EL PAíS › COMO VIVEN LOS URUGUAYOS EL CONFLICTO CON LOS ARGENTINOS POR LAS PAPELERAS DE FRAY BENTOS

Fastidio, cariño, angustia, bronca en Uruguay

En el Carnaval hubo vivas a las murgas visitantes. Y en la calle todo el mundo hace un esfuerzo por entender. Pero nadie esconde la bronca por lo que ven como una injusticia con bastante de prepotencia de país más grande. Charlas sobre el conflicto en un país unido por esta pelea.

Por Pedro Lipcovich
Desde Montevideo


“Uruguay no le hizo hasta ahora ningún daño a la Argentina, pero la Argentina sí nos está dañando con los cortes de puentes.” La frase resume la queja de la mayoría de los uruguayos que dialogaron con Página/12 a lo largo de una recorrida de muchas horas bajo el cálido sol montevideano. Antes de dejarles la palabra, pueden valer algunas impresiones. Primero, que para la mayoría de las personas de sectores sociales medios y trabajadores la construcción de las plantas de celulosa llega a ser una cuestión de honor nacional y de respeto a un gobierno en cuya ética confían. Segundo, el reconocimiento de que hay sectores populares e intelectuales que –con información y lucidez– se oponen al camino político y social representado por las plantas, pero encontrarlos requiere una búsqueda específica. Tercero, en toda la recorrida, y pese a aquel sentimiento dolorido por los cortes en las fronteras, sólo se encontró afecto por los argentinos y la Argentina. Entre los orientales solos o en multitud, sobrios bajo el sol o con algunas copas en la noche de Carnaval, no fue detectable una sola muestra de hostilidad, y la referencia más ruidosa al otro país rioplatense fueron, en el tablado murguero, los aplausos.

El recorrido fue desde el centro comercial hasta la ciudad profunda, y empezó en la cervecería de San José y Paraguay (esas mesas de madera, ese ambiente montevideano tan fuera de moda y tan feliz). Natalia Fernández, que trabaja allí como camarera, dijo que “el bloqueo de las rutas es un atropello a nuestra soberanía. Por ejemplo, un cliente del bar es despachante de aduana y está perjudicado, todo el transporte se perjudica. Y han venido la mitad de turistas que el año pasado. Cierto que vienen más norteamericanos pero... Si las plantas causaran contaminación, el primer perjudicado sería Uruguay. Yo voté a este gobierno y creo que piensa en el bienestar del país. Ahora han bloqueado también el puente de Paysandú. Tabaré exageró cuando habló de actitud ‘patotera’ pero... Nuestra gente no es así. Y creo que los argentinos tampoco: alguien los está manipulando”.

Ahora, ¿qué debiera hacer la Argentina si se considera afectada por la construcción de las plantas de celulosa? “Me parece bien que pida una comisión binacional para control ambiental –dice Natalia–. Uruguay tiene el deber de acceder a eso. Los argentinos van a ir a La Haya: no sé si Uruguay tendrá plata para los gastos de un juicio en ese tribunal. Llegar a eso me parece extremo, horrible.”

A una cuadra nomás, sobre 18 de Julio, Héctor Silva atiende su puesto de diarios. “Yo soy frenteamplista”, aclara, y destaca: “Este problema no lo generó el Frente Amplio: el gobierno actual está atado de pies y manos por algo que firmó el gobierno anterior, el de Batlle”. Y compara: “Es como lo que les pasó a ustedes cuando privatizaron todo y después las cuentas se les fueron al carajo. Acá cuando quisieron privatizar Ancap (la petrolera estatal), hubo un referéndum y lo perdieron”. ¿Y si la Argentina se considera afectada? “Primero, que cierren las papeleras que tienen allá: para reclamar hay que empezar por hacer limpieza en casa”, contesta Silva.

Por 18 de Julio, bajo el sol, se comparte el paso calmo de los transeúntes uruguayos. En la librería Plaza, Pablo Dobrinin –librero, narrador y ensayista– elige palabras prudentes: “Cerrar ahora los dos puentes parece excesivo: todavía no se construyeron las plantas y ya nos están causando perjuicios evidentes, sobre todo al turismo. ¡Uruguay todavía no contaminó nada!”. Para Dobrinin, ambos gobiernos “tendrían que haberse sentado a hablar antes. No haber llegado a este punto donde la cosa se puso tan áspera. Después de tanto tiempo de mantener una posición, es difícil ceder, pero alguno tendrá que ceder y ése sentirá que está perdiendo”.

Y el librero hace una observación: “Lo que parece querer la gente de Entre Ríos es que, directamente, las plantas no se construyan; parece que, aunque se garantizaran parámetros aceptables de contaminación, igual no aceptarían, porque están contra las plantas en sí mismas. Y se están poniendo violentos: hay gente que cruzó de Salto a Concordia para cargar nafta o comprar cosas y se comieron un garrón: no que les hayan pegado pero sí agresiones verbales”.

¿Y si Uruguay interrumpiera la construcción de las plantas? “No estaría mal –opina Dobrinin–. Pero habría que prever un tiempo limitado para la interrupción y en ese término acordar parámetros ambientales.”

Y el librero agrega “algo que a los argentinos les cuesta entender: acá la mayoría de la gente está a favor de las papeleras porque este gobierno tiene credibilidad; Pepe Mujica (ministro de Agricultura) vivía de cultivar tomates con sus manos, y antes se comió muchos años de cárcel. Los diputados del Frente entregaban la mitad de su sueldo al partido para financiar las campañas. Tabaré Vázquez es uno de los oncólogos más prestigiosos del Uruguay; impulsó que se prohibiera fumar en lugares públicos. Esta gente no va a permitir que haya contaminación. Los argentinos son más desconfiados de los políticos. Nosotros, a éstos, les creemos”.

A esta altura, un cliente habitual de la librería, al escuchar que se está hablando de las papeleras, interviene para contar que tuvo un sueño.

“Había una invasión de los argentinos –narró Carlos Diago, profesor de historia–. Yo veía los barcos desde Plaza Independencia. El puerto estaba tomado. Los barcos bombardeaban la bahía. Yo veía, por Plaza Independencia, los tanques que venían. Yo pregunté qué estaba pasando. Se había declarado la guerra y los argentinos ¡páfate!”

Diago recuerda que “la Primera Guerra Mundial empezó con un caso ante La Haya”, y comenta: “Ahí se discuten actos de agresión entre países, no es ‘changa’ mandar algo a La Haya. ¿Y el Mercosur?: está pintado. ¿No somos socios? Es como si vos tenés un socio en una empresa y, cuando hay una diferencia vas a un abogado y le hacés juicio. En la Unión Europea esto no podría pasar”.

“Es cierto que –señala Dobrinin–, a diferencia de la Unión Europea, el Mercosur político todavía no está.”

El amor del gato

Fuera del centro y hacia la Ciudad Vieja no se encuentra a nadie que cuestione la instalación de las plantas en Fray Bentos. Más que eso, simplemente no parece concebible que las plantas no terminen de construirse. Pero en la esquina de Cerrito y Treinta y Tres, con grandes letras de aerosol, una pintada que sólo dice: “No a las plantas de celulosa”. Esa pintada fue el punto de partida para corroborar la existencia de un conjunto de entidades y personas, a través de los ámbitos político, universitario, sindical y de las organizaciones civiles, que se opone, con fundamentos, a la instalación de las papeleras (ver nota aparte).

En la esquina de Cerrito y Pérez Castellanos se estacionaba una bicicleta como de heladero pero que no vendía helado; con letras fileteadas, anunciaba: “Pescado fresco: el amor del gato”. ¿Qué opinaría su dueño acerca de las plantas de celulosa? Pablo Pinto, hijo del fundador de la pescadería ambulante y a cargo de la misma, se negó a la requisitoria periodística pero a su lado Rubén García, de 39 años, changarín en el puerto, destacó que “las papeleras son fuentes de trabajo para mucha gente. Y Tabaré dijo que, si causaban daño, iba a quedar todo parado”. Es que la cuestión de la desocupación “es dura; no es fácil. Por eso, si hay fuentes de trabajo la gente está conforme”, advirtió García.

Se había unido al grupo Oscar Silva, taxista de 54 años, quien reconoció sus “dudas” sobre las plantas: “Algo deben de contaminar. Pero cualquier industria contamina y con las papeleras se va a activar el transporte, la alimentación, las herramientas, muchos rubros. Todo esto en el interior del país, que está prácticamente despoblado y la gente viene a la ciudad, se forman asentamientos...”. Silva terminó de sepultar sus iniciales dudas con un argumento reiterado en los diálogos montevideanos: “En Argentina tienen papeleras y no protestan. Estas de acá, al menos, dicen que van a ser con la última tecnología”.

El recorrido finalizaría en el mercado del puerto. Allí, en un puesto de comida llamado Cabaña Verónica, Página/12 habló con tres peones de cocina: Rubén Fleitas, Miguel Araujo y un tercero que prefirió no dar su nombre.

–Para mí están bien las papeleras –afirmó Fleitas y miró desafiante al argentino–. Acá falta trabajo y, capaz, no hay que medir tanto las consecuencias.

–De estas fábricas hay en todo el mundo. Tardarán más o menos, pero van a llegar –acordó Araujo.

El tercero discrepó con sus compañeros; de todos los uruguayos que encontró el cronista en su recorrido callejero, fue el único que se opuso a las plantas de celulosa:

–Para mí está mal. Tengo una niña de cinco años y otra en camino. Si contaminamos el país... dicen que una sola pila de linterna contamina más de mil litros de agua.

–Yo también tengo una nena, tiene tres años –contestó Araujo–. Y bueno, puede pasar que a los 18 se vaya a vivir a Europa, donde dicen que está lleno de plantas de celulosa...

Fleitas apoyó la idea de que la contaminación es inevitable:

–Los cables eléctricos de alto voltaje pueden producir cáncer –adujo. Pero el tercero insistió:

–Lo que es beneficio económico para algunos y para otros es fuente de trabajo, para otros es perjuicio.

–Quién dice, cualquiera de nosotros puede trabajar allí –le contestó Araujo.

–Quién dice, cualquiera de nosotros puede ser intoxicado –retrucó el tercero.

–Si tenés empleo establecido, entonces recién podés pensar que te va afectar la contaminación –contestó Araujo y, mirando al cronista, explicó–: Yo soy del Cerro: es uno de los barrios más humildes de Montevideo.

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Imagen: AFP
 
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