EL PAíS › UNA CAUSA EN MISIONES POR LA DESAPARICION DE UN CIENTIFICO PARA ROBAR UN DETERGENTE

El secuestro para robar una fórmula química

Alfredo González era ingeniero, activista demócrata cristiano, profesor universitario y, según amigos y colegas, seguramente un genio. Detenido por seis meses en 1976, una patota volvió por él para que revele la fórmula que, pensaban, los haría ricos.

 Por Alejandra Dandan

Sus amigos sospechan que se lo llevaron para robarle una fórmula. La dictadura militar de Misiones sabía que había logrado una invención para abaratar la fabricación de aluminio, iniciar un proceso de potabilización de agua y fabricar un abrasivo semejante al CIF, pero veinte años atrás y en la Argentina. Como en la época no había computadoras, el ingeniero Alfredo González memorizaba cada una de sus fórmulas y destruía sus papeles. El 4 de marzo de 1978 una patota militar se lo llevó de su casa. González era decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional del Nordeste (UNaM). Era la segunda vez que lo detenían. Para su gente era una especie de genio científico. La Justicia acaba de ordenar la detención de cuatro militares y un gendarme por su caso, entre ellos dos ex gobernadores de la provincia. González aún sigue desaparecido. Página/12 reconstruyó parte de su historia y la de su fórmula a partir del testimonio de familiares, amigos y ex detenidos políticos de Misiones. Ellos creen que al ingeniero no lo asesinaron por su militancia política: a los militares se les “pasó” en la sala de torturas cuando estaban detrás de su invento.

Alfredo vivió sus últimos años en su casa de soltero de Posadas, pero recorría habitualmente los 80 kilómetros que lo separaban del pequeño laboratorio del pueblo de Alem, donde hacía sus investigaciones de rutina. El laboratorio estaba montado en la finca de una familia misionera de buen pasar, comerciantes, dedicados a la compra y venta de tractores con los que el ingeniero alguna vez pensó canalizar su proyecto comercial. Los dueños de la finca eran varios hermanos, uno de ellos con residencia en Estados Unidos y con dinero suficiente para convertirse en el socio capitalista de la invención.

A esa altura, Alfredo era uno de los académicos reconocidos de la UNaM. Había nacido en la ciudad correntina de Bella Vista, donde aún vive María Amelia, su hermana, que es la querellante de la causa por su desaparición, que se inició en 2004. Hace unos días, ella tuvo entre sus manos el viejo pasaporte de su hermano. Lo miró aún sorprendida por la turbulencia de fechas, viajes y recorridos: “¡Eran un montón! –dice–. Pero mi hermano no viajaba por turismo. Tenía viajes a Japón, Estados Unidos y Alemania, donde hacía cursos de posgrado”.

Para la época, Alfredo era un adelantado. Con su aspecto menudo, su estatura chiquita, sus inmensos pares de lentes, el tono locuaz y su incorregible aspecto de científico, era uno de los pocos académicos con acceso a masters y posgrados en el exterior. Llegó a la UNaM cuando la universidad aún era un conglomerado de facultades con la cabecera en Corrientes. Hizo la carrera de ingeniería química y desde su provincia comenzó a trabajar dentro de una convulsionada estructura de la democracia cristiana. Aunque muchos de los que lo conocieron aseguran que nunca se asoció a las organizaciones armadas ni tuvo gran militancia política, dentro del partido era uno de los que mantenían posiciones más cercanas a la izquierda.

Mario Alfredo Marturet fue uno de sus compañeros de militancia. También él habla en este momento en que la causa comienza a echar luces sobre la desaparición del investigador. “Alfredo tenía una gran militancia –dice– y no sólo dentro del partido, sino con todo lo que tenga que ver con un nacionalismo sin zeta.” Para muchos de los detenidos de la época, la militancia de Alfredo iba en la línea de los que trabajaban por un mundo mejor sólo a partir de sus convicciones internas.

Los conflictos en la universidad y los enfrentamientos políticos con los grupos de la derecha católica universitaria no son ajenos a la investigación de su desaparición, se transforman en otra línea de análisis que puede confluir, o no, en la investigación del aún supuesto robo de la fórmula. Alfredo trabajó en la universidad para la época de los bastones largos del gobierno de Juan Carlos Onganía. Y cuando los correntinos se aproximaban a la revuelta estudiantil que terminó con la muerte del estudiante Juan José Cabral, herido durante la protesta multitudinaria del 15 de mayo de 1969. La sede correntina de la UNaM estaba intervenida por los amigos del brigadier y gobernador Hugo Garay Sánchez, nombrado por Onganía: “Fue el que trajo los cursillos de la cristiandad hasta Corrientes, de la clásica derecha católica; no sé si me explico”, apunta Marturet. La muerte del estudiante Cabral provocó la rápida salida de Garay Sánchez y de sus socios universitarios, uno de los cuales se trasladó a Misiones, desde donde inició un proceso de largo enfrentamiento público y académico con el ingeniero Alfredo.

“Si me da unos días, le puedo pasar hasta las copias de todas las cartas que se mandaron uno a otro porque salieron publicadas en los diarios”, sigue Marturet con detalle. En las cartas los dos académicos, ambos especializados en química, se cruzaron acusaciones de corrupción dentro de las cátedras y de protección indebida sobre determinados alumnos. Alfredo no había cambiado de partido pero aquellos debates, su compromiso universitario y su participación en el bloque de la Confederación Universitaria del Nordeste que le disputó la dirección de la universidad a la derecha, le valieron la calificación de comunista en las páginas de los diarios: “Lo acusaban de izquierdista –dice Marturet–. Esa derecha lo acusó siempre de idiota útil, que quería decir que no era comunista pero que trabajaba para los comunistas”.

Sus padres aún estaban en Bella Vista. “El Gallego” don Manuel era panadero y doña Elba había criado a más de una decena de hermanos. Alfredo pasó a visitarlos luego de su primera detención, producida el mismo día del golpe de marzo de 1976. A esa altura, no sólo había avanzado con su carrera y sus estudios sino también con la fórmula. Sus captores lo sabían. Dicen que se lo preguntaron en el interrogatorio.

La fórmula

Alfredo pasó seis meses detenido, primero en la unidad penitenciaria de La Candelaria, a unos 20 kilómetros de Posadas, y luego en la UR 7 de Resistencia, por la que pasaron los presos de Margarita Belén. Parece que dentro de la cárcel no lo acosaron. Por lo menos al comienzo. Pero finalmente lo trasladaron a Resistencia cansados de su modo de pasar el tiempo. Había comenzado a dar clases de química entre sus compañeros; los carceleros no lo soportaban.

El abogado Ramón Alfredo Glinka es un ex detenido político de Misiones. Hace unos días su testimonio se incorporó a la causa porque estuvo detenido en el mismo período que Alfredo. Su relato aportó detalles sobre el aún supuesto robo de la fórmula. Según dice, el propio Alfredo mencionó el interés de los militares sobre el tema cuando lo liberaron para septiembre de 1976.

¿Cuál era la importancia del invento? ¿Por qué había tanto interés por su fórmula? ¿Por qué no lo vendió o lo cedió? Las preguntas siguen sin respuestas, pero algunos testimonios cercanos empiezan a darle sentido al rompecabezas.

“¿Cuál fue la importancia?”, pregunta su hermana María Amelia en forma retórica. “Imagínese que lo que descubrió era cómo fabricar papel 50.000 veces más barato de lo que en ese momento se pagaba por el papel que comprábamos a Chile o Estados Unidos. Yo no le puedo contar de la fórmula porque no la sé, lo único que puedo decir es que siempre le preguntaron por la fórmula.” Se lo preguntaron los militares, pero no fueron los únicos. También lo hicieron insistentemente sus socios del pueblo de Alem. Querían que Alfredo la compartiera pero el académico no lo hizo, convencido aparentemente de que la patentarían para producirla en Norteamérica.

Al parecer, la fórmula que descubrió se parecía al CIF. Además del abrasivo y del método de fabricación de papel, Glinka explica que su amigo identificó “las propiedades de las tierras lateríticas para una fabricación mucho más económica del aluminio y de otras arcillas misioneras que suplantaban a un costo mucho menor la potabilización del agua”. Era un genio, insiste su compañero de cárcel aún sorprendido porque sin la ayuda de las computadoras el otro se tragaba las fórmulas de memoria.

Aún hay dudas, y muchas, sobre el modo en el que la información, si es cierta, llegó a la cúpula militar. ¿Dónde se escuchó? ¿Quién la recibió? ¿Y desde qué sector se dispuso su secuestro? El ingeniero no sólo se había metido a trabajar sobre el proyecto del abrasivo y su comercialización. Dicen que cuando desapareció llevaba años detrás de una inversión de papel misionero adjudicada a Alfredo Martínez de Hoz y Albano Harguindeguy. Esas pistas y el enfrentamiento con algunos dirigentes de la facultad son parte de las hipótesis que se investigan en la causa. Entre otros puntos, se intenta confirmar un diálogo en la Casa de Gobierno misionera entre un visitante de la universidad y los máximos responsables de la provincia: Rodolfo Poletti y Fernando Di Fonzo, gobernador y ministro de Gobierno, ambos capitanes de navío retirados con pedido de captura por la causa de Alfredo González. El diálogo no fue extenso, pero durante la charla el visitante también académico se quejó de la presencia del ingeniero “zurdito” en la facultad.

La casita de Los Mártires

Alfredo Gómez fue detenido por segunda vez el 4 de marzo de 1978 con un operativo impresionante frente a su casa. Lo acusaron de subversión económica, una figura por la que la dictadura militar misionera avanzó contra muchos militantes, entre ellos el propio Glinka y su socio Julio Dante Carvallo. Durante la declaración en el Juicio por la Verdad, Glinka mencionó ese detalle y señaló entre los responsables inmediatos de su detención al coronel Francisco Javier Molina, un militar retirado, señor de vida y muerte de los misioneros, que se desempeñó como jefe de policía, y prestó servicios en Corrientes a cargo del destacamento de Inteligencia 123 de Paso de los Libres controlando el paso fronterizo. Hoy está detenido por esa causa. La Justicia de Misiones también pidió su detención en el marco de la causa González. Junto a Poletti, Di Fonzo y a otro militar y un gendarme están imputados por privación ilegítima de la libertad agravada por torturas y de homicidio calificado.

La decisión judicial se dio en el marco del caso González, pero entre las investigaciones se busca a los responsables de la desaparición de al menos 49 misioneros. Uno de los focos de la megacausa da cuenta de lo que para muchos lugareños hasta hace pocos años no existía: la casita de Los Mártires, un pequeño centro clandestino de detención de dos piezas cuyos restos fueron hallados a comienzos del año pasado bajo las malezas cercanas al aeropuerto Internacional de Posadas. Un ámbito vecino al arroyo Los Mártires, que terminó dándole el nombre. Se cree que, por su lejanía, el sitio funcionó entre 1977 y 1978 como lugar de paso hasta donde trasladaban a los detenidos para torturarlos durante las noches.

Glinka pasó por la casita de los Mártires, aunque después lo trasladaron a la unidad penitenciaria de Candelaria. “Nos ponían una cadena por el cuello –contó–, después un candado y al final la cadena se encadenaba con otro candado más fuerte a un aro a la pared.” Glinka creyó oír allí dentro la voz de González. Y durante el juicio explicó que, de acuerdo al relato de un policía de nombre Sánchez Boado, cliente suyo y enfrentado a una causa por tenencia de armas de guerra, el académico de la UNaM murió de un ataque cardíaco en la sala de torturas. Su cuerpo, dijo este tal Boado, habría sido arrojado al río Paraná.

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González, secuestrado en 1978 con su mujer e hija.
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