EL PAíS › PANORAMA A VUELO DE PAJARO SOBRE EL JUEGO ELECTORAL

Un paneo mientras cierran las listas

Cómo cambió la relación entre Kirchner y Duhalde en un semestre. Un trazo sobre los duhaldistas reconvertidos. Qué significará, hoy día, el vocablo “plebiscito”. Los candidatos kirchneristas o la metáfora de la manta corta. La módica ambición radical. Nominaciones sorpresivas de Carrió. Y un hecho preocupante, en plena Casa Rosada.

OPINION
Por Mario Wainfeld

El cronista dialoga por separado con un par de ministros el viernes. Ambos formulan un comentario calcado, tanto como la sorprendida sonrisa con que lo aderezan. “Hace dos días que el Presidente no me llama por temas de mi cartera.” Una novedad inédita que da cuenta de cuán absorbente es el cierre de listas para un obsesivo de la gestión como es Néstor Kirchner.
La operación electoral es un arte que tributa mucho al éxito o al fracaso. Una movida percibida en germen como astuta será defenestrada si el resultado final es adverso. Un gambito inexplicable premiado por el éxito podrá, incluso, llegar a ser canonizado en futuros libros de consultores afamados. Un cierre de listas, para colmo ni siquiera definido del todo, sólo habilita un paneo general. Miradas precarias, veloces, a vuelos de pájaro. Es que nada está dicho del todo, ni siquiera la nómina de candidatos, cuando todavía faltan casi cuatro meses para que el soberano vote. Claro que los aprontes tienen su gracia. Vaya sobre ellos una serie de vistazos, que el correr de los días confirmará o refutará.

- Cambios: Hace seis meses Néstor Kirchner era más proclive a sellar un acuerdo electoral con Eduardo Duhalde que a romper con él. Las premisas básicas que tenía en mente no eran tan distintas de las actuales; Cristina Kirchner candidata, Chiche Duhalde sin figurar, una clara preeminencia suya sobre el ex Presidente.
A comienzos de año, Kirchner añadía la necesidad de que su superioridad no debía incluir “humillación” a Duhalde. Ese punto cambió, quizás hasta cesó en su existencia.
La correlación de fuerzas siguió inclinando la cancha a favor del Presidente, algo que era de esperar. Pero los roces de las tratativas, operadas con bastante rusticidad de ambas partes, erosionaron una alianza por la que pocos daban unos centavos y funcionó con escasa beligerancia por años. Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde se llevaron mucho mejor y por más tiempo que Carlos Menem y Domingo Cavallo. O que Fernando de la Rúa y Carlos “Chacho” Alvarez.
Hete aquí que las diarquías son entre inestables e inviables. Kirchner lo sabe y da la traza de querer anticipar un desenlace que a principios de año pensaba más remoto en el tiempo, aunque inexorable. Quizá pesa también el deseo presidencial de noquear a su aliado-adversario, una pulsión que cualquier hombre de poder tiene cuando ve flaquear a su antagonista. Máxime si de peronistas se trata.
La confianza entre Duhalde y Kirchner se ha mellado, acaso irreparablemente. En política, nada debe decretarse imposible hasta quetermine de ocurrir en política. Pero las chances de un acuerdo han mermado exponencialmente.

- Encuestas: Los sondeos que consulta con fervor el Gobierno auguran que, en caso de confrontación, Cristina Fernández de Kirchner le saca 20 puntos de ventaja a Hilda González de Duhalde. Los consultores, para solaz de los halcones oficiales, auguran que la campaña aumentará la brecha. Los escenarios electorales, empero, son siempre lábiles y abiertos a la sorpresa.
El áspero territorio bonaerense –hábitat de capitanejos políticos rústicos, de pocos escrúpulos y de barras bravas de gran presentismo en los actos– puede generar imágenes ríspidas.
Mas el kirchnerismo no sólo deberá guardarse de sus adversarios, como ya se dirá.

- Protégeme de los aliados: El fervoroso oportunismo de muchos dirigentes bonaerenses aceitó las posibilidades del Gobierno, pero podría significarle costos simbólicos futuros. Muchos de los nuevos aliados son impresentables. Cruzaron el Jordán con brazadas enérgicas pero está por verse si su imagen (impresentable para muchos) ha cambiado tanto como su alineamiento interno. Algunas presencias en actos y palcos pueden ser un búmeran para el kirchnerismo, quizá no frente al electorado peronista bonaerense pero sí para los independientes o para quienes cavilan en otros distritos. Vaya un ejemplo de muestra, aunque podría haber muchos. Cuando Kirchner iba en pos de su primer año de mandato, sus lugartenientes más fieles pidieron a la SIDE una investigación sobre el partido de José C. Paz, entre otros. Su intendente es Mario Ishi. El objetivo era corroborar denuncias acerca de la relación entre política y delito para escarmentar a algunos intendentes emblemáticos. Los informes sobre los pagos de Ishi, cuentan circunstantes de Palacio, eran lapidarios. Tanto que Felipe Solá discutió más de una vez con funcionarios nacionales de primer nivel por lo que juzgaba una persecución injusta. Hoy Ishi es uno de los pivotes de la campaña de “Cristina”. Los tiempos cambiaron, en consonancia con la estrella del intendente a quien en un momento se sindicaba como emblemático de la política que había que desterrar.

- ¿Qué querrá decir “plebiscito”?: Un desafío básico para el oficialismo es traducir en candidatos la buena imagen del Presidente que busca convalidar su mandato. Más allá de la discusión semántica acerca de la palabra “plebiscito” (que el Presidente colocó en debate y ahora, aunque quiera, no podrá retirar), es claro que necesita sacar buena ventaja sobre el sector de la oposición que resulte segundo. Puesto en números, se trata casi de duplicar los sufragios que obtuvo Kirchner en 2003. Y, ya que estamos, de ampliar el número de diputados fieles, de fierro, prestos a levantar manos como lo hicieron los duhaldistas en el último bienio.
La traslación de un consenso difuso, expresado en encuestas, al hecho más preciso y estudiado del voto tiene sus bemoles. Sobre todo si Kirchner, ay, no es candidato. Las candidaturas de la senadora Cristina Fernández de Kirchner y la ministra Alicia Kirchner (requerida en su propia provincia) son testimonios vivos de esa dificultad.
La carencia de cuadros del kirchnerismo es algo que debería hacer reflexionar a su mesa chica. Un gobierno exitoso, dotado de recursos materiales y simbólicos, no ha conseguido ampliar mucho su elenco de figuras presentables ante la sociedad. De ahí que haya que tenido que echar mano a su gabinete, en alta proporción. Y que en las excitadas horas de cierre se haya visto forzado a aceptar que cuenta con mantas cortas en muchos casos. Así, Patricia Vaca Narvaja parece destinada a transitar en cuestión de horas de la Capital a su Córdoba natal para darle glamour a la boleta que el camaleónico gobernador José Manuel de la Sota le entregó en bandeja a Kirchner.Un rompecabezas en ciernes: Rafael Bielsa, Alicia Kirchner, acaso José Pampuro. Tres ministros en tren de ahuecar el ala rumbo al Congreso son demasiados para un Ejecutivo reacio a los cambios de elenco. En la Rosada, las listas absorben todas las libidos y nadie quiere hablar del momento en que los candidatos dejarán sus ministerios. Pero las rondas de nombres ya comienzan, los reproches opositores pueden colar en ciertos sectores de opinión, las gestiones se resentirán más allá de todo voluntarismo. Kirchner detesta que le impongan los tiempos de sus acciones, pero quizá se vea obligado a definir relevos antes de octubre. O a hacerse cargo de futuros déficit en el día a día del Gobierno.
Ah, y habrá ver qué pasa con el ministro de Justicia, Horacio Rosatti, a quien deben zumbarle mucho los oídos tras haber desechado postularse en Santa Fe.

- Carrió y la discriminación: Elisa Carrió produjo una jugada sorpresiva para extraños tanto como para muchos de los propios. Sumó a dos delarruistas, Enrique Olivera y Teresa Anchorena, a sus listas de legisladores porteños. Es una decisión audaz, que no tiene por qué resultar de suma cero pero que manifiestamente suma y resta. Consolida el perfil protorradical de la líder del ARI y deslee su imagen progresista. Algo que parece no estar en el centro de las preocupaciones de Carrió, quien porfía en ensalzar a Ricardo López Murphy. Y, decidida a acompañar a cualquier crítico al Gobierno, no tuvo empacho en poner por las nubes al obispo Jorge Bergoglio, salpicado por su ominosa conducta en tiempos del terrorismo de Estado. Puesta a explicar sus nominaciones, Carrió denostó a quienes discriminan a dirigentes oriundos de las clases altas. La discriminación siempre es cuestionable pero no parece que la que padecen los patricios sea la más preocupante en Argentina.
Un electorado radical vacante en la Capital es un espacio apetecible, máxime considerando que la UCR va ahí en pos de una débacle. Pero el desaire al votante progresista alguna mella hará en el target de Lilita. Predecir el montante de altas y bajas es demasiado aventurado. Para votantes desencantados del Frepaso (e incluso para dirigentes del ARI que antes revistaron en esa fuerza) el modo inconsulto con que Carrió tomó su llamativa decisión habrá tenido un acre sabor de déjà vu. El riesgo de que otro partido de matriz progresista, muy centrado en su referente, sofrene todo tipo de participación interna habrá rondado más de una mente.

- El radicalismo residual: Confinado a ser una confederación de partidos provinciales, lo que queda de la UCR pugnará por conservar el dominio en las provincias que gobierna. En Capital (máxime después de la jugada de Carrió) y en Buenos Aires (máxime si hay dos listas peronistas) los augurios le son muy adversos.
En Corrientes se han desdoblado las elecciones a gobernador (las únicas que habrá para ese cargo en todo el país) en pos de ese portento.
El gobernador mendocino Jorge Cobos, a estar a las encuestas de la Rosada, tiene enormes chances de batir al PJ.
Estrategas kirchneristas confían en que un presidente patagónico catalizará un triunfo peronista en la muy radical Río Negro. “Los números nos dan mejor que en Santa Cruz”, bromea un operador oficial que, claro, pide reserva de identidad.

- Un gesto preocupante: Las personas del común recelan de las negociaciones en las que sólo intuyen ambiciones y roscas. Empero, la competencia y los armados de listas son necesarios. Nadie debería escandalizarse por eso. Tampoco es cuestión de rasgarse las vestiduras si el Presidente destina buena parte de su tiempo a ese cometido, en el que pone en juego sus perspectivas futuras. Sí es preocupante un tono conspirativo que transita varios despachos oficiales, que acaso tuvo que ver con uno de los acontecimientos políticos más infaustos de la semana que pasó. Hablamos de la detención en plena Casa de Gobierno de dos delegados (¡dos delegados!) de la Asociación de Trabajadores del Estado que realizaban una protesta pacífica y legítima, bastante light por añadidura.
El actual Gobierno tiene luces y sombras. Entre las primeras estuvo la de alumbrar especialmente en su primer año una nueva forma de gobernabilidad, más basada en el conflicto y en la ruptura que en los modos convencionales que tuvieron anteriores administraciones. Ese refrescante perfil incluía la pregonada intención (bastante bien sostenida, malgrado algunos renuncios) de no castigar la movilización social. Mal hizo en desandar ese buen camino.
El cambio en democracia es tendencialmente lento. Lo nuevo juega dialécticamente con lo viejo, guste o no. Las listas del PJ, del Frente de la Victoria, de la coalición santafesina entre socialistas y radicales, del ARI capitalino, trasuntan esa tensión. No será eso lo que las condene, sino (eventualmente) si su saldo es una involución en vez de un avance.
En cambio, reprimir la protesta social, para peor jugando de local, es (sin vueltas) una regresión a deplorables instancias de la vieja política.

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