EL PAíS › LA FUTURA RELACION ENTRE EL GOBIERNO ARGENTINO Y EVO MORALES

Lo importante es lo volátil

Llega el presidente inesperado de un país que encontró una riqueza inesperada. Cómo cambiaron el mapa las reservas gasíferas de Bolivia. La relación con Argentina y Brasil. El precio es lo de menos. Las negociaciones que se vienen. Los proyectos de integración y sus riesgos. La opción por Chávez. La mirada del Big Brother.

Opinion
Por Mario Wainfeld


Bolivia necesita vender su gas, que no puede atesorar. Evo Morales necesita convalidarse como líder popular y su principal base de sustentación es la riqueza de su país. Argentina y Brasil, en proporciones diversas, necesitan el gas de Bolivia. La región necesita integrarse y mantenerse en paz. La discusión del precio del combustible, que integrará la agenda de todos en los meses próximos, es el primer paso de un proceso muy complejo, abierto a varios finales. El gobierno argentino prepara sus cartas, en un tablero que incluye a Brasil, a Chile, a Venezuela y a la sombra amenazante de Estados Unidos. El precio es lo primero. Quizá no sea tan difícil llegar a un pacto. Lo demás, ay, no vendrá por añadidura.

Bolivia se encontró en el año 2000 con importantes reservas de gas, que no la ranquean muy alto a nivel mundial pero sí en la región, donde sólo Venezuela la supera holgadamente en reservas comprobadas. La aparición del gas alteró la ecuación política en un país cuya historia está enlazada por oportunidades frustradas, siempre ligadas a riquezas extractivas, la plata, el guano, el estaño.

Gasificada, Bolivia cambia el mapa de la región. “Tiene tanto gas como Siberia –describe un funcionario argentino– pero Siberia no está a 2000 kilómetros de San Pablo.” La ubicación geopolítica de Bolivia cambia drásticamente de valor a partir de su flamante potencial energético. El gas no es un commoditie de precio uniforme a nivel mundial. Ni se puede atesorar. Debe venderse cuanto antes. Su valor varía mucho según los mercados y según la cercanía entre vendedor y comprador. Brasil y Argentina limitan con Bolivia, ya se sabe.

Los dos vecinos

Argentina tiene una curiosa matriz energética, pues casi la mitad es en base a gas. Es muchísimo. Pocos ejemplos semejantes hay en el mundo, Rusia y Holanda son dos casos pero se trata de países con más acceso al fluido y dotados de muchas alternativas de consumo. Mucho gas consume, entonces, nuestro país, pero sólo una pequeña parte de él proviene de Bolivia.

Brasil es bien diferente. Su matriz energética es más variada y su fuente principal es la energía hidroeléctrica. Pero, de todo el gas que de todos modos consume, casi la mitad proviene de Bolivia. El impacto de una eventual merma podría ser muy fuerte, en especial en el complejo industrial de San Pablo.

La empresa estatal Petrobras está instalada en Bolivia. Argentina está representada por Repsol YPF que (aunque se define como hincha de la selección nacional de fútbol) es una empresa española. Esas empresas tienen un importante capital hundido en Bolivia, lo que hace presumir que, más allá de lo que verbalicen (hace rato que su verba es muy poco enfática), aceptarán asumir costos mucho mayores en su negocio si así se lo impone Morales. El desmantelamiento de lo instalado es una hipótesis entre improbable y descabellada.

Brasil está cerca de cuadruplicar a Argentina en compras de gas boliviano. Argentina paga algo más de dos dólares el millón de BTU, que es la unidad de medida de los precios internacionales. Brasil paga 2,38 dólares porque se lleva también derivados líquidos.

No hace falta ser un perito en la materia para imaginar que Brasil tendrá mucha más entidad que Argentina para formar el nuevo precio. Los funcionarios argentinos, que se preparan para negociar, no lo confiesan en voz alta pero lo asumen intramuros.

Para la media del mercado interno argentino el precio ya es alto. Pero el gas es una mercadería peculiar cuyo valor fluctúa en diferentes mercados. Para algunos mercados el precio, que duplica el vigente hace un par de años, puede crecer, incluso a nivel tal de satisfacer las demandas del flamante gobierno de Evo.

El volumen
es lo que importa


Para empresas ligadas a la exportación o a manufacturar materias primas, ubicadas especialmente en la otrora llamada Pampa gringa, conseguir más gas es una necesidad, sujeta a ciertas condiciones de seguridad. “La primera preocupación de las empresas no es el precio, sino el volumen que se puede conseguir. La segunda, es tener certeza de que la provisión y las condiciones del negocio perdurarán por años”, expresan representantes y asesores de las susodichas empresas. Nadie hablará de precios antes de una negociación, pero en el sector privado asumen que (si hay contratos a largo plazo y con condiciones estables) el precio podría llegar a 4 dólares, algo que (aunque tampoco lo verbalicen) conformaría a los bolivianos.

El Gobierno no quiere zarandear números, pero es patente que no le escuece que sectores de punta de la economía nacional se hagan cargo de tamaña factura. “Es un nicho de mercado, que tiene alta rentabilidad y puede bancar costos elevados. La única preocupación del ministro es que, si se llega a un precio especial para ciertos consumidores, quede confinado en ese sector y no impregne a otros mercados. El riesgo, igualmente, es bajo”, confidencia, tranquiliza, un allegado a Julio De Vido. Oficialmente para Argentina, por ahora, no se puede llegar a un tope de 3 dólares.

Entre los “otros mercados” está el intocado sector residencial que viene congelado desde hace años. Néstor Kirchner ha hecho todo un tema de no tocar esas tarifas, pero todo induce a creer que éste será el año del revisionismo en esa materia. Para sectores medios-altos y altos, el gas tiene un precio irrisorio y hasta insolidario, coinciden en varios despachos oficiales de primer rango. Uno de los contados temas en que De Vido y Roberto Lavagna acordaban era que 2006 era el año de retocar las tarifas residenciales para consumidores de buen pasar. El parecer de la muy silente Felisa Miceli se desconoce.

Hasta ahora, Kirchner porfió en contra y mantuvo su decisión. Habrá que ver si no hay novedades en marzo o abril, siempre que resulten exitosos los acuerdos con los formadores de precios de alimentos que hoy obsesionan al Presidente.

Dos variables de ajuste

Un implícito de la política oficial, con Bolivia o sinmigo, es que el suministro de gas a Chile es una variable de ajuste. Los precios respectivos podrían subir en consonancia con los acuerdos con Bolivia, tal como aconteció en 2004. Y hasta podría discontinuarse el suministro si las negociaciones impactaran en las perspectivas argentinas. Nadie cree que eso ocurra, nadie lo ansía, nadie lo menta. Pero todos los jugadores, incluso los chilenos, lo saben.

La otra variable (mucho menos contingente) que tienen en mente los funcionarios argentinos de cara al toma y daca con los bolivianos, es Venezuela.

Chávez, el estratégico

Venezuela, se insiste, supera a Bolivia en reservas de gas y, al menos hasta hoy, también en la confianza que dispensan a su gobierno los funcionarios kirchneristas. Claro que está bastante más distante de Argentina que Bolivia y eso es una contra, que el Gobierno cree subsanable. El gasoducto desde Venezuela, ignorado por la oposición y muy poco creíble para los empresarios privados con que dialogó Página/12, es para De Vido y Néstor Kirchner una realidad en ciernes. “En cinco años tendremos gas abundante a no más de cuatro dólares”, confidenció el ministro a otros integrantes del gabinete. Aun asumiendo el voluntarismo, cabe resaltar que el lapso rebasa con holgura el mandato de Kirchner. Los especialistas en la materia aseguran que esos números no cierran si no hay subsidios de Venezuela para “pagar los fierros”, esto es, la onerosa construcción del gasoducto, un formidable capital enterrado, que sólo tiene sentido si el negocio es duradero. Y dudan acerca de si hay una traza determinada o aun una posible. En Infraestructura replican que hay reuniones permanentes con el gobierno venezolano, en las que intervienen, entre otros, Hugo Chávez en persona y Claudio Uberti, favorito para ser embajador argentino en Caracas. Esta semana se produjo una, reseñan. Y en marzo habrá un cónclave interministerial.

En Venezuela no ven sólo a un proveedor con más recursos sino a un régimen más estable y a un aliado estratégico convencido. La tarea que se propone el gobierno argentino es establecer con Bolivia un modo de relación que evoque al que lograron con Venezuela.

El precio de la legitimidad

“Lo que Evo debería hacer –discurre un pingüino que lo conoce y quiere bien– es lo que hizo Chávez, valerse de la riqueza que va a percibir para diversificar la economía. Los precios se deben estipular en dólares, pero debe lograr que los compradores provean recursos para el desarrollo.” “Tienen que conseguir que nosotros –simplifica, metaforiza– le paguemos el transporte gratuito a gas en todo el territorio, extendido a los particulares.” Los argentinos imaginan que, trabajando bien, podrían (se subraya el condicional) cooperar en la radicación de industrias. “Le podemos hacer una planta de tratamiento de líquidos, nosotros nos bastamos con etanol puro. Bolivia puede quedarse con el gas líquido y mandarlo acá por corredor fluvial o a otros países”, se entusiasman en Buenos Aires.

La aparición del gas multiplicó la asimetría regional de Bolivia. Tarija y Santa Cruz de la Sierra, el Este, son sus zonas de elite y las que se enriquecieron ahora. Argentina puede cooperar en la construcción de un gasoducto que satisfaga las necesidades del Sur y del Este que (paradojas te da la vida) supieron ser pujantes cuando la plata proliferaba en Bolivia.

Viejos proyectos archivados, como un nuevo puente entre La Quiaca y Villazón, integran el imaginario de funcionarios argentinos. No es simple que esas ilusiones se concreten, hará falta mucha negociación, mucha muñeca. Aceptando que se simplifica (o se ironiza) un poco puede decirse que el dinero es, en estos momentos de expansión económica, uno de los insumos más accesibles.

Imagen corporal

El Gobierno se distrajo en su relación con Morales, lo que derivó en ciertos ripios para su venida a la Argentina (ver recuadro “Se me chispoteó”). Y sabe que Estados Unidos recela de Morales, lo que es un riesgo perdurable (ver asimismo nota aparte).

Tras 500 años de exclusiones, un indígena presidirá Bolivia y sin duda deberá traducir (y, quién sabe, contener) las suspicacias de buena parte de su sociedad respecto de quienes ralearon a su gente, la menoscabaron, la explotaron. Sería ingenuo pensar que los argentinos no integran ese colectivo o, como poco, que no están bajo sospecha de revistar en él.

Morales necesita estabilidad y seguramente sabe algo que integra el acervo ideológico de los líderes nacionales populares. La legitimidad y la gobernabilidad democrática se sostienen si existe contrapartida en conquistas y mejoras para los sectores populares. La idea de que el paraíso llegará luego, después de las reformas, cuando derrame, cuando se haya plasmado el desarrollo, integra la Vulgata neoconservadora, muy pasada de moda. Para conseguir resultados prestos, Morales debe negociar bien y coadyuvar a una integración siempre distante.

La integración regional es siempre difícil. En este caso no excepcional hay un factor favorable, no frecuente en América del Sur. Es que las economías de Bolivia, Brasil y Argentina son (en lo que al gas atañe) en esencia complementarias. Algo que no sucede en líneas más generales entre Brasil, Argentina y en su medida Uruguay, que son más competitivos entre sí que complementarios.

Difícil pero posible

Argentina tiene por delante un complejo rol con Bolivia, que incluye el de ser garante internacional de su estabilidad (a fuerza de ser un país más grande) y aliado económico. Hay una tensión entre esa condición de “hermano mayor” que se comparte con Brasil y la de socio en muchos negocios.

En cualquier caso, la posibilidad de un juego de suma positiva existe, en un contexto de antecedentes históricos no muy estimulantes.

Inesperada fue la dimensión de la victoria electoral de Evo Morales, que estará pasado mañana en Buenos Aires. La amplitud alteró el escenario político, dejando pasmados a más de cuatro. Para empezar, a los gobernantes de muchos países de América, incluida la magna potencia mundial y Argentina. Y quizás a los propios protagonistas, aunque alguno de sus confidentes argentinos dicen que Morales, en campaña, empezó a avizorar que lo legitimaría un extendido voto nacional, expresivo de algo más vasto que la (muy vasta) reivindicación indígena.

De todos modos, hace 6 años, nadie podía pensar que el MAS pudiera acceder a la presidencia en elecciones, con más del 50 por ciento de los votos. A comienzos de este siglo tampoco se sabía que Bolivia era, en dimensión regional, una potencia gasífera. Ahora las dos circunstancias confluyen. Argentina deberá comenzar a negociar, a convivir con ese presidente inesperado, que por lo pronto viene a inaugurar una etapa inédita y desafiante en la que el futuro común será a gas o no será nada.

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