EL PAíS › OPINION

Banderitas

 Por Sandra Russo

Las banderitas de Radio 10 le pusieron sal a una mañana porteña sin la pimienta del Tedéum en la Catedral. Mientras en la radio instaban a los oyentes a llevarlas para un curioso plan canje –una bandera de Radio 10 a cambio de una remera de la Rock&Pop–, el tránsito en la ciudad, despejadito por el feriado, reflejaba ciertos trapitos al sol que la iniciativa de la emisora favorita de los taxistas de Buenos Aires hizo flamear.
No sólo algunos taxis las portaron orgullosos. ¿Cómo hace un auto para hacer ondear “orgulloso” una bandera? Se supone que el tipo la pone ahí y arranca, y la bandera se las arregla como puede. Pero no. Los entretelones del asunto fueron los que le cedieron al ondear de las banderas ese “orgullo”, o quizás habría que decir esa “declaración de principios”, ese breve y módico “manifiesto” que significó ayer plantar bandera de Radio 10 en el vidrio limpiaparabrisas de taxis y autos particulares cuyos conductores, en los semáforos, supieron mirar desafiantes a los conductores de al lado.
Esas miradas traducían algo así como un “qué te pasa” o un “la calle también es nuestra”. Ahora que me acuerdo, bien podría haber significado algo de aquel equívoco “volvamos a la calle” de Nicolás Repetto versión 04, cuando recién llegado de sus años sabáticos europeos se puso a contarnos a los que nos habíamos quedado lo mal que, pobres, lo estábamos pasando.
Ayer en el tránsito porteño no hubo banderas argentinas, si es que ésa fue la enunciación que quiso hacer de su acting Oscar González Oro. Lo que hubo fueron banderas de Radio 10. Y hacer flamear esa banderita de merchandising implicó, como decía más arriba, una toma de posición no sólo de la radio que uno escucha, que no es lo de menos pero tampoco es para tanto: abanderarse con esos souvenires fue –cómo no– hacer declaraciones. Entonces lo que hubo ayer fue ciudadanos anónimos declarando, en un 25 de Mayo extraño, basta de cortar calles. Los piqueteros, los estudiantes, los paramédicos, los empleados, todos esos que se quejan que se quejen en otro lado (¿un living?, ¿un despacho?, ¿un patio?, ¿una sala de espera?). Es decir: ciudadanos anónimos quejándose de los que se quejan. No desestimando la queja, por favor, que la derecha la necesita.
La derecha se aferra como una garrapata a las demandas de todo tipo y especie, porque cualquier cosa que ande mal o no funcione no deja de serle funcional. Así que la derecha no desestima para nada el hecho de que los secundarios estallen porque tienen miedo de que el techo de la escuela se les venga encima. ¡Que protesten! ¡Están en su derecho! ¡Qué desgobierno y qué ineficacia!, repiten Macri o Sofovich, cualquiera de ellos, porque saben que algo tienen que otorgar para que los que se quejan los reserven, aun desde la espesura de la más intensa desconfianza, como una alternativa. Uno adivina que se salen de la vaina por decir que esto se resolvería con unos cuantos gases y camiones antidisturbios, pero se contienen. Entonces la derecha resuelve la ecuación afirmando que la gente tiene de qué quejarse, claro, pero que no tiene por qué hacerlo en la calle. A esto adhirió, el martes, el propio Néstor Kirchner, tirándole a la radio de marras un caramelito que La Nación convirtió en contundente título de tapa. Es de prever que a ese caramelito lo seguirán chupando. Y es curioso, extraño, casi ridículo, si uno lo piensa, que el abismo más profundo que se pudo parir en este último tiempo delimite, por un lado, con los que se aguantan los cortes de tránsito y los que, por el otro, exclaman con pasmosa convicción que “así no se puede seguir”. ¿Así cómo? ¿Con las calles cortadas? ¿En un país en el que hubo la violencia política más aberrante, la corrupción más degenerada, las estafas más flagrantes, los negociados más degradantes, “así no se puede seguir” porque los pobres o los pibes cortan las calles?
Y así transcurrió el 25 de Mayo sin Tedéum de Bergoglio en una ciudad en la que algunos optaron por embanderarse con Radio 10 y su discursopetardo. Desde una frecuencia que le pertenecía al pueblo de la ciudad, la radio de Daniel Hadad supo imponer su bandera que flameó, aislada, en autos que ese día salieron a hacer de renovados Frenchs y Berutis y a declarar que los argentinos recién seremos derechos y humanos cuando tengamos tránsito fluido. La bandera argentina, bien gracias.

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