EL PAíS › PANORAMA POLITICO

Destellos

 Por J. M. Pasquini Durán

La huelga en subterráneos es la semiplena prueba de que con Hugo Moyano y la CGT de aliados no alcanza para apaciguar el frente social. Y que los huelguistas tuvieran que apelar a la mediación de Pérez Esquivel reconfirma que las instituciones republicanas formales todavía no ofrecen suficiente garantía de confianza a las bases de la sociedad. Podrá argumentarse que en buena medida se debe a que esos trabajadores están dirigidos por militantes de partidos de izquierda, pero es una explicación muy débil. Alguna razón de peso habrá para que ellos y no otros hayan sido elegidos pero además respaldados sin fisuras a pesar de las presiones de la empresa, del Gobierno y hasta de la intervención policial. También parece insuficiente explicar esas opciones sólo con la remanida crítica a las direcciones sindicales peronistas por su constante tendencia a conciliar con el gobierno de turno. Sería interesante que dentro y fuera de la Casa Rosada se hiciera la reflexión debida sobre este tipo de fenómenos, porque no se limita a este núcleo obrero, ni a los telefónicos porteños, ya que los conocedores del ambiente laboral aseguran que hay muchas comisiones básicas, y no siempre bajo la influencia de minorías izquierdistas, que comparten los mismos sentimientos de exclusión y de abandono.

Tal vez sea porque ninguna república puede sacrificar los derechos de casi la mitad de la población, sea cual fuere la moneda de cambio, en cuyo caso las respuestas válidas no serán rápidas ni fáciles. Ninguna administración del Estado, sin embargo, puede resignarse a ese vaticinio fatalista. Igual que en otros casos, afectados por el mismo problema de fondo, existe la posibilidad de establecer políticas públicas que sirvan para el tránsito, mientras se construyen las vías de acceso hacia el bienestar general. El actual gobierno lo hizo para afrontar el desafío del movimiento de trabajadores desocupados, los “piqueteros”, y logró encauzar medidas temporales mientras propicia la creación de nuevos empleos. La única conclusión que emerge con cierta razonabilidad, por el momento, es que ya no sirven las viejas actitudes hacia el movimiento obrero, a saber: 1) el rechazo “gorila”; 2) la exclusión menemista, y 3) las alianzas cupulares como única alternativa. Queda por saber si aún hoy vale la creencia en las virtudes del unicato sindical que defendieron por décadas tanto los llamados burócratas sindicales como sus adversarios comunistas. La presencia de la CTA, que registra un millón de afiliados y diez años de actividad pese a que ningún gobierno se animó a otorgarle la personería legal, es un interrogante abierto en esa tradición.

Los años de plomo, entre otros muchos perjuicios, cortaron los vínculos con el mundo, reduciendo las dimensiones de la cultura nacional al tamaño de una capilla. Vale la pena levantar la mirada para encontrar experiencias diversas a fin de someterlas a la prueba de las preguntas que no encuentran respuestas ciertas en el propio país. Así, en Estados Unidos, durante la época conservadora de los años ’80 que provocó el desempleo masivo, se formó un movimiento obrero de base que la prensa llamó “sindicalismo salvaje”, cuya envergadura terminó erosionando el poder casi omnipotente de la multimillonaria conducción de la AFL-CIO, la central norteamericana que reconoce afinidad con el Partido Demócrata. En Italia, lo mismo que en otros países europeos occidentales, el sindicalismo se organizó en dos o tres centrales en razón de las legítimas diferencias políticas de bases y dirigentes, sin que eso impidiera la gobernabilidad ni menguara la potencia reivindicativa del movimiento obrero.

A propósito de esas necesarias miradas especulares, la actualidad política italiana tiene varios motivos de interés. Hay razones tan obvias como que en el territorio nacional reside la segunda colonia más numerosa de ciudadanos italianos (900 mil) en el exterior. En las recientes elecciones presidenciales y legislativas, el porcentaje de los que aquí acudieron a las urnas consulares fue muy alto (150 mil, 56 por ciento del padrón) pero, además, sus resultados fueron decisivos en el escrutinio general. De los cinco legisladores que eligió Sudamérica, cuatro son ítalo-argentinos, y con dos de ellos el candidato de centroizquierda, Romano Prodi, logró la mayoría en el Senado que no había conseguido con los diecinueve millones de votos cosechados en Italia. El electorado se partió en dos partes casi iguales, al punto de que el mismo Prodi, conocido como Il Professore, confesó: “Ganamos por un suspiro”. El actual presidente del consejo de ministros, Silvio Berlusconi, al que llaman Il Cavaliere casi como un sarcasmo, completó en el cargo cinco años, el primero en lograrlo desde la Segunda Guerra Mundial, pese a que está imputado en doce causas judiciales por diversos delitos que figuran en el Código Penal, y armó una coalición de centroderecha, Forza Italia, que encabeza desde hace doce años.

Berlusca, otro de sus apodos, tiene mucho dinero, habita un palacio de su propiedad en el centro histórico de Roma, donde el metro cuadrado vale como mínimo entre ocho y diez mil euros, y es “un ser de una vulgaridad y un mal gusto excepcionales”, según la ajustada descripción de Miguel Angel Bastenier, subdirector de El País de Madrid (12/04/06). Pese a la variedad que ofrece la fauna política argentina, habría que combinar dos o tres especímenes para obtener un personaje similar. Durante su gobierno, Italia, que figuraba entre las primeras diez economías de Occidente, creció a menos del uno por ciento anual, aumentó la deuda pública hasta representar el 106 por ciento del producto bruto, el déficit presupuestario superó el cuatro por ciento y expandió la pobreza. Aliado incondicional de Bush, envió tropas a Irak en contra de la opinión mayoritaria de los italianos.

La corrupción ha sido denunciada por opiniones conservadoras como las de la publicación británica The Economist y usó la mayoría en el Congreso para aprobar leyes de impunidad. ¿Quién lo votó? Los ricos, que recibieron múltiples beneficios, los pobres que construyen opinión de la realidad a través de la televisión, que Berlusconi controla con mano férrea y gajos de clase media baja seducidos por la promesa demagógica, durante la campaña, de anular impuestos como el de alumbrado, barrido y limpieza. En su coalición militan la Liga del Norte, que promueve la secesión del norte industrial para separarse del sur empobrecido, los herederos explícitos de Mussolini y retazos de los viejos partidos que fueron barridos por los tribunales de las “manos limpias”. Il Cavaliere surgió a la vida política como resaca del antiguo régimen de pentapartidos, encabezado por socialistas y demócrata-cristianos, que implosionó por los procesos judiciales por corrupción y malversación de fondos públicos que procesaron a cerca de tres mil empresarios y políticos.

También pudo sobresalir debido a la crisis de identidad de la izquierda, sacudida por el derrumbe del Muro de Berlín y de la constelación soviética, y por su incapacidad para gobernar debido a la clásica fragmentación: L’Unione que respalda a Prodi es un combinado de dieciséis partidos que van desde el centro hasta la extrema izquierda, que ya habían derrotado a Berlusconi, con la sigla Olivo, en 1996, pero se desmoronaron dos años más tarde, erosionados por sus propios desarreglos intestinos. De esa alianza, en esta oportunidad el más votado fue Refundación Comunista, un desprendimiento del viejo Partido Comunista, cuyo jefe fue quien le negó el voto de confianza al mismo Prodi en 1998, provocando su caída. De todos los caciques, el único que no tiene partido propio es el candidato electo, de origen social cristiano, que fue instalado en ese lugar por una votación impresionante en internas abiertas. Uno de los ex ministros del Olivo aseguró ahora: “Hemos aprendido del pasado, porque tras ganar los comicios de 1996 sufrimos un delirio de poder”. Prodi tiene la imagen tranquila del tío bonachón, con una rigurosa formación de economista, que manejó el trámite en Italia para supeditarla a las normas del acuerdo capitalista de Maastricht y presidió la Unión Europea durante las deliberaciones para redactar el proyecto de Constitución que después se frenó por el rechazo del electorado francés. De aquí hasta su asunción tendrá que atravesar comicios municipales, la elección del presidente de la República y el plebiscito sobre la Constitución que elaboró Berlusconi. En dos meses deberá probar si tiene cintura para aguantar los tiempos difíciles que le esperan. Néstor Kirchner fue el primer presidente en el mundo en saludar la victoria, a pesar de que todavía los resultados definitivos no estaban consolidados.

Durante el siglo XX, Italia produjo dos fenómenos políticos impresionantes: antes de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo del ex socialista Benito Mussolini, de alto impacto popular, con influencias indudables en la Argentina de la época, y en la posguerra la formidable organización del más grande Partido Comunista de Occidente, liderado por Palmiro Togliatti, con la añadidura de una cultura política que produjo pensadores de la talla del marxista Antonio Gramsci. ¿Cuándo el presente, por su propio peso, permitirá que el pasado ocupe el lugar que le corresponde? No será fácil emparejar los tantos, por cierto. Ayer se cumplieron 75 años desde la fundación de la II República española, que aprobó la igualdad de derechos de ambos sexos, el derecho al aborto, el matrimonio civil y el divorcio de mutuo acuerdo, la educación mixta, la equiparación salarial, la protección de la maternidad, el reconocimiento de hijos naturales y la patria potestad compartida, para citar sólo aquellos logros que referían a la evolución de la mujer y la familia. Una intelectual española, Soledad Gallego-Díaz, acaba de definir esa inspiración republicana con las palabras adecuadas: “Un destello magnífico cuando todavía las esperanzas estaban intactas”.

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