EL PAíS › CRONICA DE UNA RECEPCION EN LA CORTE SUPREMA

Un brindis con muy mala onda

 Por Irina Hauser

El presidente de la Corte Suprema, Julio Nazareno, dijo “mierda”. “Mierda”, repitió exacerbando su acento riojano. No pretendía decir suerte en francés. Era una confesión de amargura por el partido ArgentinaInglaterra ante un grupo de periodistas a los que había invitado a brindar en su día. Pero era también, quedó claro con el correr de los minutos, la expresión más sincera de su estado de ánimo. Algo que atribuyó a la crisis general y a la indefinición del juicio político. Sólo otros tres de los nueve miembros del tribunal estuvieron en el encuentro.
Nazareno había entrado a la sala de alfombras rojas y muebles lustrados con un habano en la mano. Repartió palmaditas en la espalda y, en silencio, se posicionó cerca de la cabecera de la mesa cubierta de sandwichitos. Los comensales, que no eran más de 20 entre la prensa y el equipo de ceremonial de la Corte, esperaban la llegada del discurso que el supremo acostumbra a dar todos los años para esta fecha. Pero se hacía desear. Agarró un bocadito, dio media vuelta y se puso a hablar con sus pares Adolfo Vázquez y Augusto Belluscio.
Las paredes del salón de té, como le dicen al lugar donde se hizo el festejo, está llena de retratos al óleo de antiguos jueces de la Corte, de esos que despiertan la fantasía de que hay alguien mirando desde el otro lado. El ambiente de susurro duró un largo rato y sólo se cortó con la entrada abrupta de Gustavo Bossert, uno de los ministros que generalmente vota diferente de la mayoría automática menemista de la Corte, y saludó entusiasta. Nazareno mantenía un gesto ofuscado.
–¿No va a decir nada? ¿Ni siquiera vio el partido? –se le abalanzó un grupo de homenajeados.
–Lo que pasa es que lo vi desde un lugar clandestino –ironizó.
–Yo no, yo no vi nada –dijo Belluscio, con la cabeza gacha, cuando alguien intentó sumarlo en el punto en que la conversación empezaba a aflojarse.
Ahí fue cuando Nazareno pareció olvidarse de todo y comenzó a despotricar. Dijo que el partido le había parecido literalmente una “mierda” y alguna que otra mala palabra. Un motivo injusto de malhumor, como si algo faltara, qué barbaridad, ese penal al divino botón que provocó Mauricio Pochettino. Casi como una consecuencia natural de esa situación el presidente de la Corte terminó asumiendo la voz de mando y habló de lo que muchos querían escuchar. El Poder Judicial atraviesa “su crisis más seria”, sostuvo, porque los miembros del máximo tribunal “afrontan un juicio político”, y “con valor, porque no es fácil”.
La Corte “está firme”, insistió Nazareno, intercalando comentarios sobre el resquebrajamiento de las demás instituciones. Eso es, dijo, porque tribunal “está tratando de mantener el orden”. Pero enseguida, ante unas carrasperas de desaprobación, aclaró que quería significar que el Poder Judicial “es el menos convulsionado de todos los poderes” del Estado. El enjuiciamiento, añadió, “es un acto que estamos tratando de sobrellevar”. Miró a sus colegas jueces, se compadeció por sus familias, y exclamó: “resalto la fortaleza de mis pares delante de los periodistas”.
Después de alzar las copas, se armaron tres grupos. En uno, Bossert confesaba su malestar ante lo que considera un juicio que no merece. Describió que siente “el corazón abatido”. En otro rincón, Vázquez decía una vez más mientras dure el juicio político se les hace difícil trabajar, “no somos independientes”. Al parecer es un sentimiento compartido entre los supremos. En buena medida, están sufriendo los efectos del “cajoneo” en carne propia. Lo que más desean es una definición formal por parte de la Cámara de Diputados. Cualquier renuncia sería posterior. Igual, siempre amenazan con tener en la manga algún expediente para desquitarse.

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