EL PAíS › OPINION

Patagones en clave política

 Por Eduardo Aliverti

Una opción consiste en afirmar que, otra vez, no hubo políticamente novedad sustancial alguna. Kirchner sigue de cruce verbal con el jefe del Fondo Monetario. La propuesta a los bonistas se instrumentará tal como se preveía. Continúan los indicios –ya pruebas, más bien– del acuerdo entre kirchneristas y duhaldistas, oteando las elecciones del 2005. Los números fiscales insisten en presentarse como espléndidos. Y los números reales prosiguen diciendo que esa esplendidez no alcanza a la vida cotidiana de la mayoría de los argentinos. En síntesis: una opción es afirmar que nuevamente hubo una semana en que, en política, no pasó nada por fuera de los límites conocidos. Pero hay una segunda variante, atractiva, provocadora, para la cual en Carmen de Patagones se produjo un hecho político alucinante. Problema: ¿La masacre en la escuela es un hecho político? Según sea la respuesta, un periodista político tiene o no el derecho de meterse con el asunto. Quien esto firma dispone de una certeza y de un conjunto de preguntas, nada más. La certeza es demasiado obvia aunque parecería que no, de acuerdo con el tratamiento que le dio a la cuestión el grueso de la prensa escrita y sobre todo la radial y televisiva.
Casi con la sola excepción del artículo de Eva Giberti en Página/12 del miércoles, alertando respecto de las prevenciones que deben observarse para escupir opiniones, mientras no se conozca la conclusión de los peritos actuantes, se asistió y asiste a un lamentable y hasta repugnante mamarracho de “pareceres”. Se juntan allí psicólogos, psiquiatras, sociólogos, ansiosos por algunos minutos o líneas de exposición mediática que puedan llevarlos, vaya a saber, a la aparición como reveladores de la cuadratura del círculo, cometiendo el peor de los pecados en que puede incurrir un profesional de cualquier rama: juzgar desde la ausencia de datos precisos. Se mezclan con editores, conductores, periodistas, productores, también necesitados de encontrar respuestas, no importa cuáles ni de quiénes, frente al caso que conmueve al país. Y el estiércol termina de servirse con las reacciones calientes de tilingos y comadres barriales que llaman a las radios para opinar impunemente sobre violencia juvenil, colores de ropas, letras de canciones, adolescentes abandonados, influencias roqueras, alentado todo por la Biblia y el calefón que promueven irresponsables socialmente mucho más peligrosos que Junior, en el uso de sus armas: micrófono, cámara, redacción, entrevistas, conclusiones de opinadores tutti frutti. En cierto sentido, más o menos tan horroroso como la tragedia de la escuela. Igual que en el ‘94, cuando el doping de Maradona convirtió a toda la sociedad en especialista en efedrina, ahora medios y estúpidos de todos los colores se lanzan a la cirugía de Marilyn Manson, anotaciones de pupitre escolar y relación entre el puesto que se ocupa en un equipo de fútbol y tendencias asesinas.
Eso es político, sí señor, porque habla de las masas y de los actores mediáticos como, en el mejor de los casos, conglomerados susceptibles de excitación colectiva, rendidos ante las respuestas fáciles. Y es político, sí señor, porque en el peor de los casos habla de cómo se retroalimentananalíticamente una sociedad desconcertada y unos medios de comunicación incapaces o inhabilitados para profundizar nada de nada, presos como están del todo pasa y nada queda, del discurso rápido, del entretenimiento como razón primera y última. En cuanto al conjunto de preguntas, uno presume como periodista político que también está acreditado a ingresar a algún terreno. No en el de la acción de Junior, porque le haría coro a aquello contra lo que se enardece. Pero sí a lo que despertó socialmente esa acción, en tanto no se requiere de conocimientos profesionales específicos. Todas o algunas de estas preguntas sí han sido formuladas, de manera aislada, por unos pocos que en medio del mamarracho supieron mantener la cabeza fría. ¿Dónde están ahora los promotores del “hay que matar”? ¿Dónde estaban los que después del martes a la mañana hablan de una sociedad violenta, frente a la que se impone reflexión antes que juicios arrebatados? ¿Dónde andan escondidos los imbéciles que quieren que las cosas se arreglen a los tiros y endureciendo las leyes, y dónde los que creen que hay que prender una vela? ¿De qué se asustan tras Carmen de Patagones los militantes de armarse hasta los dientes? ¿En qué país vivían los flamantes descubridores de alrededor de un millón y medio de chicos que viven en hogares donde hay armas de fuego? ¿En cuál frasco habitaban los diletantes que acaban de desayunarse con que la escuela no puede, sola, enfrentar la dinámica de un sistema de valores enfermizo? Podría continuarse con una larga serie de interrogantes por el estilo. Que no pretenden certificar respuesta alguna sino, pero nada menos, tratar de acertar con las preguntas.

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