EL PAíS › EL PESO DE LA MISERIA Y EL RIESGO DEL CRECIMIENTO ECONOMICO

Social y con mucha más velocidad

El Gobierno busca acelerar el paso de la agenda social. “No se puede esperar”, dicen, y consideran esenciales obras y reformas que lleguen rápido a la gente. El temor es al peligro que corre la recuperación económica y el fantasma del estallido.

 Por Sergio Moreno

“El desafío es la cuestión social. Me parece que estamos yendo muy despacio.” Preocupado, mirando cómo sus dedos se mueven sobre el cuero del escritorio, el funcionario que atiende en el primer piso de la Casa Rosada ve en el horizonte de crecimiento económico un escollo: la marea de empobrecidos que dejaron los tardíos noventa –con su reguero de muertos y desazón de principios de milenio delarruista– y la tardanza que muchas veces la burocracia estatal se empeña en derramar sobre las urgencias. “Hay que hacer grandes obras para incorporar mano de obra intensiva y masiva de golpe. No se puede esperar, el tiempo muerto que media entre el anuncio de una obra y su factura es terrible, va en contra de la urgencia, y la urgencia es la gente”, continúa el funcionario, que sabe que los viajes del Presidente y su hermana ministra al interior del país y del Conurbano profundo pueden morigerar un poco la ansiedad, pero nunca la necesidad.
En la Rosada conocen cuál es el desafío de la época. Nadando en una corriente de presupuestos económicos optimistas para este año 2004, pocos se confunden sobre los efectos de la ¿bonanza? económica en ciernes, en vista del río de pobreza humana que inunda cada anillo de cualquier ciudad argentina. Cuanto más grande sea la ciudad, más grueso es el anillo, como un cuadro de Botero, pero con hedor, miseria y paisaje latinoamericano. Los funcionarios, la mayoría, creen –la historia los adoctrinó– que un supuesto “derrame” de las mieles de esta reactivación poco puede hacer por socavar ese basalto de pobreza sobre la que se asienta la Argentina del tercer milenio. Por eso, el keynesianismo cunde. Al menos en las ideas y en las intenciones.
“Las obras hay que hacerlas de golpe, masivamente, y no anunciar tanto. ¿Qué pasa entre el anuncio y el hecho? Crece la ansiedad, y la ansiedad trae desazón y la desazón bronca y una sensación de defraudación. Debemos evitar eso. Nos pasó lo mismo con los trenes: anunciamos que los ponemos nuevamente en marcha pero las vías están hechas pelota. Los trenes no pueden ir a más de 50 porque descarrilan. Lo que deberíamos hacer es poner a miles de jefes y jefas a laburar en las vías, cambiar todas las vías del país, hacer nuevos trenes, hacer autopistas”, lucubra el funcionario, mirando la moldura del cielorraso.
Cuando esta fuente dice “jefes y jefas” se refiere –perdón por la obviedad pero no es bueno dejar lugar a dudas– a beneficiarios de los planes sociales que reparte el Gobierno. Desocupados, la mayoría de los jefes y jefas aún no encuentran labores a cambio de su subsidio, al menos en el tiempo que requiere la emergencia. ¿Por qué sería importante incorporarse a un trabajo si cobran lo mismo? Porque facilitaría la inserción social y la integración, porque capacitaría, además, al desempleado, entre otros motivos superlativos. Y este último, el de la capacitación, es otro inconveniente derivado del desempleo prolongado, tanto como la década larga de neoliberalismo que asoló al país. Un integrante del gabinete nacional dijo a Página/12: “Otro de los problemas que tenemos es que gran parte de los jefes y jefas no terminaron la primaria. Y no saben hacer nada. Cuando digo nada, es nada. Hemos perdido las especializaciones de lo que era la clase trabajadora. Nosotros, entonces, tenemos que dar laburo intensivo y, mientras, capacitarlos, que sean albañiles, carpinteros, torneros, lo que sea, pero sacarlos de la ignorancia absoluta”, dice, con un poco de amargura.
Otro beneficio que tendría sumar a los beneficiarios de planes a alguna tarea sería sacarlos del piquete y, así, enflaquecer al fenómeno que obsesiona al Gobierno –a punto tal de hacerlo cometer equivocaciones– tanto como la injusticia social. Pero este asunto lo retomaremos en otra oportunidad. Sigamos con la cuestión social.
La ministra
En el Ministerio de Desarrollo Social que comanda Alicia Kirchner, hermana del Presidente, aceleran el paso para tratar de ofertar empleos iniciáticos a una demanda casi infinita en cuestión de necesidades. Alicia Kirchner arma la ingeniería de microemprendimientos para mutar los planes por empleos que, así creados, son denominados como genuinos por el Gobierno.
Nadie en el gabinete tiene algún concepto malo de la ministra, reconocida por su sapiencia en el área y por su formación, además de específica, política. Sin embargo, varios son los que se ponen ansiosos con los tiempos que maneja la hermana del Presidente. “La ministra –cuenta a este diario uno de sus pares del gabinete nacional– es una obsesiva que va paso a paso, preocupada por que todo se haga minuciosamente bien y prolijo. Me parece que las necesidades no están para tales minucias, deberíamos ser un poco más groseros, si me permite la expresión, pero más rápidos.”
Esa mezcla de grosería y rapidez, por utilizar categorías dadas por el funcionario recién citado, remite indefectiblemente al primer plan pergeñado y ejecutado por la administración anterior. El gobierno de Eduardo Duhalde dio a luz al ya famoso plan Jefas y Jefes de Hogar, masivo, abarcador, con pretensión de universalidad y, a la vez, desprolijo, sin control, propenso a la viveza (miseria) de los punteros de turno, sea del partido que fuere. Dicho esto, vale recordar que el Jefas y Jefes nació con la misión de darles de comer a los que no tenían qué y, a la vez, contener la presión social que crepitaba ante un panorama de desolación y quiebre que dejaron la huida del gobierno de Fernando de la Rúa y el estallido de la economía. Un secretario de Estado lo dice sin eufemismos: “Hay que hacer algo como lo que hizo Duhalde con el Jefas y Jefes, masivo, abarcador, sin tanto remilgue, algo que llegue rápido a la mayor cantidad de gente”, dispara.
La misma urgencia explica el súbito recambio en el PAMI, tercer presupuesto nacional, cuya reforma tan comentada seguía en el papel. Graciela Ocaña es en este caso el elemento elegido para acelerar el paso.
“Alicia hace microemprendimientos –agrega otro integrante del staff presidencial que conversó el asunto con Página/12–. Son una maravilla. Pero no alcanzan; tenemos que hacer diez mil y presentarlos todos juntos.” Varios son los funcionarios de primera línea del gobierno nacional que coinciden con este diagnóstico, que se podría reducir a algo así como “está bien pero es lento y selectivo”. Hay quien se atrevió a decir que el Presidente también se da cuenta de esto. “(Néstor) Kirchner ya lo olfateó; sabe que hay que acelerar. Por eso sale él mismo a caminar el territorio”, cuenta uno de sus laderos y referencia a los viajes por el interior del país y del Conurbano a los que se ha lanzado y que intensificará este verano.
–¿Hay dinero para hacer esta obras con mano de obra intensiva? –preguntó Página/12 a uno de los altos funcionarios consultados.
–Sí, sí.
–¿El ministro de Economía, Roberto Lavagna, aceptaría volcar ese dinero a tales obras?
–Esto es la otra pata que le está haciendo falta al plan de Lavagna: es dinero volcado al consumo interno. Así se le pone nafta al motor y de paso la economía podrá crecer más.
John Maynard Keynes no lo hubiese dicho más claro. Habrá que ver si la vocación de acción del Estado sobre la economía que promueven varios de los altos funcionarios consultados para esta nota se concreta o si no son más que buenas intenciones, de esas con las que está sembrado el camino al infierno. Que, a la luz de los indicadores sociales, no queda a muchas cuadras de la Casa Rosada.

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La enorme masa de pobres y desocupados todavía no ve la diferencia de gobierno.
 
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