EL PAíS

Una noche menemista, con marchita y desagravios, allá en El General

El restaurante temático peronista es la escena, de cajón, para la reunión mensual de la Peña Eva Perón. Escenas menemistas.

 Por Susana Viau

Hacía frío. Frío y lluvia, el miércoles por la noche. En la avenida Belgrano, tributaria de la vida de las oficinas, no quedaba ni un alma. Nadie, excepto las figuras de contorno humano que se movían a la altura del 500, en la puerta del local iluminado a giorno y cuyo nombre, al menos en las pampas, no admite errores: El General, un restaurante temático que lleva, como una suerte de aposición, la inscripción “1945-1955”. El sitio estaba atestado. Para los distraídos que empujados por la garúa helada se habían refugiado en El General, las razones de tamaño éxito podían reducirse a tres: a) los peronistas son infinitos, b) los propietarios se están haciendo el agosto con los curiosos, o c) algo se celebraba allí dentro. El enigma se develaría pronto. En el enorme salón decorado con motivos caros al justicialismo se desarrollaba la reunión mensual de la Peña Eva Perón.
Es casi una fija que el nombre El General que adorna las ventanas ha salido de las manos de algún fileteador del barrio sur. En el interior, las arañas de bronce iluminan las telas rojas que recorren el techo. El rojo no es casual: es el rojo punzó, el rojo federal. Se entiende, el peronismo se declara heredero de otro general, o brigadier general: Juan Manuel de Rosas. Sobre las paredes, descansa el non plus ultra de la iconografía peronista. Reproducciones de diarios de la época, fotografías del General y sus ministros. A un costado, rodeada por un cordón bordó que, al separarlo del mundo, subraya la importancia del souvenir, una moto Puma, fabricada por IMA –Industrias Metalúrgicas Argentinas–, perla del desarrollo industrial y que, en una de ésas, ha pertenecido al ex presidente, un fanático de las dos ruedas como lo atestiguan las instantáneas donde se lo ve conduciendo el modelo más popular de la época, la SIAM Lambretta, rebautizada con el apodo gorila de “pochoneta”. Cerca, una plaqueta de bronce homenajea al recientemente fallecido Norberto “Croqueta” Ivancich. Enfrentado a la Puma, reluce el logo de acero del Volkswagen criollo, el “sedán del pueblo”, el coche que como parte de la obligada sustitución de importaciones produjo IAME –Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado–, con motor copiado a los DKW y carrocería imitación del Chevrolet 51. Sobre la escalera que baja a los baños, una gigantografía de Eva Perón interpela a los clientes.
Es, sin duda, el lugar apropiado para lo que, desde el micrófono sostenido por un colaborador, pasa a explicar un hombre cuyo biotipo responde al de la Italia meridional, bajo, de pelo y bigotes oscuros y mejillas ligeramente enrojecidas por la ingesta. Es imposible saber quiénes son exactamente los destinatarios de sus palabras. De todos modos, a él no parece preocuparle el punto y su mensaje ecuménico engloba sin mezquindades a toda la clientela del local. El hombre afirma que es necesario recuperar el poder adquisitivo del salario; que es impostergable la regeneración del empleo; que la diáspora y el desconcierto del 2002 han sido superados y las voluntades que representa la Peña Eva Perón han vuelto a reunirse tras su referente, el ex presidente Carlos Menem. Quien así se dirige a la concurrencia es Pascual Albanese, periodista, antiguo miembro de la derecha del PJ, funcionario de la Secretaría de Planeamiento Estratégico durante la segunda presidencia del riojano. Albanese acota en que esta convocatoria fue suscripta, entre otros, por Jorge Raventos –quien no se halla presente en el evento–, un periodista salido de las filas del FIP (Frente de Izquierda Popular), la formación liderada por Jorge Abelardo –el Colorado– Ramos, y por Víctor Lapeña, un militante estudiantil que en los ’70 entró en prisión como integrante del Partido Comunista Revolucionario (PCR) y salió para adherir a José López Rega primero y al ex almirante Emilio Eduardo Massera, después. Lapeña es el segundo orador de la noche. Su discurso es a la carta, sin complejidades, destinado a una grey signada por una estética uniforme: pelo rojizo en la cabeza de las mujeres que se debaten entre los cuarenta y los sesenta; derroche capilar y patillas cuadradas en los varones canosos. Desde el micrófono, los organizadores interrumpen el anuncio de que habrá un interregno electoral para saludar alborozados el arribo del “Patón Pérez”, el dirigente gastronómico que acaba de atravesar la puerta en compañía de una dama. Los mozos, de pantalón y chaleco negros, camisa blanca con mangas sostenidas por un elástico al modo tradicional, escuchan las alocuciones con interés. “¿Son peronistas?”, se les pregunta. “Acá no nos piden la ficha de afiliación, pero por supuesto que somos peronistas.” La frase se completa con el dedo pulgar levantado en señal de triunfo y complicidad. El menú del restaurante es variado y se abre con un texto sentido y, para ser sinceros, un poquitín errático: “Hoy nuestra propuesta es muy sencilla: que recuperemos juntos el tiempo aquel del ’45 al ’55. Ojalá que al final de la velada nos brote un grito de corazón: en este país de enamorados, siempre se puede ser feliz. Si así resulta, habremos logrado nuestro cometido. Los saludo y me presento: yo soy El General”.
Es casi milagroso. Obedeciendo al reclamo de la carta, el orador de fondo hace alusión a Aníbal Fernández y sus blasfemias. “Para nosotros no es una marchita –arenga el orador– y no nos la metemos donde él dice. Con las distancias del caso es como proclamar: ‘Soy cristiano pero el Padrenuestro que se lo metan en el culo.’” Era previsible, el orador pide un desagravio, que se hinchen los pechos, se preparen las gargantas y la concurrencia cante “la Marcha”. Su pedido es una orden. Como un resorte se levantan todos los comensales –excepto los distraídos– y agitando sus brazos entonan, “Imitemos el ejemplo/ de este varón argentino/ y siguiendo su camino/ gritemos de corazón/ Viva Perón/ Viva Perón”.
En el centro del salón, Horacio Frega –fascista, ex director de Radio Nacional– vibra. A un costado, en una mesa redonda y con mucho menos entrenamiento gestual, Jorge Castro –ideólogo de Menem– aplaude, canta y se balancea al ritmo de la marcha; en otro grupo confraternizan bajo el mismo himno Albanese y Juan Curutchet, fundador de la UPAU (Unión para la Apertura Universitaria, brazo terciario de la UCeDé) y cabeza de la rebelión de los abogados contra la designación de Eugenio Zaffaroni en la Corte Suprema. La Marcha insinúa el final. Los miembros de la peña van enfilando rumbo a la calle mojada. Besos, abrazos, promesas de reencuentros. Albanese, a un costado de la puerta, saluda a cada uno. La música vuelve a sonar. Son tangos, normal. Cantados siempre por una misma voz, la de Hugo del Carril. Lógico. Se trata de El General.

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El restaurante en la avenida Belgrano, temático y peronista.
 
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