EL PAíS

Pensando la tragedia

Tres reflexiones sobre las consecuencias de lo que pasó en Patagones: el circo mediático que perpetúa prejuicios, las leyes atrasadas y crueles, la falta de comprensión hacia los adolescentes

por Rodolfo Urribarri*.

Las consecuencias de la liviandad

La adolescencia es sufrimiento
suficiente para cualquiera.
John Ciardi (poeta).
Los argentinos nos consternamos por la penosa noticia del joven que disparó con un arma a sus compañeros dentro de la escuela a la que concurrían. Rápidamente los medios comenzaron el bombardeo de “información” con una presteza e insistencia habitual frente a delitos y secuestros, que no mostraron por ejemplo respecto al descubrimiento de una importante cantidad de armas de guerra (incluso bombas) ocurrida pocos días antes. La minuciosa actividad detectivesco-periodística lleva a buscar información sobre el joven autor, tratando de rastrear las motivaciones que desataron el drama. Transformados en “expertos”, pero sin brújula, apuntan importantes detalles con contradictorias respuestas que los llevan a tratar de desentrañar si era un buen o mal alumno, si había sido reprendido o no el día previo, pasando por dudas diversas sobre la escuela y su personal docente. Urgidos por el afán exitista de ser primeros en descubrir la clave, como si se tratara de una prueba de ingenio, los noteros recibidos en un curso acelerado de especialistas se explayan en temas como si jugaba al fútbol de arquero o de número 10 y otras trivialidades absurdas. Pero no faltó el más esclarecido que detectó “la clave” en las inscripciones en el pupitre, sobre la mentira, la muerte y el suicidio (que quizás escribieron otros alumnos antes), con el serio agravante de que vestía de negro y gustaba de la música de Marilyn Manson, como si esos datos fueran acabada “prueba” de su acto criminoso, y que fuera repetida por los más diversos medios.
Esta actitud revela notables y peligrosos prejuicios que se inculcan a la población como si fueran verdad. Alarmarse por las inscripciones es desconocer que los jóvenes en su contacto más directo con el mundo sufren una rebelión, una crisis de credibilidad y una decepción profunda sobre los adultos y la sociedad, que promueve estentóreas manifestaciones de rechazo y en ese clima “visitan” autores, filósofos y canciones contestatarias, desencantadas y nihilistas. También extraen citas y comentarios que anotan en cuadernos, diarios íntimos, paredes y por qué no, pupitres. Si esto es la antesala del crimen, hay millones de potenciales agresores en el mundo. Si los adultos hacen un esfuerzo por recuperar su aletargada y oculta memoria, recordarán cuántos de ellos y de sus compañeros y amigos podrían haber sido encuadrados en esa “peligrosa categoría”. Además, si se documentan, verán que a lo largo de la historia (desde inscripciones en tumbas egipcias, pasando por los filósofos griegos, hasta nuestros días) son incontables las actitudes similares en los jóvenes y que no hay nexo causal válido que justifique esas “insinuaciones-verdades” que no hacen más que encubrir una imagen desvalorizada de los jóvenes, como portadores virulentos del mal. Sería conveniente que estos “expertos” trataran de informarse en fuentes serias sobre temas tan críticos y, si quieren hacer un trabajo de campo, investiguen sobre los cuadernos y pupitres de otros uniformados o en la juventud de algunos líderes que han llevado a miles de jóvenes a la muerte y a quienes no guiaba ningún cantante de rock (por ejemplo, George W. Bush, Jorge R. Videla, José Stalin, Leopoldo F. Galtieri, Harry Truman, Adolf Hitler u otros), así como un estudio minucioso de las frases de esa niña desencantada (que tanto nos deleitó) llamada Mafalda, o del dark descreído que dibuja Rep, que tampoco mataron a nadie.
Otro punto es la tendencia exagerada sobre la imprevisibilidad, desequilibrio y violencia de los jóvenes que sirve luego como apoyatura para represiones, persecuciones, bajas de edad de imputabilidad, aumento de penas, etc., desjerarquizando los trastornos sociales graves del país, la pérdida de una efectiva autoridad en las diversas instancias y estructuras. La corrupción y el olvido del gatillo fácil, los jóvenes de la guerra de Malvinas o las muertes del terrorismo de Estado, transformando la “portación de juventud” en un riesgo social, bajo un lema no directamente manifiesto pero ampliamente difundido: ¡Cuidado con los jóvenes! Así se podrá perseguirlos por sus pensamientos, costumbres, ropas o gustos musicales, mientras se ocultan las violaciones, los embarazos adolescentes, la prostitución infanto-juvenil, la deserción escolar, etcétera.
Por otra parte, un aspecto al que se le otorga poca atención es el acceso posible a armas en domicilios particulares y al conocimiento práctico de su uso en jóvenes hijos de miembros de fuerzas policiales, armadas y de seguridad. Finalmente, quisiera destacar que ningún movilero se atrevería a realizar afirmaciones de “experto” sobre una afección cerebral, una plaga, o la resistencia de materiales calculada para una construcción o un puente, pero creen que pueden hacerlas con absoluta liviandad sobre la conducta de alguien, incluso en circunstancias excepcionales como las que puede atravesar un joven que comete un acto violento.
A los que sí estamos especializados en psicología y en temas de adolescencia nos es difícil incursionar en los vericuetos motivacionales y emocionales de los jóvenes por los que nos consultan, en casos tan extremos (si quieren homologable a una neurocirugía infrecuente, o a una delicada medición radiactiva), para que se los considere tan a la ligera.
Las inculpaciones o sutiles sugerencias de estos “expertos-aficionados” son no sólo una irrespetuosa desconsideración de los involucrados, sino también de alta peligrosidad para la gente, ya que generan un facilismo tanto culpabilizante como también justificatorio, que sólo exacerba respuestas emotivas y producen enfrentamientos, de los que solo se benefician sectores menores de la sociedad que lucran con el miedo y la violencia y perturban el trabajo serio de los especialistas involucrados.
El drama adolescente es el desencanto que genera la sociedad, estimulada por los medios, poniéndolos en un lugar negativizado en vez de escuchar sus inquietudes que sólo pueden expresar en pupitres, paredes y canciones.

* Profesor titular de Psicología de la adolescencia, UBA. Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina y director de la Revista n/A Psicoanálisis con niños y adolescentes.

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