EL PAíS › UN GRUPO DE JOVENES HACE “EL AGUANTE” HASTA QUE “HAYA JUSTICIA”

Las carpas de la vigilia, junto al altar

Son tres carpas, una al lado de la otra, sobre la vereda de Mitre, junto al santuario. Como si estuvieran ordenadas de menor a mayor. Ahí coinciden familiares de víctimas, algunos que estuvieron en República Cromañón, otros que pasaron y se quedaron para “hacer el aguante”. Son unas 25 personas. Muchas de ellas duermen en el lugar por turnos y hay quienes vuelven a sus casas. Cuentan que algunos vecinos les acercan mate o comida o los dejan bañarse en su casa. Y anuncian que se quedarán allí hasta que “haya justicia”. Atrás, un cartel recuerda que “La desmemoria es el arma del poder. Prohibido olvidar”.
“¿Viste cuando sos chico y les insistís a tus viejos para que te den algo? Bueno, nosotros estamos insistiendo para que haya justicia”, explica Lucas a este diario. El llegó desde Río Negro el 30 de diciembre, y aunque no fue esa noche a Cromañón, se acercó ahora para “hablar con los que están acá y necesitan ayuda”. No es el único. Laura y Richard, dos misioneros evangelistas rumanos, también llegaron para dar “apoyo espiritual, hacer una oración, darles un abrazo”.
A unos metros está el altar. Quienes se acercan allí afirman, en su mayoría, que vinieron a “acompañar a los chicos”. Pero por alguna razón –la brecha generacional es muy evidente– no se deciden a hablarles. En cambio, la solidaridad entre ellos es espontánea. “La tragedia de Asia me puso muy mal. Y de un día para otro, el mundo nos estaba viendo a nosotros”, cuenta Matías, que perdió a sus dos hermanos. Esas imágenes son las que no quieren seguir viendo en los medios: “Las de los muertos, por respeto a los familiares”, afirma Verónica, sentada en una de las carpas.
Esta tarde, se concentrarán en Plaza Once a las 16, y dos horas después se movilizarán hasta la Casa de Gobierno. Los carteles de la convocatoria repiten la apelación a la memoria: “No olvidar y mucho menos perdonar”. “¿Quién convoca a esta marcha, de quién es?”, pregunta una mujer, “De quien necesite venir”, le responden. Casi todos llevan en el pecho un prendedor improvisado con papel y cinta, donde piden “Justicia por nuestros callejeros”. Coinciden en que la asistencia psicológica llegó al lugar “sólo por unos días”. Defensa civil les acerca botellas de agua y tienen baños químicos a la vuelta. Así, tratan de pasar las horas entre todos.
Cuentan que ya detectaron dos casos de personas de la calle que se acercaron argumentando que eran familiares de víctimas. Una era una mujer que llegaba, “prendía velas y lloraba. Porque acá tenía algo de comer, un lugar donde dormir. Nosotros no tenemos problema, pero que lo digan de entrada”, reclamó Matías. “Por ahí parece exagerado estar acá todos los días, pero si no lo hacemos, el santuario va a desaparecer –explicó–. Además, yo siento que mis hermanos están acá”, agregó.
Ninguno de los chicos está solo. Las rondas se arman enseguida, como si quisieran protegerse de las cámaras de televisión que los exponen. Alguien llevó una guitarra criolla, que tocan a la noche, según comentó Félix. ¿Y qué tocan? Para responder, el chico se encoge de hombros: “Rock”. De hecho, eso es mucho de lo que los une. Y apuntan a que el “rock es discriminado, piensan que somos drogadictos”. Ahora, frente a la presencia que fueron tomando en los medios, Pablo, de 30, piensa que “la gente va conociendo de que se trata”. Pero Matías no lo comparte. “Va a seguir siendo igual”, opina. Y asegura que “tendríamos que ser muchos más acá”.

Informe: Daniela Bordón.

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Las tres carpas están alineadas junto al paredón del ferrocarril.
 
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