EL PAíS › A PROPOSITO DE "ESTUPIDOS HOMBRES BLANCOS", DE MICHAEL MOORE

El menemismo Made in USA

Fraude electoral, conflictos de interés, una Corte Suprema adicta, negociados apenas más que discretos, ricos cada vez más ricos: el retrato de Estados Unidos que traza este gordito disidente y ganador del Oscar tiene un escalofriante parecido con una Argentina que vivimos en carne propia.

 Por Miguel Bonasso

En julio de 2002, cuando terminó su censurado Stupid White Men (Estúpidos hombres blancos, Ediciones B, Buenos Aires, 270 páginas), Michael Moore escribió en la introducción: “Este libro les aportará una visión de Estados Unidos que no suelen presentar siquiera los medios de su país. Lo pueden considerar un espejo de lo que también sucede actualmente en otras partes del mundo y como advertencia de lo que podría estar por venir”.
El agudo director de Bowling for Columbine tiene razón: su incisiva radiografía de la “belleza americana”, tanto en la era explícita de George W, como en la soft porno del saxofonista Clinton, exhibe sorprendentes similitudes con la subcultura menemista. Más allá de las gigantescas diferencias históricas y de escala económica, las conductas rapaces y cínicas de los poderosos de Washington (los “estúpidos hombres blancos” del título) resultan idénticas en esencia a las de quienes edificaron el estado mafioso en la Argentina.
Un golpe a la americana
El libro comienza con un capítulo implacable sobre el fraude que llevó a George W. Bush al poder y se titula: “Un golpe a la americana”. Allí, con cifras irrefutables, Moore desmorona uno de los mitos de las señoras gordas argentinas: que la impunidad es un producto vernáculo y que en “Norteamérica” las instituciones funcionan con pulcritud calvinista.
“El golpe –escribe Moore– se fraguó mucho antes que la mascarada de las elecciones del año 2000. En el verano de 1999, Catherine Harris, que merece el título honorario de hombre blanco estúpido y fue codirectora de la campaña presidencial de George W. Bush y secretaria del estado de Florida a cargo de las elecciones, pagó 4 millones de dólares a Database Technologies para repasar el padrón electoral del estado y eliminar del mismo a cualquier ‘sospechoso’ de tener antecedentes policiales. (Centralmente los ‘sospechosos’ son los electores negros que votan mayoritariamente por el Partido Demócrata). Contó para ello con la bendición del gobernador de Florida, el hermano de George W., Jeb Bush, cuya esposa fue sorprendida por agentes del servicio de inmigración tratando de introducir en el país un alijo de joyas valoradas en 19.000 dólares sin declararlo ni pagar impuesto alguno. Un delito en toda la regla. Pero ¿de qué se quejan? Esto es América, y aquí no perseguimos a delincuentes ricos o emparentados con la familia Bush.”
Database cumplió su tarea y eliminó del padrón de Florida a 173 mil votantes. En Miami-Dade, el mayor condado de Florida, el 66 por ciento de los votantes borrados eran negros.
“El chanchullo clamaba al cielo”, protesta el bohemio barbado que en Bowling for Columbine hizo polvo a Charlton Heston. Pero comprueba que los medios de comunicación (cualquier parecido con nuestro país es pura coincidencia) “hicieron la vista gorda”. Para enterarse, dice, hizo falta que la BBC hurgara en la historia y culpara “del pelotazo electoral” al gobernador Jeb Bush. “Finalmente Los Angeles Times y el Washington Post publicaron artículos al respecto, pero despertaron poco interés.” La cadena Fox, por su parte, se apresuró a declarar que Bush le había ganado al demócrata Al Gore. “Las otras cadenas corrieron como posesas tras el señuelo de aquella emisora, temerosas de que se las viera como lentas o fuera de onda, a pesar de que sus propios corresponsales en el lugar insistían en que era demasiado pronto para declarar un ganador. ¿Pero quién necesita corresponsales cuando uno juega a seguir la voz de su amo. El amo en este caso es John Ellis, el directivo encargado de la cobertura de la noche electoral por parte de la Fox. ¿Y quién es John Ellis? Es el primo de George W. y Jeb Bush.”
Los “cortesanos” gringos
La señora gorda no se arredraría y argumentaría, seguramente, que estos son casos aislados y que allí “sí que existe una Justicia independientedel poder político”. Moore no lo ve de ese modo: “La mañana del sábado 9 de diciembre de 2000, el Tribunal Supremo tuvo noticia de que los recuentos en Florida, a pesar de todo lo que había hecho el equipo de Bush para amañar las elecciones, favorecían a Al Gore. A las 2.45 de la tarde, el Tribunal Supremo detuvo el recuento”.
El Tribunal, de inocultables semejanzas con la Corte Suprema de Nazareno, “contaba entre sus miembros con Sandra Day O’Connor, nombrada por Reagan, y estaba presidida por William Rehnquist, hombre de Nixon. Ambos eran septuagenarios y esperaban poder retirarse bajo una administración republicana para que sus sucesores compartieran su ideología conservadora. Según testigos, en una fiesta celebrada en Georgetown la noche de las elecciones, O’Connor se lamentó de no poder permanecer otros cuatro u ocho años en el cargo. Bush junior era su única esperanza de asegurarse un feliz retiro en su estado natal de Arizona”.
Aunque usted no lo crea, el cortesano Adolfo Vázquez tiene imitadores norteamericanos. Vázquez, como se recordará, no se excusó cuando se trató de liberar a su amigo Carlos Saúl Menem en la causa armas, a pesar de que había integrado el bufete de Eduardo Menem. Algo parecido hicieron dos jueces del Tribunal Supremo que ordenaron detener el recuento de votos en perjuicio de Al Gore. Uno es Clarence Thomas, cuya esposa, Virginia Lamp Thomas, fue contratada por George W. Bush para ayudarlo a contratar cuadros para su futura administración. Otro es Antonin Scalia, cuyo hijo Eugene trabaja para el bufete Gibson, Dunn & Crutcher, que representa a George W. ante el Tribunal Supremo. Ninguno de ellos apreció que había “conflicto de intereses” y Scalia llegó al extremo de actuar como miembro informante para explicar por qué se había detenido el recuento.
El gabinete del
doctor Caligari
Tampoco los miembros del gabinete se hacen mayores problemas ante posibles conflictos de intereses. El vicepresidente Dick Cheney fue director general de Halliburton Industries, una empresa petrolera con actividades en Birmania y, casualmente, Irak. “Cuando lo postularon para la vicepresidencia, Cheney puso reparos para desprenderse de sus acciones en Halliburton. Supongo que intuía que los buenos tiempos estaban por llegar.” Tampoco canta mal las rancheras el fiscal general John Ashcroft, cuya carrera política ha contado con benéficos aportes de Microsoft, AT&T, Rent-a-Car y Monsanto. “La compañía farmacéutica Scherong-Plough contribuyó con 50 mil dólares (a su campaña), posiblemente en agradecimiento por haber presentado el proyecto de ley que pretendía extender la patente de la compañía sobre el fármaco contra la alergia Claritin.”
El ex secretario del Tesoro y “gran amigo de la Argentina”, Paul O’Neill, el mismo que se quejaba de las pérdidas que sufrían los carpinteros y plomeros norteamericanos con los bonos criollos, presidió Alcoa, el mayor fabricante de aluminio del mundo y la mayor contaminante del estado de Texas. A través de su bufete integrado por Vinson & Elkins (el tercer contribuyente a la campaña de Bush), Alcoa logró grandes ventajas en la actual administración. Incluso la violación de algunas normas medioambientales como la emisión de 60 mil toneladas anuales de dióxido de azufre. Durante el tiempo que estuvo en el gobierno, O’Neill se mostró reticente en vender su paquete accionario, cuyo valor se incrementó en un 30 por ciento. “Como secretario del Tesoro, O’Neill ha dicho que la Seguridad Social y la asistencia sanitaria para la tercera edad no son necesarias. Quizás éste es el motivo por el que recibe una pensión anual de Alcoa de 926 mil dólares.”
Otro que entiende de contaminación es el secretario de Energía, Spender Abraham, un conocido opositor a la investigación sobre energías renovables. “Abraham recibió de la industria automovilística más dinero que ningún otro candidato: 700 mil dólares. Uno de sus mayores contribuyentes fue DaimlerChrysler, que forma parte de la Coalition forVehicle Choice, una asociación privada que se opone a las normas para el ahorro energético.”
Tras citar similares curriculum de todos los miembros de la administración, como Colin Powell o la buena de Condoleeza Rice, Moore le pone la puntilla a nuestra buena señora gorda: “Como pueden ver, amigos y vecinos, estamos ante un régimen que no se detendrá ante nada con tal de forrarse ni renunciará al poder por las buenas. Su cometido es el de explotar su poder económico y político para llevar las riendas del país y, de paso, ayudar a sus amigos a enriquecerse aún más. Hay que detener a este hatajo de cretinos. Ya he informado a Kofi Annan de las diversas ubicaciones de estos (en su mayoría) hombres, para que las tropas de la ONU puedan aprehenderlos”.
Las similitudes no se quedan en las coimas y los conflictos de intereses, en el capítulo titulado “George, ¿eres capaz de leer y escribir como un adulto?”, Moore encuentra otra significativa semejanza entre Bush y el hombre que declaraba a Sócrates entre sus lecturas
favoritas. “Todos los indicios
de analfabetismo son evidentes –constata el autor– y nadie te ha desautorizado por ello. Nos ofreciste la primera prueba cuando se te preguntó por tu libro de infancia preferido. La oruga hambrienta, respondiste. Desgraciadamente, ese libro no se publicó hasta un año después de que te licenciaras. Luego está la cuestión de tus expedientes universitarios, si es que son realmente los tuyos (ver Antonito, Aíto, Zulemita). ¿Cómo conseguiste entrar en Yale cuando otros aspirantes de 1964 tenían una media mucho mejor que la tuya.”
Desde que descubrió que los pilotos novatos ganan apenas algo más de mil dólares por mes, a Moore se le han ido las ganas de viajar en avión. “La verdad es que cuando estoy a 30 mil pies de altura no quiero que los pilotos ni sus asistentes se angustien pensando en cómo van a pagar los recibos atrasados de la luz.”
A vos no te va tan mal,
gordito
El proceso, idéntico al vivido en estas costas, encuentra excusas en la recesión, en los supuestos malos momentos por los que están atravesando los ricos. A Michael no lo engañan: “No hay recesión, amigos. Ni deterioro de la economía. No corren tiempos difíciles. Los ricos están chapoteando en el botín que han ido acumulando en las últimas dos décadas, y ahora quieren asegurarse de que nadie pida un trozo de pastel. Hacen todo lo posible para que renuncies a lo que es tuyo, ¡porque no hay para todos! Cada noche los medios de comunicación de su propiedad nos cuentan una historia dramática tras otra acerca de la última empresa de Internet que se ha hundido, el último fondo de inversión que lo ha perdido todo o el último inversor de Wall Street que se ha quedado en calzones”.
“Si mi palabra no le basta, déjeme brindarle unas estadísticas neutrales y objetivas acerca de lo bien que les va a los de arriba: desde 1979 hasta hoy, el uno por ciento más rico del país ha incrementado su ingreso en un 157 por ciento. Las doscientas empresas más prósperas del mundo han aumentado sus beneficios en un 362,4 por ciento desde 1983. En los años más recientes cuarenta y cuatro de las principales ochenta y dos empresas del país no pagaron la tasa de 35% en impuestos que se exige a todas las compañías. De hecho 17 de ellas no pagaron impuesto alguno.”
En cambio, “en lugar de intentar recaudar el dinero que nos están robando, ¿a qué se dedica Hacienda? Pues ha decidido ir por usted. Ha izado la bandera blanca, renunciando a que los ricos paguen sus impuestos. Su política actual se basa en exprimir a los que ganan menos. Según la Oficina General Contable, aquellos que ganan menos de 25 mil dólares al año están pagando el doble de lo que solían, en tanto que la contribución de los que ganan más de 100 mil dólares se ha reducido en un 25 por ciento”.
Las similitudes se extienden y desarrollan en los capítulos siguientes sobre el desplome de la escuela pública a partir de la descentralizacióndecretada por el gobierno de Richard Nixon, la desregulación eléctrica que benefició al gigante Enron y ha prohijado múltiples apagones en el estado de California. Y alcanzan, también, esa forma acabada del corporativismo que es el sistema bipartidario: “El hecho de que millones de estadounidenses sigan albergando la esperanza de que los demócratas representen sus intereses mejor que los republicanos refleja más bien nuestro fracaso a la hora de mostrar al país hasta qué punto se asemejan los dos grandes partidos y de convencerlos de que los demócratas van a seguir vendiendo su alma al diablo”.
Algo similar debe estar ocurriendo en varias latitudes, porque Estúpidos hombres blancos, el libro que Harper Collins había comprado e intentó censurar tras los atentados del 11 de septiembre, lleva vendidos millones de ejemplares. En la Argentina, donde salió hace un mes, ya va por la tercera edición. A lo mejor una parte considerable de esa masa de lectores coincide con la propuesta final de Michael Moore: “Quisiera que todos nosotros nos encarásemos con nuestros miedos y dejáramos de actuar como si nuestro mero objetivo en la vida fuera ir tirando. Esta modalidad de ‘supervivencia’ va destinada únicamente a los acomodaticios o a los concursantes varados en una isla desierta. Nosotros no estamos varados. Tenemos iniciativa. Los malos no son más que un hatajo de estúpidos hombres blancos, y nosotros somos muchos más que ellos, basta con saber usar nuestro poder.”
“Todos merecemos algo más.”

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