EL PAíS › OTRA ESCALA OBLIGADA EN EL RENOVADO VIA CRUCIS DE LA CLASE MEDIA

De la prepaga al hospital público

En los últimos meses, una legión de náufragos de las prepagas y las obras sociales, antiguos miembros de la clase media que se quedaron sin trabajo, o sin ingresos, recalaron en los hospitales. Traen consigo nuevos estilos y nuevas patologías y ocupan el lugar de los más pobres, que ahora ni siquiera llegan a atenderse.

 Por Horacio Cecchi

“Tengo obra social, pero no tiene lo que yo necesito”, aseguró el paciente. La empleada administrativa le indicó que, de todos modos, tenía que utilizarla. “Bueno, entonces rompo el carnet, no soy más afiliado. Ahora me tiene que atender.” El caso fue relatado a Página/12 nada menos que por el director interventor del Hospital de Clínicas, Hermes Pérez, a modo de ejemplo del nuevo perfil de pacientes que la crisis arrastró a las instituciones públicas. La ex clase media, que hace rato no va al Paraíso, los nuevos pobres, arrastrados por la crisis, sin trabajo, o sea sin cobertura, sin una moneda para pagar una prepaga, y con las obras sociales arrasadas, ahora se atienden en los hospitales. “Es visible un cambio de perfil –aseguró Pérez–. Son los pacientes que estaban cubiertos por instituciones privadas. Se ve mucho cuentapropista. La cobertura social perdió muchísimos afiliados.” Tienen de dónde salir: los asociados de las prepagas cayeron de 3.000.000 a apenas 2.200.000. Y eso que las cifras son anteriores al aumento del 10 por ciento que se anunciará en abril.
En un relevamiento en los hospitales porteños, Página/12 pudo determinar una coincidencia entre todos los médicos: “Hay muchos más pacientes de clase media que hace tres meses”. Se trata de un registro del día a día de la práctica médica, la observación de enfermeros, camilleros, administrativos. El dato todavía no se plasma en las estadísticas por un motivo sencillo. Ningún médico, antes de escuchar al paciente sobre qué le duele, le pregunta: “Y..., dígame..., ¿a qué clase social pertenece?” De todas formas, no sólo se la reconoce por la vestimenta. La clase media tiene conductas diferentes.
La nueva patología
“Nos llamó la atención la gravedad de los índices de Beck, que estaban dando muy altos”, señaló Jorge Franco, jefe de consultorios externos de salud mental del Hospital de Clínicas. El test de Beck es utilizado como índice de la depresión y de aspectos vinculados con la ansiedad. “Estamos notando que vienen muchos cuadros de angustia, de panic attack. Pero también que ese aumento viene relacionado con un incremento importante en el nivel socioeconómico de quienes piden la consulta. La mayor parte es gente que ha perdido sus coberturas prepagas, o la obra social porque se quedó sin trabajo.”
El circuito que en los últimos meses –según los profesionales, el Diciembre Negro es el mes crítico– siguen los nuevos pobres para entrar al hospital público parece calcado: lo hacen por la guardia de urgencias. “Lo que no puede elaborarse psicológicamente –sostiene Franco–, se descarga a través del cuerpo, y lleva a la consulta con el médico clínico en la guardia. Por lo general, vienen con palpitaciones, el temor de que van a parar de respirar. Y no van al servicio de salud mental porque el paciente no cree que sea algo psicológico”.
A Carlos Regazzoni, especialista en medicina interna y docente de la 5ª Cátedra de Medicina, le llama la atención “la cantidad de gente que consulta a las tres de la tarde, en horario de trabajo. Y uno los ve: oficinistas, empleados, profesionales. Tienen urgencia. La experiencia es particular: en la mayor parte de las consultas de las guardias de toda la Capital aparecen problemas psicosociales más que enfermedades médicas. Esos problemas generan síntomas, y el más importante tiene que ver con la enfermedad cardíaca. En la ansiedad, se magnifican los síntomas, aumenta el nivel de alarma frente a enfermedades banales. El resfrío común, que en un joven sin antecedentes se resuelve con aspirinas, en situaciones de ansiedad le atribuyen más intensidad y genera temor. Cuando el médico de la guardia les empieza a preguntar, refieren síntomas inespecíficos, mareos, dolores en la nuca, malestares en el pecho. Pero la consulta evoluciona y, ¡pac!, salta el problema económico. A tal punto está ocurriendo que los cardiólogos están leyendo libros de psicología”. La recorrida termina así muchas veces en el consultorio del psicólogo. Ruth Taiano, del servicio para adultos del Centro de Salud Mental Ameghino, confirmó que “la población que consulta es de clase media, que se quedó sin trabajo. Se presentan diciendo, ‘yo hice análisis, me quedé sin trabajo, estoy muy deprimido.’ Es un cambio de perfil progresivo, que se agudizó en los últimos meses”.
Reclamos de recién llegados
Pero el consultorio de salud mental no es la única esfera que recibe a los recién caídos. “La semana pasada vino a vernos una paciente con bocio –señaló a Página/12 una alta jerarquía del Rivadavia–. Transmitía seguridad en su forma de vestir, de presentarse, de requerir la atención. Resultó ser psicóloga. En su obra social le habían dicho que no había médico especialista para operar cuello y tuvo que venir a atenderse al hospital público. El proceso de cambio del perfil se agudizó ahora, pero viene aumentando progresivamente desde hace un par de años”.
Envuelta en la crisis, además de fantasmas y migrañas, la clase media arrastra al hospital cuitas, muletillas, costumbres y la nostalgia de un mundo perdido, ya quimérico, imaginado por pretensión desde arriba, pero vivido cada vez desde más abajo. Todos coinciden: la clase media exige otro tipo de atención, tiene prisa, no es sumisa, sabe qué quiere, pregunta y pregunta, “muchos apelan a contactos de más arriba para una atención preferencial”, se quejó un médico del Hospital Pirovano. Llegan con prepotencia y dispuestos a pelear a brazo partido derechos que han perdido en otras esferas. No soportan los turnos de la guardia, el trámite del numerito, que haya una entrada prohibida. “Hay mucha más tensión en los hospitales”, señaló un jefe de guardia. “Es como si la violencia de la calle, cuando alguien cruza el auto y todo termina en insultos, hubiera sido trasladada dentro del hospital”.
Todo tiene su contracara. En este caso, pese al aumento de pacientes de clase media, el nivel de atención hospitalaria no aumentó visiblemente. “Es cierto, sin rigor científico porque no hay estadística al respecto, si sumo pero no aumenta, de alguna forma lo que estoy restando es otra cosa”, reconoció el subsecretario de Salud porteño, Alfredo Vidal. Y esa otra cosa que se resta es el paciente marginal, el desocupado crónico, que históricamente acudió al hospital público por el servicio gratuito. Y ya no lo hace. Simplemente, deserta. Según Roberto Sivak, psiquiatra del Hospital Alvarez, históricamente lugar de consulta de habitantes de la Zona Oeste, “desde el corralito y la retracción del circulante, la gente no tiene para viajar ni en colectivo, ni hablar de la medicación que el hospital, ahora, ya no entrega en la misma medida por carecer de muestras gratis. Las consultas se han ido raleando.”
“Ese es el fenómeno más grave, la retracción de la demanda hospitalaria –asegura también el director del Clínicas–. En enero de 2002 pasaron por los consultorios externos 1326 pacientes menos que el año anterior.”
Otro médico, éste del Rivadavia, relató un caso reciente: “La paciente necesitaba una transfusión de sangre. La mujer estaba desesperada porque donantes tenía, pero no podían llegar. Eran familiares, de la localidad de Derqui. Fue a la dirección del hospital a implorar, que los donantes no tenían plata para venir a la Capital, que ella no tenía cómo pagarles, si podían ayudarla. Y la ayudó la cooperadora”.
El viaje de todos los donantes costaba 15 pesos.

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“Las salas están llenas de cuentapropistas, profesionales, abogados, arquitectos”, sostiene el doctor Hermes Pérez.
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