EL PAíS › “LA FORMA QUE SE DESPLIEGA”, DE DANIEL VERONESE, EN EL TEATRO SARMIENTO

Algunas reflexiones sobre el dolor

El último “biodrama” del año en el ciclo impulsado por Vivi Tellas hace foco en una pareja que sufrió la pérdida de un hijo, en un juego de confesiones ante un tercero. El desenlance de la pieza, además, ofrece una extraña vuelta de tuerca, que sorprende y abre otras interpretaciones.

 Por Cecilia Hopkins

Con la pérdida de un hijo, junto al dolor inconsolable les queda a los padres la impresión de que, al sobrevivirlo, han quebrantado una ley natural. La paternidad interrumpida a raíz de una circunstancia fatal es el tema sobre el que se construye el último biodrama del año, experiencia teatral que hace dos años se ofrece en un ciclo coordinado por Vivi Tellas en el Teatro Sarmiento, por el cual se invita a diferentes artistas a crear un espectáculo en base a las experiencias reales de una persona viviente, pública o no. En La forma que se despliega, el dramaturgo y director Daniel Veronese (quien, junto con Emilio García Wehbi, es director del Grupo Periférico de Objetos) no revela las fuentes de inspiración del asunto en cuestión (al menos, no las aclara en el programa de mano), pero sorprende por el repentino cambio de foco que concreta hacia el final del espectáculo, cuando el espectador creía haber identificado a los protagonistas de esa historia que hasta el momento había recibido como “caso verídico” y queda, de imprevisto, a merced de otras interpretaciones posibles.
En los sillones dispuestos sobre el escenario de una sala iluminada a giorno, se ubican los espectadores en torno de los sillones que a su vez ocupan los intérpretes: una pareja (Stella Galazzi y Ernesto Claudio) enfrentada a un misterioso personaje (Guillermo Arengo) que escucha las confesiones de aquélla, abstraído en la contemplación del piano de juguete que sostiene entre las manos. El matrimonio resume su vida en común remontándose, incluso, a los días en que se conocieron. En realidad, todos sus recuerdos tienen por objeto analizar el efecto devastador que la pérdida de su único hijo sigue teniendo sobre su relación. En su discurso (la dramaturgia pertenece a Luis Cano), la pareja intenta resumir qué es lo que siente a la hora de haber abandonado “el estado de paternidad”. Pero antes, el hombre y la mujer detallan las proyecciones que uno realizó sobre el otro, enumeran sus frustraciones y las tensiones que dificultan su actual relación, con los lugares comunes de las confesiones de entrecasa. Para mitigar tanto dolor, el marido propone volver a la actividad social que en el pasado compartieron, pero su mujer no acepta la idea de aprender a conformarse: “Antes no tenía una opinión formada sobre el dolor, eso les pasaba a los otros”, afirma, y relaciona el sufrimiento ajeno con las tragedias televisadas que se revisten automáticamente de un tamiz lejano e irreal a los ojos de todo aquel que no está involucrado directamente con ellas.
El personaje atento a las confesiones de la pareja (que representa al artista que en su labor creadora se inspira en los hechos de la realidad) apenas habla, y esta actitud reticente termina por exasperar a la mujer: ella le echa en cara que, merced a su rol diferenciado en la sociedad, le está dado permanecer ajeno a las experiencias vulgares de la vida. Pero antes del exabrupto, puesto a la defensiva, el personaje del artista aclaró a los presentes que no hablaría acerca de sí mismo: “Quieren tocar mi nota más grave y creen que soy fácil de tocar, como este piano”, dice parafraseando a Hamlet cuando Rosencrantz y Guildenstern intentan conocer las razones de su turbación y su extraño comportamiento en la corte (en esa escena, Hamlet compara sus registros anímicos con las notas de una flauta, infinitamente más fácil de hacer sonar que conseguir de él una sola confesión).
Hacia el final del espectáculo, el personaje del artista vuelve sobre otro texto de la misma obra de Shakespeare y con esta cita brinda una clave importante al espectador. Porque, tal vez, el biodrama no está contenido en las confesiones de la pareja (que no es más que una pareja de actores) sino en el personaje de ese artista que se niega a expresar su dolor. Su reacción se asemeja a la del príncipe de Dinamarca cuando recibe a los comediantes para que interpreten una obra que reproduce las mismas circunstancias del asesinato de su padre. “¿Qué haría él si tuviese los motivos e impulsos de dolor que yo tengo?”, se pregunta Hamlet. Así también, el abrumado personaje de La forma... no puede menos que asombrarse ante la convicción del actor que, con las herramientas de su profesión, hace suyo un drama que no le pertenece.

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“La forma...” hace una interesante reflexión sobre el dolor y la representación del sufrimiento ajeno.
 
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