de filiación ideológica afín a los sectores dominantes, los ideológicamente extraviados y los oportunistas.

* Presidente del ENRE.

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